Aunque Papalagi significa “hombre blanco extranjero”, literalmente quiere decir “quebrantador de los cielos”; el primer hombre blanco que desembarcó en Samoa llegó navegando en una embarcación a vela, los nativos que le vieron aproximarse pensaron que había salido de una grieta en el cielo, de ahí la denominación. Traducidos y seleccionados por Erich Scheurman, publicados en 1929 bajo este título, se recogen los discursos del jefe samoano Tuiavii de Tiavea dirigidos estrictamente a su pueblo polinesio, no al lector occidental. En ellos describe, con su particular estilo, lo que sus ojos asombrados observaron a lo largo de un viaje por algunos de los estados de Europa, donde conoció su cultura y sus peculiaridades nacionales. Se tornan los papeles, el explorador blanco se convierte en aborigen exótico y el aborigen exótico se convierte en explorador y nos cuenta sus impresiones etnológicas. Leemos los sentimientos que produce el contacto directo con una civilización ajena, extraña, incomprensible y tecnológicamente más avanzada. El amigo Tuiavii nos dice:
“La carne es pecado, sólo el espíritu cuenta”; esto dicen Los Papalagi, por esta razón llevan el cuerpo enteramente cubierto de taparrabos, esteras y envuelven sus pies en pellejos ajustados y pesados. Es común que los taparrabos de las hembras sean más coloridos, atractivos y finos que los de los machos. La mujer tiene muchas ropas de todos los colores y formas, la mayoría de sus pensamientos están dedicados a la elección de qué taparrabos llevar y cuando. El hombre sólo tiene un traje de fiesta y rara vez habla sobre él. Haciendo todo esto, el cuerpo de Los Papalagi se vuelve de un blanco pálido y carece del color de la alegría. No disfrutan de la vista que les ofrece una doncella esbelta con los miembros brillando al sol. Los Papalagi tienen que cubrirse tanto para esconder su vergüenza por estar locos, ciegos y no sentir los verdaderos placeres de la vida; porque no hay mayor locura que considerar la carne como un pecado.
Los Papalagi viven como crustáceos entre piedras de hormigón. Sus chozas forman filas en los márgenes de las grietas de lava que llaman calles; allí viven en el interior de casas altas del mismo modo que un ciempiés, escondidos detrás de muchas alas de madera que tienen que empujar antes de entrar a un cubículo llamado salón o habitación. Apenas conocen los nombres de los otros y cuando se encuentran, se saludan con un corto movimiento de cabeza o gruñen como insectos hostiles. La ciudad es su creación y su orgullo, Los Papalagi que viven allí tienen gustos raros, sin ninguna razón especial hacen toda clase de cosas que les ponen enfermos, aún así se sienten orgullosos de ellas y cantan odas a su propia gloria, esa gente no ha visto nunca un árbol o un bosque, jamás han visto el cielo claro, ni se han encontrado al Gran Espíritu cara a cara. Debajo de las colmenas donde viven, existen las grandes chozas de seudovida, que El Papalagi llama cine. Mientras sus ojos ven muchos placeres y crueldades, el hombre blanco tiene que permanecer sentado, muy quieto, mirando las imágenes que salen en la gran estera colgada de la pared como si él fuera de una especie distinta, porque están convencidos de que son mejores que aquellos que ven en el haz de luz y que ellos nunca realizan actos disparatados como los que se muestran. En la oscuridad pueden participar de esta seudovida sin avergonzarse, sin que otras personas sean capaces de ver sus ojos; el pobre puede jugar a ser rico y el rico puede jugar a ser pobre, los enfermos pueden imaginar que están sanos y los débiles que son fuertes. En la oscuridad todo el mundo puede conquistar y vivir cosas que nunca serían capaces de lograr en la vida real. Las imágenes crean pensamientos que acaban manteniéndole esclavizado. Cuando el sol está brillando, él piensa todo el tiempo cuanto bellamente brilla, pero cuando el sol brilla es mejor no pensar absolutamente nada, un hombre sabio expondría sus miembros a la cálida luz y no produciría ningún fruto del pensar mientras tanto. Nosotros sabemos que el pensar nos hace viejos y feos antes de tiempo. Los Papalagi eso lo desconocen aunque, curiosamente, sienten pasión por el tiempo, lo toman muy en serio y cuentan toda clase de tonterías sobre él, culpan al Gran Espíritu por no darles más, se lamentan de que el tiempo se desvanece como el humo. ¿Cuántos años tienes?, significa cuantas lunas has vivido. Es alguna clase de enfermedad peligrosa, porque cuando descubren las lunas que suele vivir la gente, entonces se guarda en la mente y pasadas una gran cantidad de lunas dicen: “Ahora, me ha llegado la hora de morir”. Nosotros nunca nos hemos lamentado del tiempo, lo hemos amado, sabemos que alcanzaremos nuestro objetivo a tiempo y que el Gran Espíritu nos llamará cuando perciba que se ha cumplido nuestro plazo.
