La tarde vuela, la luz declina, empujado por el canto de los pájaros, por el viento, por los pasos de la lluvia, por las calles cubiertas de nubes, por la música dorada, por el encanto de los sueños, el tiempo madura, se vuelve destino. Dejándose llevar, rendidos los sentimientos a un mundo lejano a cambio de nada, hundido en la esperanza de las noches y los días inventados, entregarse al tiempo detenido, vivir en el olvido persiguiendo una fábula de silencio y soledad. La soledad es una puerta cerrada, un vuelo nocturno, una canción de invierno que se pierde en la memoria. En soledad escribe a los cielos del alma, a la felicidad en ruinas, al edén caído, a la culpa, al paraíso mortal, a los seres perdidos, a todas aquellas historias sin nombre que son ceniza. Estamos solos en la vida.
Duro es vivir. Somos hojas secas que se dejan la vida en un ir y venir por la ilusión de un destino mejor, persiguiendo un relámpago que ponga un instante de luz a las sombras. Las sombras no guardan la música amada, la inmortalidad del guerrero derrotado, el secreto redentor, los sueños que alejan la muerte en la noche. Caen los años. Quien fue feliz antes de las ruinas ya no lo es. Se pierden los días azules, se pierde la memoria, se pierde la palabra. Sólo hay olvido. El tiempo convierte en polvo todo lo que amamos, la verdad y la belleza. La muerte eternamente presente, acechando, esperando, no es ya un olvido inventado, no es ya una danza que sólo vemos bailar a otros, es el final del cuento, el final de la historia. Nos sentimos felices al leer un poema aunque amenace la ruina. La poesía nos salva mientras aguardamos la llegada del callar para siempre, pero no somos dioses, no podemos vencer a la muerte. Somos lo que hemos sido, a veces felices en el secreto de las palabras. Entre corazones que se aman, es posible morir soñando.
Vamos de paso. A solas con nuestra alma, esperando a que la primavera abra las puertas del cielo, la vida se escapa como arena entre los dedos. El luto hondo donde vibra el silencio nos viste a la fuerza, sabe que la dicha no existe. La desdicha teje en el telar de la vida, ese polvo que nos cae sobre el alma.