Saulo, niño sagrado, mensajero del poder divino según vincula la leyenda a quienes padecen el mal fulgurante y misterioso (la epilepsia); príncipe sin reino, miembro de la familia real judía, nieto de Herodes el Grande por parte de padre y del último de los asmoneos por parte de madre, sin derecho dinástico de sucesión al trono; minusvalorado por los romanos que le consideran judío, y extranjero para los judíos que le consideran un romano de oriente. A veces se hace llamar Pablo, romanizando el nombre, según convengan las circunstancias. Aprende griego y se imbuye del espíritu helenístico en la ciudad libre de Tarso, y se forma como natural judío en la sinagoga de los libertos, también llamada de los tarsiotas, en Jerusalén.
Ser ciudadano de Tarso es ser ciudadano romano, Saulo hace valer esa condición ante el delegado del gobernador Publio Sulpicio Quirinio, que le asigna una autoridad especial: supervisar el nuevo servicio del catastro; labor que exalta su ambición y su afición desmedida al orden. Conseguido un buen trabajo, el siguiente paso es la boda, Saulo se casa con Sara la hija del Sumo Sacerdote, la pareja tiene dos hijos Saulo y Mario y una hija Miriam. La estabilidad favorece el crecimiento de su fortuna y fortalece su autoridad laboral; es nombrado responsable de la policía al servicio del templo encargada de mantener el orden moral y el respeto a la ley. En cumplimiento de su labor, los esbirros que manda vigilan a un tal Jesús, un nazareno que se cree enviado de Dios, y a quien Jokanaán, un predicador antiguo esenio que impone a sus discípulos un rito de purificación sumergiéndoles en las aguas del Jordán, considera el Mesías, el ungido por el sello temporal y espiritual, al mismo tiempo rey y sumo sacerdote. Este tal Jesús es seguido por un puñado de discípulos y escuchado por miles de personas, entre ellos se encuentran algunos romanos notables como Prócula la esposa del prefecto de la provincia Poncio Pilato. La amenaza del posible mesías debe ser extirpada de raíz. La policía del templo procede al arresto de Jesús, quien como prisionero comparece ante el Sanedrín. Saulo, presente en el acto, le ve físicamente por primera vez; siente que desprende una grandeza que ningún procurador ni sumo sacerdote tienen.
Tres horas en la cruz, sin rematar, sin romperle las tibias o el cráneo es muy poco tiempo para que se consume la agonía. El cuerpo de Jesús ha sido robado de la tumba; pero ¿por quién?, se pregunta Saulo. Se supone que es parte de una maniobra de sus partidarios destinada a hacer creer en su resurrección; ¿si hubiese resucitado por la omnipotencia de Dios, por qué no se aparece al Sanedrín o a Pilato o al mismísimo Tiberio?, ¿por qué sólo se aparece para convencer a los que ya están convencidos?; a la resurrección sólo dan crédito los espíritus débiles o inclinados a las maravillas. Algunos de sus discípulos abandonan Jerusalén con el propósito de divulgar por todo el mundo las palabras del maestro, los que se quedan son perseguidos. Esteban es condenado a la lapidación, Saulo es testigo y participa en ella. Sin embargo el comportamiento del crucificado era admirable y su mensaje digno de atención. Una rama nueva brota del judaísmo, una religión nueva nace de un nuevo profeta como el judaísmo ha nacido de Abraham.
Corre la leyenda que camino de Damasco, justo antes de llegar al albergue, Saulo sufre un acceso sobrenatural, una luz le deslumbra dejándole casi ciego, cae del caballo y escucha una voz divina, asombrosa, desconocida: "¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues?", ante Saulo se materializa la figura de Jesús, que contempla durante un tiempo que le parece infinito. El perseguidor cambia de bando, se convierte en pastor de los perseguidos. En Damasco se dirige a la sinagoga de los árabes, les trae la revelación, el Hijo de Dios, el Mesías vino y os instruyó pero todo sigue igual que antes; él dio el poder de redimir por el bautismo a las almas perdidas, quien quiera escuchar la palabra que nos legó que venga a oirla. Repite la experiencia vivida en otras sinagogas, al cabo de pocos meses ha bautizado a más de doscientos hombres y mujeres; el número de adeptos va en aumento. Los nazarenos se ven separados de los judíos; su éxito despierta recelos.
Saulo no es bien recibido en Jerusalén, para unos es un renegado, para otros un recién llegado y no olvidan que fue persecutor de los suyos. En la Ciudad Santa la comunidad cristiana orgánicamente había elegido a dos jefes: Pedro y Santiago de Alfeo. Inevitable es el enfrentamiento entre los viejos apóstoles y el nuevo. Uno de los desacuerdos más enconados se llama circuncisión; Pedro y Santiago sostienen que los gentiles conversos no son judíos porque no están circuncidados, por lo tanto si quieren pertenecer a su comunidad de hermanos hay que convencerles para que se circunciden. La respuesta de Saulo es, en efecto, los gentiles no son judios, la fe en Jesús no les convierte en judios, para creer en Jesús no es necesario que se circunciden. Es preciso aclararlo: los discípulos de Jesús están sometidos a la ley de Jesús no a la ley de Moisés, y los judíos que se han convertido ya no son judíos; la única autoridad divina que se reconoce es a Jesús Hijo de Dios. Saulo arde en deseos de conquistar nuevas tierras, de aumentar el número de fieles. Es necesario avanzar, captar a tantos gentiles en las provincias de Oriente, que cuando él llegue a Roma tenga a sus espaldas un ejército díez veces más numeroso que todos los del Imperio. El rechinar de dientes de los judíos ortodoxos acusa a Saulo de desear el poder más que amar a los hombres.
Existe en Roma una comunidad cristiana que se ignora quién o quiénes fueron sus fundadores, contrariamente a lo que dice la leyenda, sin duda no fue Pedro, de quien es dudoso incluso que estuviera alguna vez en la Ciudad Eterna; posiblemente la fundaron nazarenos exiliados de Jerusalén después de la lapidación de Esteban, y más tarde se fueron uniendo a ella una mayoría de gentiles. Saulo viaja a la capital del Imperio para predicar su palabra y establecer su autoridad. Los judíos enemigos de los cristianos, emiten contra él una acusación falsa. Como ciudadano romano debe rendir homenaje a los dioses imperiales so pena de impiedad castigada con la muerte. La conjura obtiene resultados. Unos dicen que Saulo es detenido, condenado y decapitado; otros que ha sido puesto en libertad condicional, que vivió cuatro años más en Roma dedicado a su actividad misionera por España, Grecia, Macedonia, Epiro, Asia Menor y Creta donde volvió a ser detenido llevado a Roma y, ahora sí, víctima de la pena capital. Se duda que Saulo fuera ejecutado junto a Pedro durante las persecuciones iniciadas por Nerón contra los cristianos. De lo que no hay duda es que sentó las bases de una obra que no había hecho más que empezar.