Es condición del poeta maldito sufrir un amor atormentado o no
correspondido, la felicidad termina en el desamor como la juventud en la
muerte. Poeta del amor y la muerte, de hermosos ojos negros, que pone en valor
la intensidad de la existencia marcada por la brevedad de la vida. Mujer
liberada, de ideas feministas, comprometida socialmente, espíritu inquieto y
vida bohemia, incapaz de asumir la responsabilidad de una ocupación estable y
tediosa. Inteligente y melancólica, esconde dentro de su alma desdichada un
hilo de esperanza que se sostiene en los tonos de la ternura, en los límites de
la insatisfacción y en los arrebatos de la alegría. Rebelde, orgullosa,
valiente, vive con pasión en un tiempo fugaz experiencias inaceptables para una
chica de su generación, vilipendiada por una sociedad conservadora, exterioriza
su autenticidad como pocas mujeres de su época han tenido la oportunidad de
poder exteriorizar. Pronto siente que el amor va en serio, que la libertad
personal va en serio, que la poesía va en serio, que la vida va en serio, que
el desengaño y la muerte van en serio. Su sensibilidad, su temperamento
poético, su leyenda trágica y maldita componen una figura literaria dramática y
seductora.
En la ciudad griega de Kalamata, pequeña capital del Peloponeso, la tarde
del martes 1 de abril de 1902 «en una preciosa casa, llena de luz» nace María
Polydouri; tercera hija de una familia de clase media formada por el matrimonio
de Eugenios Polydouri, filólogo y profesor de letras, y Kyriaki Markatou, mujer
cultivada, con ideas feministas y avanzadas para la época; que educan a sus
cinco hijos (tres hijas mayores y dos hijos menores) en el ideario progresista
y liberal. Pasa su infancia de paseos solitarios por la playa, atraída por la
contemplación del mar, e inicia sus primeros pasos escolares en los municipios
de Gytheio y Filiatra, donde el padre ejerce su profesión llegando a desempeñar
el cargo de director de un colegio. De vuelta a Kalamata completa con buenas
notas sus estudios de secundaria. Adolescente reflexiva, romántica, con
inquietudes sociales y políticas, se interesa por la literatura; a los 14 años publica
en la revista Famila el poema en
prosa «Dolor de madre», en el que glosa el dolor de una madre ante el cadáver
de su joven hijo, infante de marina, varado en la costa de Filiatra; de ese
mismo período es el poemario Margaritas,
hoy desaparecido e inédito. Tras rechazar emprender los estudios de filología, a
los 16 años, por consejo de su padre, se presenta a unas oposiciones y gana la
plaza de funcionaria en la prefectura de Mesenia. Dos años después, en 1920
pierde a sus padres, ambas muertes (primero la de su padre y luego la de su
madre) se suceden en un espacio de tiempo inferior a los 40 días. El dolor de
esta desdicha a edad tan temprana, teñido a veces de remordimiento (principalmente
por la muerte de su madre), seguirá siempre y marcará su reducida existencia.
La sociedad de Kalamata, como suele suceder en muchas ciudades
provincianas, es cerrada y conservadora; ambiente poco afín para una muchacha
de conciencia rebelde. María, huérfana y libre para tomar sus propias decisiones,
acogiéndose a la ley, solicita el traslado de su puesto laboral a la prefectura
de Ática y Beocia. En 1921 emprende un nuevo y solitario camino, se instala en
Atenas y establece su residencia en el barrio de Exarchia, calles donde se congregan
artistas bohemios e intelectuales revolucionarios, jóvenes impulsados por la
voluntad de desafiar los convencionalismos sociales en una Grecia menoscabada
por su presente histórico (periodo de entreguerras, convulso en toda Europa);
jóvenes que ven en el arte la salvación de sus vidas a riesgo de encontrar la
oscuridad buscando la luz; algunos fueron víctimas de la enfermedad, las
drogas, el suicidio o la marginalidad de la lucha por la supervivencia. Muy
posiblemente, motivada por su pensamiento, su conciencia e inquietud política
en pro de los derechos de las mujeres, María se matricula en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Atenas y no en Filología como (ya se dijo) era el
deseo de su fallecido padre. En diciembre de este mismo año conoce a Kostas
Karyotakis compañero de trabajo en el servicio público, poeta publicado pero
aún poco conocido, con el que entabla una relación tan breve como intensa que
compondrá, junto a la muerte de sus padres, el eje sobre el que girará su obra
y su vida.
