Símbolo rural, la vaca
presencia mística, recordatorio sagrado, ofrece su leche y sus excrementos,
respetada (se trata mal a las viudas solas y a los perros callejeros, pero no a
la vaca), forma parte del gran espectáculo del mundo: la madre India, tierra de
grandes sabios, científicos, escritores, pensadores, músicos y místicos. Gentes
resistentes y hospitalarias. Millones de pies errantes que no dejan de caminar,
unas veces por carreteras sumamente transitadas, otras por polvorientos caminos
o por senderos naturales que surcan valles y montañas, junglas y selvas. Sadhus,
respetados a la vez que temidos, deberían ser hombres santos y piadosos, muchos
simples pordioseros y falsarios; se apartan de la sociedad, no quieren aceptar
sus artificiosas leyes y sus adulterados valores, prefieren consumir sus días
como peregrinos, como ascetas abismados en fecunda meditación, habitando cuevas
excavadas en las montañas o junto a los crematorios; paradigma los desastrados
y desgreñados aghori, embadurnados el cuerpo con cenizas, utilizan cráneos
humanos como escudillas o como tamboriles rituales para ceremonias, algunos de
ellos, los más desequilibrados de la secta, en su afán de automortificación,
llegan a ingerir restos humanos. “El sadhu es un arquetipo, y así da guerra a
lo constituido, a lo establecido, a ese armazón de voracidad, rapacidad y
putrescibilidad de la sociedad que se presenta como respetable y convierte la
democracia en una prostitucracia por culpa de sus ególatras y desaprensivos políticos”.
Espectáculo de sacrosanta espiritualidad de la más espuria mercadería
religiosa; ¡hay tantos gurús falsos!, por cada yogui, gurú, sadhu verdadero hay
mil falsos que buscan vorazmente clientes más que discípulos y alardean de su
sabiduría y de sus lujosos ashrams. El sadhu auténtico es un marginado, no
tiene pasado, no tiene edad, no tiene nombre de pila, por propia voluntad ha
cortado todos sus vínculos sociales. El hinduismo es más una filosofía o una
actitud de vida que una religión propiamente dicha. La India con una gran
tradición de meditación se puede considerar como el gran diván psicológico del
planeta.



La otra India, el país de
los contrastes, puntero en la producción de software junto a cotas alarmantes
de analfabetismo, capaz de fabricar misiles atómicos y cientos y cientos de
miles de personas viven sin agua corriente obligadas a lavarse en la calle,
predicar la no-violencia a la vez escenario de sangrientos enfrentamientos
entre las comunidades de hindúes y musulmanes, avanzada en el estudio de las matemáticas
y supersticiosa en el uso de la astrología en todo acontecimiento vital (de
manera muy especial en las relaciones sentimentales). Un lugar impactante que
reza el Sutra del Amor: “ojalá todos los seres sean felices, en cualquier
condición que fuere, en cualquier espacio que estuvieren”.