Cuatro conceptos componen este recomendable ensayo sobre teoría cultural de lo fantástico: la realidad, lo imposible, el miedo y el lenguaje; y un último capítulo: lo fantástico en la posmodernidad.
La realidad:
Lo fantástico va a depender, por contraste, de lo que consideramos real; pretende transgredir u organizar nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. Como toda categoría estética o teoría de lo fantástico está en relación con los conocimientos y las creencias de cada época. La ciencia, la religión y la superstición habían convivido sin problemas aparentes hasta el siglo XVIII que convierte la razón en la única vía aceptable para comprender el mundo. El racionalismo rechaza todo lo sobrenatural y destierra la presencia de lo maravilloso por considerarlo falso de verdad o de verosimilitud; didáctico y moralizante se centra en mostrar la realidad que circunda a la persona y encuentra su expresión en lo cotidiano. La reivindicación de lo racional del siglo de las luces, revela un lado oscuro de la realidad que desarrolla el gusto por lo horrendo y lo terrible como fuente de belleza y deleite. Expulsado de la vida, lo sobrenatural encuentra refugio en la literatura: en la segunda mitad del siglo XVIII surge en Inglaterra la novela gótica. Sin rehuir las conquistas científicas, los románticos del siglo XIX sostienen que la razón no es el único medio para captar la realidad; la intuición y la imaginación son otras vías. Avanzando el tiempo, cuando los lectores se cansan de las historias macabras de fantasmas en mansiones y castillos en ruinas, las narraciones se trasladan al presente, a ámbitos más conocidos por el lector, para hacerlas más creíbles e impactantes.
Lo imposible:
Lo fantástico es la única categoría estética literaria que no puede funcionar sin la presencia de lo imposible; pero no siempre la presencia de lo imposible da a la obra el marchamo de fantástica. Los límites entre lo fantástico y lo maravilloso son permeables, existen subcategorías y categorías híbridas. Lo maravilloso cristiano; aquellas narraciones en las que los fenómenos sobrenaturales tienen una explicación religiosa (la leyendas, por ejemplo), penetran en los dominios de la fe como acontecimientos extraordinarios pero no imposibles, entre narrador y personaje hay ausencia de asombro. El realismo mágico; plantea la coexistencia pacífica de lo real y lo sobrenatural en un mundo semejante al nuestro, los prodigios son presentados como si fueran algo corriente. Lo pseudofantástico y sus variantes; utiliza las estructuras, motivos y recursos de lo fantástico pero el tratamiento de lo imposible las aleja del efecto y sentido propios de la categoría, terminan racionalizando los supuestos fenómenos sobrenaturales. Lo grotesco combina dos elementos esenciales, la risa y el horror; lo fantástico supone una transgresión del mundo familiar del lector, en cambio lo grotesco revela su cara caótica, ridícula, sin sentido.
El miedo:
La emoción más antigua e intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y profundo de los miedos es el temor a lo desconocido. Se distingue entre miedo y angustia: espanto, pavor, terror, son singularidades del miedo; inquietud, ansiedad, melancolía, son singularidades de la angustia. El miedo tiene un objetivo determinado, dentro de lo conocido, al que puede hacer frente; la angustia intenta buscar una explicación a lo que ocurre en lo desconocido y no la encuentra. El miedo es una herramienta necesaria para la creación de lo fantástico, su efecto primordial es producto de una violación de la realidad y sus límites tal como la comprendemos y la representamos. A través de los vampiros, fantasmas, apariciones y otras figuras del imaginario sobrenatural, lo fantástico se vincula con los miedos colectivos que escapan a los límites de la razón y atenazan a los seres humanos. La irrupción de lo imposible en el mundo real y la incapacidad de explicarlo de forma razonable alimentan el miedo.
El lenguaje:
Partiendo de la primera premisa presente a lo largo del ensayo; lo fantástico es un género que emplea un código narrativo que a su vez supone una alteración de dicho código. Si lo narrado no tuviera una construcción realista y verosímil, el lector rechazaría la posibilidad de lo imposible característica de toda historia fantástica. Por lo tanto la elaboración del texto imaginado tiene que estar regido por un móvil realista. De lo que se trata entonces es convencer al receptor de la verdad mediante el lenguaje, conseguir la verosimilitud del fenómeno fantástico. La transgresión en todo relato fantástico, además de la propuesta argumental y temática, se manifiesta a nivel lingüístico: no existe un lenguaje expresamente fantástico sino una forma de usar el lenguaje que genera un efecto fantástico.
Lo fantástico en la posmodernidad:
A finales del siglo XIX se produjo un cambio en la literatura fantástica: para provocar el estremecimiento del lector se buscó inspiración en las tradiciones sagradas ancestrales, en las divinidades enigmáticas y desconocidas, las narraciones retrocedieron a épocas remotas despertando los terrores más primitivos y recónditos de la mente humana. Transcurriendo el siglo XX y alcanzando el siglo XXI, el relato fantástico sufre una nueva mutación; el cambio de paradigma científico (la física cuántica, la teoría de la relatividad, la neurobiología, la cibercultura, etc.) provocan modificaciones en la percepción de lo real; la realidad deja de ser una entidad objetiva, estable y única y pasa a contemplarse como una convención, un modelo creado por los seres humanos. La narrativa posmoderna supone una perfecta transposición de estas nuevas ideas sin apartarse del mundo contemporáneo en el que vivimos.
La historia de lo fantástico viene marcada por la necesidad de sorprender a un lector o a un destinatario que cada vez está más familiarizado con este tipo de temática, lo que obliga a los autores, escritores, guionistas, etc. a agudizar el ingenio para encontrar tramas y situaciones insólitas que rompan las expectativas del receptor. La literatura fantástica busca cuestionar los límites que nos dan seguridad, más que proponer una posible transgresión de nuestra realidad, nos induce a descubrir esa segunda realidad que se esconde detrás de lo cotidiano.