Cogió la maleta, abrió la puerta, respiró hondo y miró el rellano de la escalera. Atrás dejaba toda una vida en blanco y negro, de trazos hoscos, sombras afiladas y ángulos fríos. Al cruzar el umbral sintió un estremecimiento, apenas un leve pellizco en el costado. Cayó tendida en el suelo, con un rictus de fuga en el rostro y una puñalada mortal en la espalda.