María de expresivos ojos, pelo negro, atractivas proporciones y paso elegante,
capta la atención del introvertido e inseguro joven Kostas. En enero de 1922 la
pareja Polydouri-Karyotakis es vox pópuli en los mentideros culturales de
Atenas por aquel entonces una pequeña capital europea, donde todos los que
pertenecían al mundo cultural, de alguna u otra manera, se conocían. El vínculo
(para la tradición íntimo y pasional, y para otros testimonios amistoso y
literario) dura apenas ocho meses, en agosto Karyotakis se entera que padece sífilis,
en esa época una enfermedad maldita e incurable, un estigma social; se lo
comunica a María y, alegando las consecuencias del terrible diagnóstico, decide
romper la relación. Ella se muestra incrédula, piensa que la salud es una
excusa propia de un carácter timorato. Dispuesta a no dejarle marchar responde
con una propuesta arriesgada: casarse sin tener hijos; él, quizás abrumado por
ese temperamento dinámico y rompedor tan diferente al suyo o porque no comparte
el mismo sentimiento amoroso o por un exceso de orgullo responsable, decide rechazar
el sacrificio. Como tantas otras historias de amor apasionado ésta tampoco
tiene un final feliz; ambos mantendrán una amistad que se irá diluyendo poco a
poco hasta quedar confinada en un poético recuerdo.
Después de la separación, sumida en una profunda tristeza y sensación de
abandono, María comienza a adelgazar, siente su cuerpo tan fatigado como su
alma, el médico le manda reposo y aire puro; pasa unos meses en la campiña,
posiblemente comienza a padecer los primeros síntomas de la tuberculosis. Una
vez repuesta, en 1924, con la imagen de Karyotakis siempre en mente (a él nunca
le responsabilizó de la ruptura), conoce al abogado Aristotelis Georgiou, joven
guapo de excelente economía que había estudiado en Europa y acababa de regresar
de París; la pareja parece consolidarse y a principios de 1925 se comprometen.
Corren aires de cambios en la vida de Polydouri, el sofocante ambiente de las
oficinas de la función pública casa mal con la naturaleza de un temperamento libertario,
es despedida del trabajo por absentismo laboral; tampoco es mayor el interés
que pone en sus estudios universitarios, abandona la Facultad de Derecho a
mitad del último curso. Para compensar tanta frustración, María dirige su interés
hacia el arte dramático: tiene una bella voz, baila con soltura y quiere
mostrar sus dotes interpretativas sobre los escenarios; según testigos, debuta
como actriz principal en una pequeña obra de teatro. No deja de lado su
verdadera vocación, la literatura, en el verano de 1925 comienza a escribir una
novela sin título que nunca verá publicada. Inconstante en todo, incapaz de
concentrarse en una actividad o en una relación, escribe una carta sincera y
honesta a Aristotelis Georgiou finalizando la relación.
Queriendo escapar del aburrimiento, del fracaso, del desengaño, pero no
de la vida, del amor y de la poesía, en el verano de 1926 María Polydouri, casi
con una mano delante y otra detrás, se marcha a París. En la Ville Lumiére toma
clases de corte y confección en la Ecole Pigier, se interesa por el destino
editorial de su novela sin obtener fruto alguno; para sobrevivir intenta
trabajar en el cine y en la alta costura, y es bien recibida por la bohemia francesa.
Noches de parranda por bulevares, cafés y salones en compañía de artistas
mundanos (en su mayoría varones), vida alegre y despreocupada. Al filo de un
amanecer encuentran su cuerpo postrado en un solitario callejón parisino. Tos,
fatiga, escalofríos, fiebre, dolor… diagnóstico: tuberculosis. Entre el 1 de
febrero y el 1 de marzo de 1928 permanece internada en el Hospital de la
Charité; los médicos le recomiendan volver a Grecia donde el clima es más
benigno. Adiós a vagar por las calles mojadas, a la tenue lluvia de primavera,
a la nostalgia de los parques, a las risas y los afectos, adiós a la etapa más
feliz de su vida; una mañana oscura, a primeros de marzo de 1928, abandona
París con los sueños rotos; toma un tren rumbo a Marsella y desde allí en barco
viaja a Atenas.
