Como explicación a todas las penalidades del tiempo y de
la naturaleza, nace la imagen mitológica del mal: la figura diabólica.
Respuesta de la conflictividad del hombre con él mismo y con su entorno. En el
sendero del psicoanálisis, hijo hostil que primero emula y luego desafía al
padre. Oposición de dos personajes, por una parte el ‘Creador Bueno’ (positivo para la vida del hombre, destino de
vida y felicidad) y por otra parte el ‘Creador Malo’ (negativo para la vida del
hombre, destino de muerte y sufrimiento). Visión dualista del cosmos y de la
historia que se encuentra enraizada en la cultura del Irán arcaico, a un
principio benéfico se opone un principio maléfico. El rico patrimonio
demonológico iranio se transmite al mundo cristiano a través de diversas
corrientes vinculadas al pensamiento gnóstico, sistema que alcanza su máxima
expresión entre los siglos II y III d.c. Estas antiguas enseñanzas dualistas de
origen iranio alimentan los fundamentos del maniqueísmo: la separación entre
dos mundos, el ‘Mundo de lo Alto’ y el ‘Mundo de lo Bajo’, el mundo superior
lugar de la luz, el mundo inferior lugar de las tinieblas, y la coexistencia de
dos principios, Dios y la Materia (potencias de la verdad y la mentira, del
bien y del mal). La herencia demonológica del maniqueísmo se reparte entre
diferentes corrientes consideradas heréticas (predican la primacía del espíritu
sobre la materia); priscilianistas, paulicianos, bogomilos, cátaros,
albigenses, etc. serán perseguidos por el dogma oficial. También los pueblos
eslavos, baltos, ugrofineses y paleobalcánicos distinguen un dios bueno de un
dios malo, (al segundo se le designa en lengua eslava Diabol, transposición del
nombre del diablo cristiano), estas gentes sostienen creencias ancestrales en
la licantropía y el vampirismo, criaturas demoníacas muy difundidas en la
tradición popular. En el panteón germánico la divinidad que tiene una decidida
carga demoníaca por excelencia es Loki (primer padre de la mentira), nombre de
incierta etimología relacionado con diversas figuras mitológicas entre ellas
Lucifer; en la religión nórdica el mito bivalente de Loki (dios del fuego
portador de ruina, pero también de vida) hay que insertarlo en una tensión
opositora entre el bien y el mal, el calor y el hielo, que ya aparece en los
mitos de la creación. Nacida de Loki, la reina del infierno es Hel «su plato es
el Hambre, su tenedor y su cuchillo son la Escasez, su lecho es la Enfermedad…Su
encarnadura es mitad lívida, mitad normal y se presenta grosera y odiosa».
En la cultura sumeria se representan probablemente las
más antiguas expresiones de la angelología y la demonología, manifestaciones
que influirán sobre los asirio-babilonios y sobre el mundo hebreo hasta llegar
al cristianismo. Junto a los ángeles, a los genios y a los espíritus buenos
aparece un espíritu maligno, divinidad de muerte, de guerra y de destrucción
que lleva a los hombres la desgracia, la enfermedad. Es muy estrecha la
relación entre demonios y enfermedades, estados de postración y debilidad:
parece que una de las dolencias más temidas era la migraña que inmovilizaba
todas las facultades del enfermo y lo sumía en un estado de angustioso
aislamiento; Sag-gig en sumerio es el dolor de cabeza, pero también el demonio
que lo causa.
El hebraísmo de la época anterior al exilio, conserva
figuras demoníacas heredadas de antiguas divinidades cananeas relacionadas con
el desierto, paisaje habitualmente considerado la morada preferida por las
fuerzas maléficas. En un único pasaje se habla de Lilit (corresponde al demonio
babilonio Lilitu), «el espectro nocturno» que habita en el desierto,
originariamente fuerza diabólica de la tempestad y después de la lujuria. De
todos modos, la idea principal que domina la demonología del Antiguo Testamento
es que el diablo no es una figura que se opone a Dios, sino que es querido y
creado por el mismo Dios con el fin de poner al hombre a prueba. El pecado de
Adán y Eva consiste en haber violado una prohibición (la de no comer los frutos
del árbol del bien y del mal); algunos estudiosos interpretan esta transgresión
como un pecado sexual, otros como un pecado de orgullo, una forma de rebelión
contra Dios. Aparecen aquí dos de las características principales del demonio
cristiano: la desenfrenada sexualidad y el orgullo de parangonarse con Dios;
lógicamente el demonio cristiano tiene notables ascendencias hebraicas. En el
mundo de las creencias judeocristianas, al significado demoníaco del mal
cósmico y moral, se suma un propósito de enfrentamiento creado por el propio
Dios y establecido para ser derrotado en la redención final.
