Ya lo dice el subtítulo, El Anticristo, símbolo del mal, delegado de Satán en la Tierra que no el propio Satán, nacido de madre virgen concebido por el Diablo o de una bella joven poseída por un íncubo o, como revela Nostradamus, engendrado de la cohabitación entre monje y monja será abandonado y educado por un criador de cerdos. El contra-Dios, el contra-Cristo; el impostor que niega la venida de Jesús, que le suplanta, que malusa su nombre en vano, el falso, el indeseable, la contrafigura de las mil investiduras. El Príncipe de la Paz, el gran tirano que ambiciona extender su dominio por todo el mundo. La Reforma protestante lo relacionó con el papado, el hijo de perdición, el embustero. Para Carl Gustav Jung tanto Jesús como el Anticristo son dos caras de una misma entidad psicológica-metafísica, rechazar o desconocer el lado maligno es un grave error porque el Mal puede dar origen a ideologías totalitarias que según Jung "son el Anticristo largo tiempo esperado". Personajes históricos que proporcionan elementos para ser relacionados con la figura del Anticristo, (hay muchos otros pero por citar tres): en la antigüedad Nerón y en la edad contemporánea Hitler y Stalin.
Mencionado con otros nombres, en el Antiguo Testamento se vincula al Antimesías con los sufrimientos históricos del pueblo hebreo. La profecía de Daniel anuncia la llegada de "un rey insolente y hábil de engaños". Bajo la influencia de los anuncios mesiánicos y apocalípticos del judaísmo del Segundo Templo, será cuando los cristianos otorguen a Jesús la condición de auténtico Mesías y la figura del Anticristo cobra sentido con todas sus características. En el Nuevo Testamento, Epístola Primera y Segunda del apóstol Juan, se menciona por primera vez al Anticristo: su llegada, su impostura, su falsedad, el anuncio de la última hora. Su figura cobra fuerza en el Apocalípsis de Juan de Patmos: la llegada de su reino "el Anticristo reinará cuarenta y dos meses" y el número de la Bestia "seiscientos sesenta y seis". La aceptación del cristianismo como religión de estado del Imperio Romano en el siglo IV acrecienta la leyenda del Anticristo: el aviso de su venida, la especulación apocalíptica y las señales del juicio final.
Más allá de la teología, la historia o las ciencias de la religión en las sociedades judeocristianas el mito, la leyenda, el misterio del Anticristo (a veces unido al satanismo, casi indiferenciado de él) sigue vivo enraizado en las diversas manifestaciones de la cultura popular; en los grupos ocultistas, en la literatura, en el rock y principalmente en el cine. Tanto de forma, más o menos directa, como colateral, son numerosas las películas en cuyo argumento el Anticristo se hace presente, siendo la década de los años setenta del siglo XX cuando se ruedan obras de sobrada fama: La semilla del diablo (predecesora de 1968), El exorcista, La profecía I y II, Carrie; en los años ochenta se cierra La Profecía con la tercera parte, El resplandor, Poltergeist, Terciopelo Azul; y en los noventa se pueden destacar Estigma, y la producción hispano-italiana de 1995, El día de la Bestia. Se podría seguir sumando películas hasta la actualidad porque el tema es eterno.
La lucha contra el Anticristo es la lucha contra el mal que acecha al ser humano, contra el mal interior y contra el mal exterior expresado, como diría Joseph Roth, en el racismo, la xenofobia, la discriminación, la tiranía, la violencia y el abuso de poder. Pero también, visto desde otra cara, nos puede inducir a preguntarnos por el libre albedrío.