La pulsión asesina forma parte de la condición humana desde siempre, desde que el hombre es hombre el mal habita dentro de cada uno de nosotros; el homo sapiens nunca ha dejado de ser un asesino.
Asesinar sin motivo, sin resentimiento ni conveniencia aparente, como principio de creatividad. Matar a una persona para que realmente exista, para que la víctima, y no el asesino, adquiera notoriedad y deje de ser un ente anónimo es una tarea complicada: con distanciamiento emocional, hay que encontrar a la víctima adecuada (no elegir a conocidos ni a nadie cuya muerte beneficie al ejecutor); buscar la manera y el lugar donde matarle (al ser posible no repetir formas que usaron otros); eliminar las pruebas para no dejar ningún rastro y tener un plan de fuga. Matar artísticamente rechaza la impostura y el oportunismo, exige complicidad con la víctima y preparar el asesinato concienzudamente como corresponde a una obra de arte; pintar un cuadro con la verdad de la muerte, con la verdad de la sangre que gotea y se extiende por el lienzo. Blanco y negro, blanco y negro y rojo que sorprende al espectador desprevenido, «el arte puro no busca reconocimiento… puede, incluso debe prescindir del público». La muerte como mayor espectáculo del mundo, no hay nada más humano que un cadáver que provoca curiosidad y miedo, como un primer encuentro con la divinidad.
La naturaleza sofisticada del arte, la literatura, la música. La naturaleza sofisticada de la lucha por el poder en el mundo académico y en la política. La naturaleza sofisticada del juego (o necesidad) de matar. Para triunfar hay que matar, sólo matando se alcanza el poder. Sin violencia no hay cultura, ni civilización, ni historia, ni nada. Toda la existencia gira en torno a la crueldad desde la base de los mitos y ritos más primitivos hasta la cúspide de los más modernos.
Un cómic, reflexión estética y moral que provoca, interpela y agita la placidez del lector en su sillón.