Frontera alemana, un lugar bucólico, las esquilas de las vacas, las campanas de la iglesia; paisajes de calendario. Un laberinto inextricable de construcciones y obstáculos forman parte de la línea fortificada Maginot que Francia construyó de 1930 a 1934. Un rincón encantador de Lorena todo él dedicado a la guerra, guarda bajo su belleza una inmensa ciudad subterránea con todo lo necesario para vivir como trogloditas del siglo XX, resistir y combatir: almacena víveres para varios años, agua procedente de pozos interiores, una central eléctrica que distribuye energía, fuerza y luz, dormitorios de reposo bien aireados, medios seguros de comunicación con el exterior, hospital e incluso una biblioteca, un gimnasio y por supuesto armas modernas. Una vasta fortaleza hormiguero ordenado y disciplinado que se cree perfectamente inexpugnable; se pueden sacrificar aquí un millón de hombres sin avanzar medio paso, es la muralla que impedirá a la cruz gamada ondear en territorio francés. Mundo jerarquizado de arriba abajo, de obediencia fiel a todo lo que se ordene por el bien del servicio, la ejecución de los reglamentos militares y el cumplimiento de las leyes. Súbitamente se apagan las luces, una ráfaga breve de ametralladora automática enfurecida, resuena siniestra amplificada por el eco de las bóvedas; el estruendo rompe la posición de firmes, la uniformidad de las filas, el estado de revista rutinario. Dos cuerpos, el comandante y su subalterno yacen en el suelo. No cabe duda, se trata de un asesinato tan inverosímil, tan inaceptable, posiblemente esté por encima de una cuestión militar. Hay que telefonear a la Central de la División y que las autoridades civiles y militares se hagan cargo de la tragedia. El protocolo dicta la visita de un juez de instrucción, un comisario convencional y varios policías locales, todos ellos espoleados por el Jefe del Estado Mayor. Aquel asunto debe quedar resuelto en breve tiempo, muy breve, demasiado breve, en un santiamén; la vida tiene que reanudarse con sus pequeñas preocupaciones materiales, la vida debe continuar como la guerra que no se para por los caídos en combate. Sobra deber y falta oficio, sobra ímpetu y falta capacidad de ponerse sobre la pista del culpable. El hecho es demasiado peliagudo como para dejar la responsabilidad de las diligencias a suposiciones grotescas. Urge cambiar la cabeza pensante de la investigación. Como adjunto al caso, se destina a un joven comisario de la Sureté Nationale, preciso en la acción y hábil en obtener los resultados que se persiguen.
En el oficio de militar la solidaridad es la base del éxito, las aventuras comunes forjan profundas amistades, confidencias, secretos de cuartel lacrados y sellados a recaudo de la vana curiosidad ajena. Vencer la resistencia, la obstinada conspiración de silencio, situarse hábilmente en pleno centro del drama y penetrar en la intimidad de todos los protagonistas, estudiarles, no cejar ni por un momento, provocar sus confidencias y explorar sus imprudencias, que en la atmósfera aparentemente improvisada de un crimen premeditado, cada cosa ocupe su lugar en el orden material de los hechos.
En el oficio de militar la solidaridad es la base del éxito, las aventuras comunes forjan profundas amistades, confidencias, secretos de cuartel lacrados y sellados a recaudo de la vana curiosidad ajena. Vencer la resistencia, la obstinada conspiración de silencio, situarse hábilmente en pleno centro del drama y penetrar en la intimidad de todos los protagonistas, estudiarles, no cejar ni por un momento, provocar sus confidencias y explorar sus imprudencias, que en la atmósfera aparentemente improvisada de un crimen premeditado, cada cosa ocupe su lugar en el orden material de los hechos.