Desde que en 1512 Ponce de
León arriba en la península que él denominó de la Florida, la presencia de
exploradores, misioneros y soldados españoles en América del Norte es constante
y más o menos estable. Florida, Luisiana, Texas, Nuevo México, Arizona, Alta y
Baja California, zonas fronterizas de naturaleza indómita habitadas por indios
hostiles, lugares de mitos y leyendas, tierras difíciles atractivas para
aventureros y predicadores de diferentes órdenes religiosas. La presencia cada
vez más próxima de otros imperios coloniales, obliga al Virreinato de Nueva
España a reforzar la frontera de los territorios del norte, se multiplican las
fundaciones de misiones y se levantan fortalezas para albergar a las
guarniciones de militares y sus familias; soldadesca mal pagada y mal
abastecida que siempre constituye más un problema que una solución.
Al norte del río Potomac el
rey Carlos I de Inglaterra (1625-1648) cede a Cecilius Calavert una gran
extensión de tierra bautizada con el nombre de Maryland. Buscando el Jardín del
Edén, en la costa de Nueva Inglaterra a bordo del Mayflower arriba un pequeño
grupo de puritanos religiosos. Los pioneros, con un alto nivel de educación y
capacidad, establecen un pequeño asentamiento cuya principal actividad es la
agricultura; la primera cosecha de maíz la celebran juntos colonos e indígenas
dando lugar a la fiesta del Día de Acción de Gracias. Disidentes de estos
grupos sociales forman nuevas comunidades origen de las Trece Colonias
inglesas. Más al norte, Francia impulsa la colonización del actual Canadá y
mantiene un pequeño núcleo de colonos en Luisiana.
En el siglo XVIII las Trece Colonias inglesas se convierten en territorios prósperos: la vitalidad demográfica (se acepta la entrada de inmigrantes libres extranjeros y no sólo de Inglaterra y Gales), cultural (se fundan las tres primeras universidades de América del Norte y proliferan los periódicos), económica (la llegada masiva de esclavos africanos utilizados como mano de obra en las plantaciones) y política (moderna organización institucional); estos factores, unidos a la participación junto a Inglaterra en las guerras imperiales de las que salieron victoriosos, forjan una conciencia colectiva imprescindible para comprender el nacimiento de una joven nación: Estados Unidos. La oposición a los nuevos gravámenes impuestos por la metrópoli, sin haber sido establecidos directamente por el monarca, ni tampoco haber sido discutidos y aprobados por las asambleas coloniales, ocasionan una cadena de revueltas que se van radicalizando conforme pasan los años. La retórica revolucionaria toma una deriva claramente independentista: actos de sabotaje, guerra de guerrillas, enfrentamientos bélicos; el Congreso Continental elige al virginiano George Washington como comandante en jefe del incipiente ejército colonial y se corta todo vínculo pacífico con Gran Bretaña. A petición de los gobiernos provinciales un comité formado por las mentes más preclaras de la intelectualidad norteamericana, encabezado por Thomas Jefferson (quien preparó el borrador en solitario), redacta la Declaración de Independencia de los Estados Unidos inspirada en los ideales de la Ilustración.
La independencia impulsa la
aceptación de los principios del republicanismo. Los Trece Estados (ya no
colonias) son independientes unos de otros y sólo tienen un embrión de
organización política común: el Segundo Congreso Continental. Se opta por un
modelo político confederal, la soberanía recae en cada uno de los estados con
un sistema de equilibrios y controles entre ellos, (el acuerdo sobre sus
fronteras tardó tres años, pero fue muy importante para el futuro desarrollo de
los Estados Unidos). Sin embargo, reunidos en la Convención de Filadelfia, la
mayoría de los Padres Fundadores coinciden en la voluntad de reorganizar y,
sobre todo, reforzar el poder común de los estados; el término confederado se
transforma, surge la idea de federación: soberanía compartida entre el estado
nacional y cada uno de los territorios. El texto constitucional crea un sistema
federal que otorga amplias competencias a las instituciones nacionales en
detrimento de la independencia de cada uno de los estados. La novedad más
sorprendente de la magna carta es la figura en la que recae el poder ejecutivo:
el presidente, su modo de elección y sus atribuciones. La Convención
Constitucional de Filadelfia aprueba, sin ningún entusiasmo, la Constitución el
17 de septiembre de 1787, luego ratificada por el pueblo en convenciones
locales de cada estado. Por unanimidad es elegido George Washington primer
presidente de los Estados Unidos.