Para los griegos, el mundo infernal (situado bajo
tierra) es una región desolada, oscura y gris habitada por monstruos
semidivinos de carácter nefasto, representaciones del temor a la muerte, a la descomposición
de los cadáveres, conexas con la suerte de los difuntos, dominadas por el
horror. Sin embargo, de la iconografía mitológica griega, es el remoto Pan,
dios de la vida pastoril, expresión de la libertad desenfrenada inmersa en el
goce de la naturaleza silvestre, de quien el diablo cristiano toma algunos
aspectos. En el Nuevo Testamento, Diablo es el nombre griego utilizado para el
bíblico Satanás (príncipe de los demonios) quien tienta a los hombres, procura
su mal, es el padre de los pecadores, él y sus ángeles rebeldes habitan en el
infierno. Otro término griego «daimonion» solamente referido a los casos de
posesión diabólica aparece profusamente en los Evangelios, casi no hay página
de la narración de la vida pública de Jesús que no haga alusión a una
intervención demoníaca.
La demonología cristiana conoce un amplio desarrollo en
los primeros siglos del cristianismo, época de los padres apologetas, cuya
teología está dirigida principalmente a defender a los creyentes de los ataques
paganos y a polemizar contra las religiones antiguas. El cosmos está poblado de
innumerables demonios que se identifican con los ángeles caídos, de ellos nace
el pecado de lujuria, puesto que por la lujuria, en tiempos de Noé, fornicaron
con las hijas de los hombres y tuvieron hijos con ellas; esto dio lugar a dos
categorías de entidades demoníacas: los ángeles caídos y los hijos engendrados
por ellos, Lucifer es su guía, el líder, el príncipe, habiendo sido el primero
en pecar y en ser desprovisto de su condición celestial originaria. Estos
demonios son, en sustancia, divinidades paganas a través de las cuales el mal
opera en la humanidad. San Agustín considera que el demonio existe y bajo el
control de Dios manipula a los seres humanos, el mal real es el pecado (el mal
moral) que depende del libre albedrío, de la libre voluntad. En la teoría
demonológica del monje asceta Evagrio Póntico las escuadras demoníacas son ocho
que corresponden con los ocho pecados capitales: la gula, la soberbia, la
lujuria, la avaricia, la desesperación, la ira, la pereza y la vanidad. El modo
verdadero de oponerse a las sugestiones diabólicas es la observancia moral
estricta de la conducta y, si fuera menester, la penitencia o el martirio como
afirmación victoriosa sobre la autoridad que el demonio ejerce en este mundo. En
efecto el mal está presente en la vida representado por el Diablo, del cual
emergen las enfermedades, los sufrimientos, las angustias y los dolores, pero
una vez declarada en todo el orbe la potestad de Cristo, el mal ya no podrá
volver a existir, todas las cosas tornaran a Dios; de aquí se desprende la
negación de la eternidad de las penas infernales y la controvertida posibilidad
de redención de Satanás en el Juicio Final con el permiso de Dios, juzgado y
anulado por Cristo.
Santo Tomás de Aquino inspira toda la doctrina católica
posterior sobre demonología, sus tesis quedan sintetizadas en: el Diablo en su
origen fue el primero de los ángeles, en el momento que deseó ser igual a Dios
cometiendo un pecado de orgullo y envidia precipitó su caída. La caída del
Diablo no fue simultánea a su creación porque si lo hubiese sido Dios sería la
causa del mal. En el ejercicio de su libre voluntad otros ángeles siguieron al
Diablo, no son naturalmente malos; como la voluntad de los ángeles buenos está
fijada en dirección al bien así la voluntad de los ángeles caídos está fijada
en dirección al mal. El número de los ángeles caídos es menor que el de los
ángeles que perseveran en la fidelidad a Dios. Las mentes de los demonios poseen
el conocimiento natural, pero están oscurecidas por la privación del
conocimiento de la verdad última. Los demonios habitan dos moradas, el
infierno, en el que torturan a los condenados, y el aire, desde donde incitan a
las personas a la maldad.
