lunes, 14 de enero de 2019

VIGÉSIMA CUARTA TARDE


17:00
Empleo el ordenador para ordenar (como su nombre indica), clasificar y pasar a limpio los escritos. Desde que se popularizaron estos aparatos siempre he tenido uno, primero sustituyeron a mi vieja máquina de escribir y luego se fueron sustituyendo unos a otros según comenzaban a ponerse latosos, se quedaban obsoletos y avanzaba la tecnología. Sus carpetas, cuadernos y hojas digitales, virtuales o inmateriales resultan más cómodas que las carpetas, cuadernos y hojas analógicas, tangibles y reales revueltas en cajones sin orden ni concierto.

17:07
Escribo a mano, a veces cambio el bolígrafo por la pluma estilográfica para darme el gustazo de mancharme los dedos de tinta y dejar la huella impresa en el folio, como si me desangrara.

17:17
Escribo en libretas y cuadernos preferiblemente de tapa dura, bien encuadernados y, a ser posible, en dietarios caducados de fecha; pregunto en las tiendas de papelería si les queda alguno de años atrasados y los compro rebajados de precio. El gozo de escribir en el pasado. A veces me confundo, vivo alegre en ese día inconsciente de las desgracias que están por venir. 

17:27
Escribo en un cuarto bien iluminado, soleado, ventilado, rodeado de libros y, cuando se puede, acompañado de música. No puedo escribir en otro sitio, soy como el monje que el ruido del mundo le confunde y sólo puede encontrar a su Dios personal en la soledad de su celda.

17:37
El escenario y la máscara no hacen al perito en lunas.