Al poco de desembarcar en Atenas María Polydouri ingresa en el hospital
público Sotiría. Su hermano Kostas paga de su bolsillo la mejor habitación
posible, pero el dinero se va acabando y es trasladada a una habitación de
tercera clase en un ambiente menos salubre y más bullicioso. Harta del ruido y
la masificación, María solicita que la trasladen al pabellón donde albergan a
los pacientes moribundos. En el sanatorio coincide y entabla amistad con el
gran poeta griego Yannis Ritsos (1909-1990), conoce al poeta y dramaturgo Ángelos
Sikelianós (1884-1951) y a la actriz de teatro Marika Kotopouli (1887-1954). Aunque
el riesgo de contagio de la enfermedad es alto, son numerosos los amigos que
van a visitarla, su pequeña habitación compartida se convierte en un polo de
atracción principalmente para jóvenes literatos que desean conocerla. Entre
todas las visitas que recibe la más especial y significativa de todas es la de
Kostas Karyotakis, semanas después de este encuentro, el 21 de julio de 1928, el
poeta, de un disparo en el corazón, se suicida en una playa a orillas del mar
Jónico. Informada del infausto final del amor de su juventud, María se
derrumba, se envuelve en un amargo silencio al que sólo pone palabras la
poesía. Aunque ya en su etapa de estancia en París había comenzado a escribir
poemas, son los dos últimos años de su vida cuando formaliza su dedicación; a
finales de 1928 publica su primer poemario Los
trinos que se extinguen, el libro merece la atención de la crítica y su
figura se hace popular en el panorama literario griego.
Polydouri, haciendo gala de su carácter, es una paciente revoltosa, sabe
que su existencia se marchita, quiere aprovechar el último aliento de su
juventud, no desea quedarse quieta en una cama esperando a la muerte; sale del
hospital, vuelve a la vida bohemia: bebe, fuma, trasnocha, se baña en el mar,
etc. Ni la familia, ni los amigos pueden protegerla. Rehúsa a luchar contra la
tuberculosis, su salud se deteriora. A finales de 1929 ve la luz su segundo
poemario El eco en el caos, quedan
aún gran cantidad de poemas inéditos. Ante la grave situación en la que se
encuentra la joven poeta, en enero de 1930, con buenas intenciones pero poco
acierto, el poeta y periodista Kostas Ouranis (1890-1953) escribe un extenso
artículo en el periódico apelando a todas las gentes de letras con la finalidad
de “salvar la vida de Polydouri”: recaudar fondos para poder pagar el alto
costo del tratamiento y mejorar la necesaria atención médica en un hospital
privado. Cuando la iniciativa llega a oídos de María, absolutamente indignada, prohíbe
cualquier intento de cuestación en su nombre. Esta llamada de auxilio dio
origen a la idea de que Polydouri fue víctima de la escasez de medios y de la
pobreza por encima de la enfermedad. Con la discreta ayuda de su exnovio
Aristotelis Georgiou, en febrero de 1930 ingresa en la clínica Christomanos
donde continúa su actividad poética, son los últimos versos, las últimas
palabras, el tiempo se consume como su cuerpo agotado física y mentalmente.
Apenas tres meses después, en el amanecer del 29 de abril de 1930, la vida de María
Polydouri llega a su final tras suministrarle unas inyecciones de morfina para
calmar el dolor de la enfermedad y de la existencia.
Cuenta el escritor Angelos Terzakis (1907-1979), testigo del funeral, que
fue un acto íntimo, familiar, para los pocos jóvenes amigos allí presentes un
acto casi secreto, la despedida de una persona con la que se sentían unidos e
identificados. Por la falta de recursos económicos de la familia para poder
mantener una tumba individual, los restos de María Polydouri descansan en una
fosa común en el Cementerio de Atenas. Quedan vivos los poemas, las cartas, los
diarios, las prosas y el mito romántico del talento, la belleza, la juventud y
la tragedia del amor maldito.
“Moriré una
mañanita melancólica de abril,
cuando enfrente
se abra, en mi maceta, una tímida rosa
-un retoño-. Y
se cerrarán mis labios
y se cerraran
mis ojos, ellos solos, en silencio
Moriré una
mañanita triste como mi vida,
donde el rocío,
rosario de lágrimas, discurra compasivo
en el santo
suelo que adornará con rosas mis exequias,
en el santo
suelo que será mi cama de muerta.
Cuanto he amado
en los años de mi vida habrá de dispersarse
y esfumarse
lejos de mí: nubes de verano.
Cuanto me ha
amado acudirá tan sólo a saludarme
con un beso
pálido igual que un rayo de luna.
Moriré una
mañanita melancólica de abril.
Mi último
aliento vendrá a decírtelo, y entonces
todo el amor
que te queda será como un candil difuso,
pobre memoria
en el olvido de mi tumba”. (1)
(1)
Poema «Cuando Muera», María Polydouri; Los
trinos que se extinguen. Traducción Juan Manuel Macías; Vaso Roto
Ediciones.