Cada Papalagi dedica la mayor parte de su tiempo a una profesión. Todo lo que hacen con sus manos o con sus cabezas lo convierten en una profesión. Tener una profesión significa hacer siempre la misma cosa sin obtener ningún placer de ese trabajo, porque su trabajo se come toda la alegría y porque nunca hacen nada por su propio gusto. La profesión también es un espíritu maligno que destruye la vida, un espíritu maligno que murmura promesas dulces a los oídos de la gente a la vez que les chupa la energía de sus cuerpos; están cansados, encorvados y grises, les mata toda luz. Muchos trabajos de su profesión consisten en tallar e inventar cosas. De repente todo el mundo quiere tener tal cosa; la ponen frente a ellos, la adoran y la cantan elegías en su lenguaje. Parece que vivieran sólo para obtener cosas. Coleccionan cosas como un loco colecciona hojas muertas y llenan su cabaña con ellas hasta que todo espacio libre queda ocupado. Esta es la razón porque la tierra se ha vuelto tan triste. Es signo de gran pobreza que para vivir, alguien necesite de muchas cosas, porque de ese modo demuestra que carece de los elementos importantes del Gran Espíritu. El sueño del Papalagi nunca es tranquilo, siempre tiene que estar alerta, constantemente, para que las cosas que amasa durante el día, no le sean robadas por la noche. Jamás hallan el verdadero reposo: esa cabaña donde sólo hay una estera para dormir y un envuelvecama, y donde nada te turba salvo la suave brisa del mar.
Para obtener las cosas que les gustan, Los Papalagi necesitan dinero, cuanto más dinero acumulen más cosas tienen. Aman el dinero, dan la alegría a cambio de dinero, dan la salud a cambio de dinero; ellos adoran el papel tosco y el metal redondo, invocan al dinero como su único dios. En la tierra del hombre blanco es imposible estar sin dinero, tienes que pagar por todo, incluso para nacer tienes que pagar, incluso para morir tienes que pagar. En la tierra del Papalagi el hombre no es respetado por su nobleza o su valor, sino por la cantidad de dinero que acumula. Siempre se está devanando los sesos para sacar mayor provecho de los bienes de la tierra y su consideración no es por humanidad, sino sólo por el interés de una simple persona, esa persona son ellos mismos. En nuestro idioma “lau” significa “mío” pero también significa “tuyo”, es casi lo mismo; sin embargo en el idioma de Los Papalagi es difícil encontrar dos palabras que difieran tanto en significado como “mío” y “tuyo”, “mío” significa que algo me pertenece por entero a mí, “tuyo” significa que algo pertenece por entero a otro. Aquellos que tienen mucho deberían dar una parte, pero no quieren hacerlo; los que no tienen quieren también algo, pero no consiguen nada. Los hombres blancos no se dan cuenta que Dios creó el mundo para la felicidad y disfrute de todos y no sólo para unos pocos, mientras el resto sufre penalidades y necesidades. Dios no quiere que uno tenga mucho más que otro o que alguien diga: “estoy de pie bajo un rayo de sol y tú debes permanecer a la sombra”. Los Papalagi, aunque se llaman a sí mismos hijos de Dios y tienen su fe confirmada en escrituras sobre esteras, todavía sus enseñanzas les son extrañas, incluso aquellos que hablan sobre ellas. Los Papalagi retan a Dios, pero Dios es más fuerte que ellos y decide quien muere y cuando sin importar su riqueza.