La definición de Anticristo es ambigua, los textos le
presentan como un verdadero y auténtico demonio, o un hijo del demonio (filius
diaboli), o un hombre que encarna al demonio engendrado por un obispo y una
monja, o un poderoso de la tierra cargado de iniquidad (rex iniquus), o un
personaje contrapuesto al Mesías, o en la época de las cruzadas el mismísimo
Mahoma y los musulmanes como sus legados, o según Lutero el Diablo encarnado en
el Romano Pontífice, etc. En el siglo XII, la monja visionaria Hildegarda de Bingen
describe al Anticristo en forma de bestia con una cabeza negra monstruosa,
orejas de asno, fauces abiertas con colmillos de hierro y despidiendo fuego por
los ojos; vamos, el puro retrato de la imagen demoníaca.
La demonología de entre los siglos XV y XVII recupera el
patrimonio doctrinal de épocas precedentes y lo enriquece con algunos elementos
derivados de las tradiciones populares y el folclore. Durante estos siglos se
lleva a cabo la más abyecta «caza de brujas». La bruja se asocia al demonio, de
él extrae poderes maléficos y destructivos. De las complacientes relaciones de
familiaridad que establecen las brujas con el diablo alcanzan especial relieve
las prácticas sexuales, el ente demoníaco puede unirse en forma de súcubo con
el brujo o en forma de íncubo con la bruja; de semejantes uniones pueden nacer
hijos, si bien el axioma no está rigurosamente probado. Presente en todas las
culturas, desde su génesis subversiva de las estructuras religiosas que, a
veces, adopta por conveniencia, la brujería era una traición a Dios y por este
motivo se justificaba cualquier medida con tal de suprimirla, constituyendo
objeto de persecución inquisitorial. Otro elemento que contribuye a la
demonización de los heterodoxos es el pacto satánico, sellado en virtud del
cual Satanás, a cambio del alma prometida, concede a la bruja o al brujo o al
adepto poder, fuerza, dinero, belleza, etc. Como consecuencia del pacto, de la
posesión diabólica o de la herencia del pecado original toma fuerza la figura
del sacerdote exorcista. La práctica del exorcismo aparece por primera vez en
la liturgia bautismal del siglo III, al principio se aplica al bautismo de los
catecúmenos adultos para pasar después al de los niños; la tradición cristiana va
creando una teología y un ritualismo que expresa una doble vertiente
diagnóstica y terapéutica. Los procesos contra la brujería terminan en los
siglos XVIII y XIX, las brujas son reemplazadas por un nuevo enemigo, la
masonería. Señalados por la Iglesia como «hijos de Satanás», los masones,
fermento de la conciencia democrática y las libertades nacionales, simbolizan
un sistema de pensamiento que derrumba la concepción teocrática del mundo. Los
mecanismos de persecución y violencia que acompañan al desarrollo de la
demonización son evidentes cuando se verifica la dinámica que históricamente
más veces ha servido para cargar de negatividad a grupos étnicos, religiosos,
políticos, sociales, etc. que se presentan como perturbadores del modelo
cristiano establecido.
En las incontables fábulas y leyendas populares, al
Diablo clásicamente se le representa como un ser de color oscuro o negro, con
cuernos, cola, pies caprinos, ojos llameantes y vello abundante en el cuerpo,
acompañado de un hedor sulfúreo. Esta imagen semianimal deriva de la antigua
mitología, de los faunos, los sátiros, del griego dios Pan y, en general, de
todos aquellos habitantes de los bosques. Y tiene como adverso capital al
arcángel Miguel (nombre hebreo que significa ‘¿Quién como Dios?’), figura
mítica presente en la tradición bíblica; en el Apocalipsis es el jefe de los
ángeles fieles a Dios que aleja del cielo al Dragón. El culto del arcángel se
difunde rápidamente por toda Europa, Miguel se convierte en el guerrero
defensor y protector del pueblo cristiano contra los enemigos de la Iglesia y
contra los demonios.
El Diablo como representación de todo lo malo (en
conflicto con todo lo bueno), está presente bajo diversas formas en todas las
culturas: puede estar en la naturaleza, en la historia, y finalmente, en
nosotros mismos, en nuestras angustias, en nuestros traumas, en nuestras
pesadillas.