Cuando escuchamos o leemos la palabra fundamentalismo
inmediatamente lo asociamos con radical, intransigente, integrista, terrorista;
adjetivos que infunden opiniones y sentimientos de rechazo, miedo e
incomprensión. ¿Quiénes son estas personas?, ¿cómo es posible que crean lo que
creen y hagan lo que hacen?, nos preguntamos, y además en nombre de Dios. En
cualquier etapa de la historia han existido movimientos religiosos
reaccionarios opuestos al desarrollo de la civilización. El malsano, extremo y
excluyente amor a Dios gratificado por el odio a otros seres humanos, no es una
tendencia esencialmente del siglo XX y principios del XXI, ni característica de
un credo religioso o de otro. Todo cambio social, político, económico,
tecnológico e intelectual, toda nueva forma de espiritualidad religiosa
encuentra resistencias.
Karen Armstrong hace hincapié en la premisa, descrita por
los griegos, entre las dos definiciones de explicar, entender o buscar la
verdad: mythos y logos (relato y argumentos). El mythos acoge la verdad de la
narración mítica, el pensamiento espiritual, el sentido de lo eterno y la
creencia religiosa. Las sociedades antiguas expresaban la naturaleza de su
humanidad a través del mythos: el vínculo de la religión y su lugar en el
mundo. Si se priva a los creyentes del culto, la plegaria y los rituales los
mitos y las doctrinas carecen de sentido, la creencia religiosa deja de ser
significativa. La verdad del razonamiento científico y político pertenece al
ámbito del logos, capaz de organizar la sociedad sobre una base eficaz y
pragmática; sin embargo vano para responder a las grandes preguntas de la
existencia. Estos dos caminos del conocimiento (mythos y logos) se mantuvieron
separados desenvolviéndose entre sí en respetuoso equilibrio, cada uno
necesitaba del otro para prosperar; hasta que, después de la Ilustración, se
priorizó la visión de la verdad científica por encima de la verdad espiritual.
Por ejemplo: antes de la Edad Moderna, los judíos, los cristianos y los
musulmanes disfrutaban de las interpretaciones alegóricas, simbólicas y
esotéricas de sus textos sagrados; la lectura literal e histórica de la Biblia
es una preocupación que surge del predominio del conocimiento racional sobre el
mito. Se destruyó la convivencia entre logos y mythos; el logos llegó a ser tan
enérgico que desacreditó al mythos: el logos era una verdad fáctica, mientras
que el mythos era eso mito.
Perdido el sentido original del mythos, Europa rompe con
la tradición y establece las bases de su cosmovisión del mundo (incluyendo la
religión) sobre una cultura científica y laicista. Occidente descubre que la
democracia es una conquista beneficiosa de organizar una sociedad moderna, por
lo tanto la religión también está obligada a modernizarse como parte esencial
de este progreso. El ideal de un estado democrático laico: justicia social,
igualdad de derechos, libertades individuales, gobierno secular, división de
poderes, fe privatizada, separación religión-estado, pensamiento racional, etc.
promovido por occidente supuso para algunos grupos religiosos de mentalidad
conservadora (principalmente musulmanes, aunque también judíos y cristianos)
que se sintieran amenazados por una fuerza hostil, invasora, en muchos casos
asociada inevitablemente a la colonización y la dominación extranjera. Algunos
de los extremismos religiosos que han surgido en el mundo moderno de hoy,
tienen su origen en el temor a la aniquilación de su espiritualidad. Impulsados
por el miedo a no poder mantener su fe y por el sentimiento de persecución,
estos movimientos fundamentalistas reinterpretaron el mythos como logos,
tomando los principios religiosos literalmente, como verdades de uso en la vida
política y legislativa; cometieron el gran error de pensar que el mythos se
puede adaptar al logos, el espíritu responder a la lógica, cuando por su
naturaleza ambos no pueden.
En una época supuestamente dominada por la razón y la
tecnología, el fundamentalismo cobra fuerza no tanto con la intención de
rescatar antiguas tradiciones o morfologías de un credo religioso, sino como
una respuesta única a lo que considera agresiones (materiales y espirituales)
del mundo moderno. Una forma radical (a veces terriblemente violenta) de
expresión religiosa: la batalla de su Dios en un mundo al que rechazan pero del
que no pueden escapar.