En la sociedad grecorromana los códigos domésticos establecían la
estructura jerárquica de cómo debía ser gobernada una familia, la relación
conyugal entre esposo y esposa, la filial entre padres e hijos y la servil
entre señores-amos y esclavos; que cada una de las partes cumpliera con sus
obligaciones era esencial para el buen funcionamiento del estado. En el siglo I
las costumbres de las mujeres obran transformaciones significativas, poco a
poco se van apartando de los papeles tradicionales vinculados a las labores del
hogar, el cuidado de los hijos y la atención al marido. A este cambio elocuente
contribuye la llegada del cristianismo.
La aparición de la comunidad de Jesús rompe todas las jerarquías, su
doctrina que todos los seres humanos son iguales ante los ojos de Dios, hombre
y mujer han sido creados iguales de la «misma carne y de la misma sangre»,
atenta contra el poder absoluto que ejerce el paterfamilias y socava la
estructura del grupo familiar. Quienes quedan más afectados son los varones. Este
nuevo discurso, que fomenta las relaciones de hermandad, atrae a las clases
pobres, las mujeres y los esclavos se adhieren al movimiento cristiano
abandonando la religión oficial (la conversión de esclavos y esclavas es un
hecho atestiguado desde los primeros pasos del cristianismo). Perturbador y
amenazante en el contexto político y social del Imperio y los territorios
mediterráneos, comienza a mirarse con malos ojos la corriente cristiana que
dirige sus ataques a los fundamentos de los valores vigentes.
El número de mujeres que aparece identificado en los documentos
cristianos, lógicamente mucho menor de lo que sería en realidad, visibiliza
aquellas que tenían alguna relevancia, la validez de las otras queda oculta. Se
las sitúe en la categoría de “seguidoras” o “discípulas” (depende de la
interpretación) no se puede negar la importante presencia de mujeres durante el
ministerio de Jesús; formaban parte de su círculo, hacían el camino con él y
fueron testigos tanto de su muerte como de su resurrección (hay que tener en
cuenta la participación de la mujer en los ritos del duelo en las antiguas
culturas del Mediterráneo). Excluidas del liderato y de la enseñanza de la
palabra, testigos cualificados en las comunidades de la primera generación, la
vida ordinaria de las mujeres en los diversos grupos cristianos de los siglos
I-II no era muy diferente a la vida de las mujeres de su entorno que
practicaban otros cultos religiosos; en general se ocupaban de las tareas
domésticas en los espacios propios. Aprovechándose de su posición propiciaban
la conversión de sus maridos y de sus hijos, e influían en familiares, amigos y
vecinos que a su vez extendían la evangelización; y contribuían al
sostenimiento de las agrupaciones de creyentes. Algunas mujeres ricas, que
gozaban de ciertos márgenes de independencia y protagonismo en la esfera
pública, convertidas al cristianismo hacían donativos, servían con sus bienes
como benefactoras. La viudedad proporcionaba a las mujeres un estado de
autonomía que se traducía en mayor implicación en las tareas de la comunidad:
visitaban casas, atendían a los enfermos, celebraban reuniones, enseñaban a las
jóvenes, etc. El domicilio particular transformado en lugar central de
encuentro, “iglesias domésticas” puestas a disposición del grupo de creyentes,
el anfitrión presidía las asambleas, los servicios, los rituales y las
bendiciones ya fuera hombre o mujer, siendo en su mayoría mujeres. Esposas,
madres, hermanas, amigas, señoras o esclavas, ricas o pobres, en el ámbito
privado o público la figura femenina está presente en el mundo cristiano.
En su conjunto, la narración histórica de las vidas, roles y tareas que
desempeñaron las mujeres en los primeros siglos del cristianismo fue elaborada
desde el punto de vista de los varones, que obviaron consignar sus palabras,
pensamientos y sentimientos, dificultando el conocimiento preciso de cómo era
la intervención real de las mujeres en la existencia de las primeras
comunidades cristianas. Sin embargo, las investigaciones revelan sin lugar a
dudas que las mujeres fueron agentes activos de gran importancia en el
desarrollo y extensión del cristianismo.