miércoles, 11 de noviembre de 2015

SERGIO CORAZZINI (1886-1907)

Bueno y paciente, tímido y tranquilo, ojos melancólicos, boca sensual, pálido rostro frágil y sonriente, de mirada errante y voz suave; víctima del destino aciago, envuelto en una aureola de dandi mártir, con la muerte como compañera siempre, mito hermoso de santo prodigio maldito. Su madre (Carolina Calamani) le alumbra el 6 de febrero de 1886, vía Lucina,17, en una casa de la vieja Roma capitalina; aunque pronto la familia traslada su residencia a vía Sediari, calle contigua a la plaza Navona. Linaje de origen toscano, burguesía pudiente, romana y papal, vinculada al Estado Pontificio; el abuelo (Filippo Corazzini) abogado y funcionario de la Dataria Pontificia y el padre (Enrico Corazzini) administrativo de bienes en la casa apostólica, además, emprendedor autónomo, regenta un estanco y abre un despacho de representación de vinos y perfumes. 

Sergio niño, asiste a las clases elementales de la escuela primaria en Roma, donde es recordado como un compañero inteligente y gentil. Más tarde, de 1895 a 1898, el bienestar económico del que goza la familia, permite a los dos hijos mayores, Sergio y Gualtiero, (había un tercer hijo menor, Erberto), matricularse en el acreditado Colegio Nacional Umberto I de Spoleto, institución laica que no mella para nada la educación religiosa de los muchachos recibida en el hogar, muy al contrario, es posible que el entorno bañado de mística franciscana impregne de abandono espiritual algunas composiciones poéticas de Corazzini. Entusiasta apasionado y hasta erudito de las marionetas, es actor y director del teatro de títeres del centro académico. Edad de aprender, descubrir, desarrollarse. Spoleto, en los últimos años del siglo XIX, continúa siendo lugar de vacaciones de la gente bien de la sociedad romana, entre ellos, frecuenta la sede, el escritor Ugo Ojetti, estilo y formas, canon de elegancia y referencia absoluta para el adolescente poeta. El camino es intenso pero corto, las decepciones crueles alejan a las fantasías, a los pequeños sueños, debido a las dificultades económicas por las que atraviesa la familia, incapaces de pagar los honorarios escolares, ambos alumnos se ven obligados a dejar el benemérito liceo. El culpable de la crisis financiera es el padre, Enrico, ahora desempleado del registro de la Dataria Pontificia, fracasado inversor en bolsa, arruinado empresario y dicen que libertino, autoritario y vulgar, (cifró la esperanza en un golpe de suerte que resolviera todo y le hundió en la nada). Al descalabro económico se suma la tos, el ahogo, la saliva manchada de sangre, las líneas marchitas de la enfermedad que subrayan la fragilidad de la vida, posiblemente Sergio ya sabe que padece tuberculosis (maldición familiar) como su madre Carolina y su hermano Gualtiero que morirán del mismo mal. El hermano pequeño Erberto fallecerá en un accidente automovilístico en Libia y el padre, ¡ay! Enrico, víctima de su propio destino, termina sus días solo y pobre en un hospicio para indigentes. Las desgracias minan el ánimo, el sufrimiento se consagra como símbolo de la condición existencial. La vida decepciona. 
 
De vuelta en Roma, bajo los ecos dolorosos de la transición de la infancia a la adolescencia, de la abundancia a la miseria y del confort al malestar; sin poder terminar la escuela secundaria (ayudar a la familia es lo primero), Sergio se coloca en la compañía de seguros “La Prusiana” que sita sus oficinas en una vetusta casa de vía del Corso. Al despacho del nuevo empleado da paso una estrecha escalera de caracol, la habitación, “celda triste”, es sucia, sombría, con paredes grises y una ventana enrejada que se abre a un patio interior; como los muebles viejos, la ropa vieja, la profunda angustia y el colapso de los anhelos vanos tan ineludiblemente unidos a su existencia. Sin embargo, del trabajo oscuro, sin amor, sin propósito, resarcen los sueños, la pasión inagotable por la poesía y la amistad fraternal. En vía Corso Umberto, la expendeduría de tabacos que gestiona el padre, se ubica entre una joyería y un café de nombre “Café Sartoris”, abierto hasta altas horas de la noche y frecuentado por una clientela de diversa humanidad bohemia. Es aquí donde Sergio Corazzini entra en contacto con el mundo literario; después de las fatigas del día, cuando termina el horario laboral, se reúne con sus amigos poetas, participa cotidianamente en sus cenáculos, en sus discusiones sobre autores y obras, en sus recitales poéticos, en sus largos paseos por las calles de Roma buscando iglesias abandonadas, claustros olvidados, jardines desolados, patios deshabitados, pequeñas capillas cerradas…, camina con la respiración entrecortada, ondulante luciendo sombreros de ala ancha y pajaritas. Poco a poco se convierte en el alma de este círculo de escritores, consolidando un grupo de amigos leales sobre los que ejerce una fascinación verdadera; alrededor de su carismática figura toma forma un estilo poético denominado crepuscular, al que la mayoría de estos autores colegas se adhiere. Dolor, soledad, sufrimiento, tristeza, ansiedad, melancolía, pesimismo, desolación, enfermedad y muerte, forman parte del decálogo de atmósferas y temas existenciales que comparten sus composiciones, todo nacido alrededor de una pequeña mesa de café. 