Washington distancia la figura del presidente del ciudadano común, da importancia y llena de contenido el cargo; durante su mandato, aprueba el Congreso la creación de una ciudad sede de las instituciones federales, el diseño de dicha urbe refleja el sistema de separación de poderes: la Casa Blanca residencia del ejecutivo, el Congreso sede del legislativo y el judicial en diferente edificio; siempre vigilantes unos de otros. Para el buen funcionamiento del ejecutivo se crean las secretarías que se encargan de temas específicos y se organiza el poder judicial. Cuando se redactó la Constitución no existían los partidos políticos, es por ello que no fueron nombrados en ella; Washington, defensor del consenso, era un arduo luchador contra la existencia de los partidos políticos, sin embargo los debates, las diferencias, los enfrentamientos fomentaron el surgimiento de las dos primeras formaciones políticas: el Partido Demócrata Republicano y el Partido Federalista. Al decidir George Washington no presentarse por tercera vez a la reelección (inaugurando la práctica recogida en la Vigésimo Segunda Enmienda: ”No se elegirá a la misma persona para el cargo de presidente más de dos veces”), por primera vez en la historia de los EE.UU, los partidos políticos (demócratas-republicanos y federalistas) designaron sus candidatos a la presidencia. El federalista Jhon Adams se convierte en el primer inquilino de la Casa Blanca en la recién estrenada capital de Washington D.C. Con la ruptura, más adelante, del Partido Demócrata-Republicano (en 1854 nace el Partido Republicano) y el ocaso del Partido Federalista el bipartidismo se consolida, la alternancia política está servida. Desde la primitiva fundación de las colonias originales el deseo de expansión territorial había estado presente; se produce el traslado masivo y forzoso de los nativos indios hacia el oeste, y a medida que las potencias europeas se van alejando del continente norteamericano, los nuevos territorios repoblados se transforman en regiones con los mismos deberes y los mismos derechos que el resto de los estados de la unión. Firmada la Paz de Guadalupe Hidalgo, México cede a EE.UU: California y Nuevo México, de donde nacen los actuales estados de Arizona, Utah, Nevada, California y Nuevo México. Por el tratado de Oregón, Estados Unidos se anexiona los dominios de Oregón, Washington, Idaho, parte de Montana y de la Columbia Británica. Esta masiva incorporación de provincias que se van transformando en estados, hace peligrar el futuro mismo de la Federación de Estados Unidos de América. Los intereses económicos entre los estados del Norte que abogan por una política federal proteccionista para salvaguardar su incipiente industria, y los estados del Sur que defienden una política de libre cambio más favorable a sus mercados; las enormes diferencias entre el Norte industrial y el Sur esclavista desembocaron en una inevitable guerra civil.
El inicio de la
industrialización, la masiva llegada de inmigrantes y el crecimiento urbano
producen drásticos cambios sociales, políticos y económicos. Se inicia una
profunda discusión sobre los derechos civiles. La eclosión del movimiento
reformista reactiva la lucha por la ampliación de los derechos civiles a
mujeres, esclavos, indígenas y extranjeros. De todos los movimientos
reformadores, el más importante para la historia de Estados Unidos es el
antiesclavista. Los estados del Norte habían prohibido la esclavitud e
introducido en las instituciones federales el debate sobre el tráfico de
esclavos. Las diferencias sociales, culturales, políticas y económicas entre
los estados del Norte y del Sur se agrandan, los intereses de unos y de otros
muchas veces eran antagónicos. El triunfo electoral de Lincoln (candidato del
Partido Republicano, opuesto a la esclavitud) es rechazada por los estados del
Sur que se organizan en una nueva unidad política: los Estados Confederados de
Norteamérica presididos por Jefferson Davis. Aunque el Norte goza de ventajas
demográficas, económicas y políticas, la guerra se alarga y el esfuerzo bélico
por ambos bandos resulta muy costoso. La Guerra de Secesión de los Estados
Unidos anuncia lo que serán las grandes contiendas del siglo XX. El final de la
guerra supone el hundimiento de los valores, la forma de vida y la economía de
un Sur que queda absolutamente arruinado y resentido frente a la hegemonía de
los industriales, financieros y políticos del Norte. El Congreso promulga las
Decimocuarta y Decimoquinta Enmiendas de la Constitución de los Estados Unidos,
garantizando la protección de todos los estadounidenses y reconociendo a los
afroamericanos la ciudadanía civil, debiendo gozar del mismo trato que los
blancos. Estas medidas son duramente contestadas; los estados del Sur legislan
recortando, primero la ciudadanía política de los libertos y luego suprimiendo
la ciudadanía civil; iniciando así la segregación que duraría hasta la década
de 1970.