El misionero dijo: “Dios es amor”, esta es la razón por la que el hombre blanco reza al Gran Espíritu, pero el misionero nos ha mentido. Sé que el Gran Dios nos ama más de lo que los ama a ellos, que nos llaman salvajes, palabra que evoca imágenes de animales con colmillos, carentes de alma. No se entiende donde radica el mérito de la cultura que ellos llaman civilizada, que alinea a su propia gente y les hace falsos, artificiales y depravados. Debemos estar agradecidos por no conocer los pecados y horrores de Los Papalagi.
“La carne es pecado, sólo el espíritu cuenta”; esto dicen Los Papalagi, por esta razón llevan el cuerpo enteramente cubierto de taparrabos, esteras y envuelven sus pies en pellejos ajustados y pesados. Es común que los taparrabos de las hembras sean más coloridos, atractivos y finos que los de los machos. La mujer tiene muchas ropas de todos los colores y formas, la mayoría de sus pensamientos están dedicados a la elección de qué taparrabos llevar y cuando. El hombre sólo tiene un traje de fiesta y rara vez habla sobre él. Haciendo todo esto, el cuerpo de Los Papalagi se vuelve de un blanco pálido y carece del color de la alegría. No disfrutan de la vista que les ofrece una doncella esbelta con los miembros brillando al sol. Los Papalagi tienen que cubrirse tanto para esconder su vergüenza por estar locos, ciegos y no sentir los verdaderos placeres de la vida; porque no hay mayor locura que considerar la carne como un pecado.
Los Papalagi viven como crustáceos entre piedras de hormigón. Sus chozas forman filas en los márgenes de las grietas de lava que llaman calles; allí viven en el interior de casas altas del mismo modo que un ciempiés, escondidos detrás de muchas alas de madera que tienen que empujar antes de entrar a un cubículo llamado salón o habitación. Apenas conocen los nombres de los otros y cuando se encuentran, se saludan con un corto movimiento de cabeza o gruñen como insectos hostiles. La ciudad es su creación y su orgullo, Los Papalagi que viven allí tienen gustos raros, sin ninguna razón especial hacen toda clase de cosas que les ponen enfermos, aún así se sienten orgullosos de ellas y cantan odas a su propia gloria, esa gente no ha visto nunca un árbol o un bosque, jamás han visto el cielo claro, ni se han encontrado al Gran Espíritu cara a cara. Debajo de las colmenas donde viven, existen las grandes chozas de seudovida, que El Papalagi llama cine. Mientras sus ojos ven muchos placeres y crueldades, el hombre blanco tiene que permanecer sentado, muy quieto, mirando las imágenes que salen en la gran estera colgada de la pared como si él fuera de una especie distinta, porque están convencidos de que son mejores que aquellos que ven en el haz de luz y que ellos nunca realizan actos disparatados como los que se muestran. En la oscuridad pueden participar de esta seudovida sin avergonzarse, sin que otras personas sean capaces de ver sus ojos; el pobre puede jugar a ser rico y el rico puede jugar a ser pobre, los enfermos pueden imaginar que están sanos y los débiles que son fuertes. En la oscuridad todo el mundo puede conquistar y vivir cosas que nunca serían capaces de lograr en la vida real. Las imágenes crean pensamientos que acaban manteniéndole esclavizado. Cuando el sol está brillando, él piensa todo el tiempo cuanto bellamente brilla, pero cuando el sol brilla es mejor no pensar absolutamente nada, un hombre sabio expondría sus miembros a la cálida luz y no produciría ningún fruto del pensar mientras tanto. Nosotros sabemos que el pensar nos hace viejos y feos antes de tiempo. Los Papalagi eso lo desconocen aunque, curiosamente, sienten pasión por el tiempo, lo toman muy en serio y cuentan toda clase de tonterías sobre él, culpan al Gran Espíritu por no darles más, se lamentan de que el tiempo se desvanece como el humo. ¿Cuántos años tienes?, significa cuantas lunas has vivido. Es alguna clase de enfermedad peligrosa, porque cuando descubren las lunas que suele vivir la gente, entonces se guarda en la mente y pasadas una gran cantidad de lunas dicen: “Ahora, me ha llegado la hora de morir”. Nosotros nunca nos hemos lamentado del tiempo, lo hemos amado, sabemos que alcanzaremos nuestro objetivo a tiempo y que el Gran Espíritu nos llamará cuando perciba que se ha cumplido nuestro plazo.