Influido por la lectura apasionada de sus poetas predilectos, el trío italiano: Carducci, Pascoli, D´Annunzio y los extranjeros del decadentismo franco-belga: Jammes, Maeterlinck, Rodenbach, Laforgue; alumbra sus primeros versos. El 17 de mayo de 1902, debuta publicando en el periódico popular “Pasquino de Roma”, el soneto “Na bella idea”, escrito en dialecto romano. El 14 de septiembre de 1902, en el periódico satírico-político “Rugantino”, hace lo propio con otro soneto escrito en el mismo habla. Se revela ya la temprana madurez vital del joven poeta. Es un tiempo agitado, de colaboraciones aquí y allá en periódicos y revistas, no sólo regionales; donde publica con mayor regularidad (en tres años cincuenta y ocho apariciones) es en la revista humorística-satírica “Marforio”. En esta intensa actividad emergen los valores que van dotando de un poso personal a su obra. 

En la primavera de 1904, bajo el sello de la Imprenta Cooperativa Obrera Romana (donde verán la luz todas sus obras), Sergio Corazzini inaugura su ingreso en el orbe literario con “Dolcezze”, cincuenta páginas que recogen diez poemas (seleccionados, con severo rigor, entre decenas publicados en diarios y revistas), a los que se han añadido siete inéditos. Al precio de una lira se tira un pequeño número de ejemplares con escasa repercusión. Hoy, como todas las primeras ediciones del poeta, un auténtico tesoro inencontrable, ausente incluso en los anaqueles de las bibliotecas públicas. Unos meses después, en el verano del mismo año, participa junto a otros amigos, en el mensual “Roma Flamma”, original intento de fusionar los estilos prerrafaelista italiano y simbolista francés que abre la puerta al crepuscularismo romano. Empresa efímera de un solo número, donde contradiciendo a sus gustos, Sergio firma un vehemente artículo en defensa de la literatura italiana frente a la imperante moda francesa: "Si nuestras mujeres no quieren leer a escritores italianos, tanto peor... para los editores, pero cuando un periódico o revista cuyo editor es italiano, cuya redacción es italiana, cuya patria es Italia y cuyo público somos nosotros ... leemos el sumario y debemos reconocer que la lengua francesa es lo único bueno ... porque la crítica, el cuento, la novela son de autores franceses, entonces, francamente, se nos revuelve el estómago, ante tanta hospitalidad con lo extranjero ". 