Factores como la continua
expansión demográfica (inmigración procedente de Europa, Asia y América del
Sur), la abundancia de recursos naturales, la innovación tecnológica, la
racionalización y mejora de los procesos de producción, la organización de la
industria, la gran revolución del transporte y la apertura de nuevos mercados,
contribuyen al enorme crecimiento económico de EE.UU. Su condición de potencia
emergente y su interés por abrirse al comercio exterior salen reforzados
después de la Gran Guerra. La paz supone una vuelta a lo considerado
genuinamente norteamericano; valores de los blancos conservadores, anglosajones
y protestantes. Esta normalidad se altera de forma abrupta con la crisis
económica de 1929, muchos estadounidenses quedan sin empleo, sin propiedad y en
algunos casos en la más absoluta miseria. Para paliar los efectos perniciosos
de la crisis la administración Roosevelt adopta una política intervencionista conocida
como “New Deal”; sin embargo, es el esfuerzo productivo que supone la
participación de los norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial quien
convierte a los Estados Unidos de Norteamérica en la gran potencia militar y
económica mundial. El fin del conflicto bélico no sólo supone el despegue de
los EE.UU, sino también, la Unión Soviética (a pesar de haber sufrido en su
territorio la dureza de los combates) sale fortalecida. El apoyo económico
(Plan Marshall), cultural y político de los Estados Unidos, comprometidos con
la reconstrucción del Viejo Continente, forja grandes alianzas con los países
de la Europa Occidental, en defensa de los principios de la economía de mercado
frente a la economía estatal planificada que defiende el bloque soviético. La
tensión entre EE.UU y la URSS origina numerosos conflictos bélicos indirectos
conocidos como “Guerra Fría”.
Por primera vez en las
elecciones de 1961 los debates televisivos movilizan a toda la opinión pública.
La presidencia de Kennedy cambia la imagen de los Estados Unidos, presenta al
exterior un país joven, dinámico, urbano y culto. La Gran Marcha sobre
Washington D.C. de miles de ciudadanos pertenecientes a diferentes grupos
étnicos, liderados por Martin Luther King que pronuncia uno de los discursos
más emotivos de la historia de los Estados Unidos, “I Have a Dream”, manifestando
sus esperanzas de libertad e igualdad. El dolor causado en el ejército y la
sociedad civil por la impopular guerra del Vietnam. La dimisión de Nixon a
causa del escándalo político del caso Watergate (la primera vez en la historia
de Norteamérica que dimite un presidente). La fuerza del movimiento conservador
impulsado por la emblemática figura de Reagan y su caída cuando estalla el caso
Irangate… Hechos que van cerrando los capítulos del libro que termina con un
resumido epílogo donde se condensan los acontecimientos más recientes: las
presidencias de Bush padre, de Bill Clinton y de Bush hijo, las guerras de Iraq
y Afganistán, las intervenciones militares, los atentados terroristas contra
las torres del World Trade Center neoyorquino y el Pentágono, hasta quedarse a
las puertas de la toma de posesión de Barack Obama.
“No existe una América
negra y una América blanca, una América de latinos y una América de asiáticos,
existen los Estados Unidos de América”
(Barack Obama)