Ladridos
de perros
aúlla
la tierra en la medianoche.
Quien
sabe sobrevivir
a
la risa de los hombres salvadores
retorna
al apacible vientre de la ciénaga.
Sin
juzgar todo abandono de lo humano
¡benditos
sean los lamentos del suplicio!
Despojados
del miedo a la pesadilla
¡el
mundo debe ser creado de nuevo!
gritan
las voces de los ángeles salvajes.