Cada Papalagi dedica la mayor parte de su tiempo a una profesión. Todo lo que hacen con sus manos o con sus cabezas lo convierten en una profesión. Tener una profesión significa hacer siempre la misma cosa sin obtener ningún placer de ese trabajo, porque su trabajo se come toda la alegría y porque nunca hacen nada por su propio gusto. La profesión también es un espíritu maligno que destruye la vida, un espíritu maligno que murmura promesas dulces a los oídos de la gente a la vez que les chupa la energía de sus cuerpos; están cansados, encorvados y grises, les mata toda luz. Muchos trabajos de su profesión consisten en tallar e inventar cosas. De repente todo el mundo quiere tener tal cosa; la ponen frente a ellos, la adoran y la cantan elegías en su lenguaje. Parece que vivieran sólo para obtener cosas. Coleccionan cosas como un loco colecciona hojas muertas y llenan su cabaña con ellas hasta que todo espacio libre queda ocupado. Esta es la razón porque la tierra se ha vuelto tan triste. Es signo de gran pobreza que para vivir, alguien necesite de muchas cosas, porque de ese modo demuestra que carece de los elementos importantes del Gran Espíritu. El sueño del Papalagi nunca es tranquilo, siempre tiene que estar alerta, constantemente, para que las cosas que amasa durante el día, no le sean robadas por la noche. Jamás hallan el verdadero reposo: esa cabaña donde sólo hay una estera para dormir y un envuelvecama, y donde nada te turba salvo la suave brisa del mar.
Para obtener las cosas que les gustan, Los Papalagi necesitan dinero, cuanto más dinero acumulen más cosas tienen. Aman el dinero, dan la alegría a cambio de dinero, dan la salud a cambio de dinero; ellos adoran el papel tosco y el metal redondo, invocan al dinero como su único dios. En la tierra del hombre blanco es imposible estar sin dinero, tienes que pagar por todo, incluso para nacer tienes que pagar, incluso para morir tienes que pagar. En la tierra del Papalagi el hombre no es respetado por su nobleza o su valor, sino por la cantidad de dinero que acumula. Siempre se está devanando los sesos para sacar mayor provecho de los bienes de la tierra y su consideración no es por humanidad, sino sólo por el interés de una simple persona, esa persona son ellos mismos. En nuestro idioma “lau” significa “mío” pero también significa “tuyo”, es casi lo mismo; sin embargo en el idioma de Los Papalagi es difícil encontrar dos palabras que difieran tanto en significado como “mío” y “tuyo”, “mío” significa que algo me pertenece por entero a mí, “tuyo” significa que algo pertenece por entero a otro. Aquellos que tienen mucho deberían dar una parte, pero no quieren hacerlo; los que no tienen quieren también algo, pero no consiguen nada. Los hombres blancos no se dan cuenta que Dios creó el mundo para la felicidad y disfrute de todos y no sólo para unos pocos, mientras el resto sufre penalidades y necesidades. Dios no quiere que uno tenga mucho más que otro o que alguien diga: “estoy de pie bajo un rayo de sol y tú debes permanecer a la sombra”. Los Papalagi, aunque se llaman a sí mismos hijos de Dios y tienen su fe confirmada en escrituras sobre esteras, todavía sus enseñanzas les son extrañas, incluso aquellos que hablan sobre ellas. Los Papalagi retan a Dios, pero Dios es más fuerte que ellos y decide quien muere y cuando sin importar su riqueza.
El misionero dijo: “Dios es amor”, esta es la razón por la que el hombre blanco reza al Gran Espíritu, pero el misionero nos ha mentido. Sé que el Gran Dios nos ama más de lo que los ama a ellos, que nos llaman salvajes, palabra que evoca imágenes de animales con colmillos, carentes de alma. No se entiende donde radica el mérito de la cultura que ellos llaman civilizada, que alinea a su propia gente y les hace falsos, artificiales y depravados. Debemos estar agradecidos por no conocer los pecados y horrores de Los Papalagi.