lunes, 23 de enero de 2017

CUENTO ÍNFIMO.26

[ EL BEDEL ]


Recibía una pensión miserable del Servicio Público de Caridad. Pasaba los días moviendo libros de arriba abajo y de abajo arriba en la biblioteca, ahora abandonada, donde antaño había trabajado como bedel toda su vida. Unas veces ordenaba los volúmenes por autores, otras veces, deshaciendo lo hecho, los ordenaba por géneros o por fechas de edición o por idiomas o por tamaños o por colores o… Según los iba colocando los llamaba por sus nombres: ¡Edipo!, ¡Gargantúa!, ¡Celestina!, ¡Lazarillo!, ¡Quijote!, ¡Hamlet!, ¡Amadís!, ¡Gulliver!, ¡Simplicissimus!, ¡Fausto!, ¡Crusoe!, ¡Karenina!, ¡Fortunata!, ¡Jacinta!, ¡Bovary!, ¡Regenta!, ¡Svejk!, ¡Gatopardo!, ¡Chimista!, ¡Duarte!, ¡Alatriste!, ¡Potter!... Cuentan los habitantes de las aldeas vecinas que quien se acerca a la verja del ruinoso caserón oye voces, risas y llantos como si a cada hora el mundo volviera a nacer de nuevo.