Pobre y débil, con los sueños rotos, la condición existencial del poeta se envuelve en una corta agonía. En 1905 su salud se deteriora, la enfermedad manifiesta la presencia inexorable de la muerte, “su vida pende de un hilo” diagnostica el médico de cabecera. A pesar de las limitaciones orgánicas, el año para Sergio Corazzini es intenso. Ante los aficionados romanos exterioriza sus poemas en varias lecturas públicas, se fecha la aparición de su segundo libro “L´amaro calice” (diez composiciones), el 28 de mayo tiene la audacia de probar suerte en la dramaturgia, representa en el teatro Metastasio de Roma el drama “Iltraguardo” (la crítica no es indulgente y recomienda al autor que se dedique a escribir versos) y en verano publica un tercer poemario “Le aureole” (doce poemas, nueve inéditos). Agotado por la tuberculosis, tratando de recuperar la salud, ingresa en un sanatorio de Nocera Umbra, en las primeras semanas de estancia parece sentirse mejor, pero a los dos meses escribe a un amigo “No sé lo que pasa, es como si un vampiro invisible me chupara lentamente y de forma continuada la sangre, me encuentro cada día más postrado y cansado”. Coincide la permanencia hospitalaria (maldita estrella) con el absoluto hundimiento financiero del padre. Obligado por las circunstancias, interrumpe brevemente la cura de reposo y viaja a Cremona, ciudad natal de su madre, con el compromiso de pedir ayuda económica a la familia. En su vida nada es extraordinario o heroico o lo es todo, como en su amor, del que poco se sabe; en Nocera conoce a la joven danesa, Sania, dulce, educada, sensible, la relación es puramente platónica; está en el mismo caso una moza pastelera cremonense que conoció cuando estuvo visitando a sus parientes y con la que mantuvo una breve correspondencia; se ha escrito también de una mujer madura de tono decadente y cosmopolita o de una pobre chica francesa acaso enferma, tal vez discurso íntimo con un alma gemela. 

Atrás queda un nuevo intento de revista efímera “Crónicas Latinas” (tres números entre 15 de diciembre de 1905 y 15 de enero de 1906). Echa de menos las calles bulliciosas, las viejas canciones, las tertulias, los amigos, la noche. A finales de junio de 1906 regresa a Roma. Aliviada la nostalgia publica a dúo con AlbertoTarchiani (mitad y mitad) el “Piccolo libro inutile”, el libro contiene los versos más famosos de Corazzini, aquellos en los que comienza negando su condición de poeta: “¿Por qué me llamas poeta / Yo no soy un poeta. / Yo no soy más que un pequeño niño llorando /…”, en la contraportada de la obra ambos autores declaran que “no se han atrevido a poner precio a este libro inútil, porque, según su criterio, piensan que nadie va a querer comprarlo”. El tiempo apremia, empuja el afán de desarrollar plenamente su experiencia literaria. Sin fecha precisa, en el otoño, publica “Elegía”, considerada su obra maestra, y a finales de año, hace lo propio con “Libro per la sera della domenica”, su canto del cisne que logra despertar el interés de los cenáculos literarios más allá de su corro de amigos. Debido a una subida severa de fiebre tiene que ser hospitalizado en el sanatorio de los Hermanos Hospitalarios de Nettuno. El joven poeta vive los momentos más amargos de su corta vida. Entregado a la dolorosa rutina del régimen sanitario, con el deseo de renunciar al tratamiento y volver a Roma, duerme con el horario de trenes bajo la almohada, a veces se escapa de la casa de reposo y pasa varias horas sentado en el andén de la estación viendo pasar los trenes. En su habitación hay una maleta abierta en el suelo, una gorra multicolor colgando de la pared, un aparador lleno de botellas de medicamentos y pilas de libros. Las sucesivas crisis del mal no dan descanso al poeta, sin embargo, desolado, lo que más le atormenta es la falta de comunicación con los compañeros, aguarda una carta o una postal o una visita aunque sea breve y conmovedora. En este periodo germina la amistad epistolar con el escritor florentino Aldo Palazzeschi. 

Herido mortal, resignado a su suerte, sin esperanzas, con el llanto y la impotencia de las palabras; deserta del sanatorio y vuelve a su hogar, a respirar el aire de sus queridas calles romanas por las que ya no volverá a pasear. Se organiza en su honor una velada poética en la Sociedad de Autores a la que no puede asistir. Las visitas a domicilio de los amigos son cada vez más tristes, testigos doloridos de la devastación. A mediados de mayo de 1907 el médico prohíbe también las visitas y ordena absoluto reposo. La vida cuando ya no es capaz de proporcionar alegría, es el prólogo, es la anticipación, es síntoma de una enfermedad ruin que en silencio se consume al encuentro de la muerte liberadora. A los 21 años, el 17 de junio de 1907, muere Sergio Corazzini en su casa de vía de Sediari. Todos los amigos asisten al funeral, uno de ellos, Ercole Rivalta pronuncia el último adiós. El ataúd cubierto de simbólicos laureles y lirios es enterrado, a la sombra de las estatuas corroídas por el tiempo, en una tumba del cementerio monumental Verano de Roma. 

“Mis libros de poesía son el espejo de mi alma sencilla y humilde” (Sergio Corazzini).