En 1870 nace en Barcelona
la primera asociación patriótica catalanista, la Jove Catalunya, un club
literario dedicado a la concienciación pero no a la política activa; su
portavoz es la revista La Renaixença, publicación que bautiza al movimiento de
restauración de la lengua catalana como idioma culto. Nadie discute la
primogenitura de La Renaixença en los orígenes sociales del catalanismo.
Mientras para otras nacionalidades la raza o la religión juegan el papel
primordial de signos distintivos en la identidad colectiva, la lengua lo es en
Cataluña. En el despegue y posterior desarrollo del incipiente catalanismo, la
presencia de centros excursionistas, grupos sardanistas y asociaciones
cívico-culturales de talante patriótico, alimentó la labor de forja de un
frente catalán por encima de diferencias ideológicas, a fin de impulsar la
regeneración de España. Aunque el catalanismo en esta fase natalicia no
consiguió una base social suficiente para ser una fuerza política transformadora,
la reina regente María Cristina, en el mensaje de 1888, al lado de la implícita
fidelidad a la monarquía, sugería una solución hermana de la adoptada por su
pariente el Emperador de Austria, que en 1867 concedió a Hungría una amplísima
autonomía encajada dentro de una monarquía dual. Cuatro años más tarde, en
1892, en la segunda asamblea anual de la Unión Catalanista celebrada en
Manresa, se aprueban las bases para la Constitución Regional Catalana,
conocidas como las Bases de Manresa; recogen el primer proyecto de estatuto de
autonomía para Cataluña. Al tiempo que en 1895 empieza a difundirse la
definición de nación catalana; Cataluña es la única patria de los catalanes y
España es solamente el estado al que pertenecen, se diferencian nación y
estado. Sin embargo, este catalanismo entrado en fase nacionalista seguirá sin
ser independentista. El predominio republicano federal en Cataluña se repartirá
entre el catalanismo legítimo de la Unió Catalanista y el catalanismo
conservador de la Lliga Regionalista.
El 11 de febrero de 1906,
se produce un fenómeno muy importante en el desarrollo histórico del movimiento
nacional catalán, en Gerona se presenta la coalición electoral Solidaritat
Catalana; por primera vez el catalanismo es ya un movimiento de masas. A pesar
de sus holgados triunfos en las elecciones provinciales de 1907 y en las generales
de abril del mismo año donde el éxito de Solidaritat fue todavía mayor (de los
44 escaños que los distritos catalanes tenían en el Congreso, 41 corresponden a
la coalición), a corto plazo no consiguió ninguno de sus objetivos, se trataba
de una formación excesivamente heterogénea, la Semana Trágica en julio de 1909
acabó definitivamente con ella. Avanzando en el tiempo, llegamos al 6 de abril
de 1914 fecha en la que se constituye la Mancomunitat de Cataluña, regida por
una Asamblea compuesta por la suma de los diputados de las cuatro diputaciones
provinciales catalanas, siempre presentó una combinación multipartidista pero
con dominio mayoritario del catalanismo. En el transcurso de los años
siguientes las diputaciones fueron traspasando servicios, como el de carreteras
y agricultura, hasta alcanzar la totalidad, y se puso la primera piedra del
aparato educativo catalán. Aunque nunca se alcanzó la normalización lingüística,
se debe a la Mancomunitat el reconocimiento de la lengua catalana como idioma
público y administrativo. Coincide este período histórico con la I Guerra
Mundial; la contienda bélica representa para la industria catalana una
coyuntura de buenos negocios, y la esperanza de los nacionalistas que una
victoria aliada influya favorablemente en el acceso de Cataluña a la autonomía.
Restablecida la paz, a principios de 1919 nace la primera organización
independentista, la Federació Democrática Nacionalista de Francesc Maciá; nos
encontramos en el momento cumbre del movimiento nacional catalán del primer
cuarto del siglo XX.
En 1923 fruto de las
presiones del grupo militar de Barcelona que sólo deseaba la Capitanía General
como único poder en Cataluña, el Directorio militar presidido por Miguel Primo
de Rivera (al que dieron pleno apoyo entidades patronales y burguesas
catalanas, menos preocupadas por el futuro del catalanismo que por la
desarticulación de la CNT y el fin del pistolerismo) prohibió, decretazos
mediante, el uso público de la lengua y la bandera catalanas. La dictadura
junto con la represión de los signos colectivos, supuso para el nacionalismo
radical la demostración del fracaso de la vía política y legal hacia la
autonomía bajo el régimen monárquico y justificó la exploración del camino
hacia la insurrección separatista. Con el propósito de visitar los núcleos
separatistas catalanes en varias capitales iberoamericanas, Maciá emprendió un
viaje que culminó en octubre de 1928 con la asamblea independentista de la
Habana, cuyo proyecto constitucional propugnaba vínculos simplemente
confederales con el resto de España, manteniendo el derecho de separación. La
bandera separatista de las cuatro barras con la estrella solitaria se inspira
en la bandera cubana. Pero la aventura del Estat Catalá no tuvo repercusión en
Cataluña, la línea insurreccional no encontró eco. Devueltas las libertades
democráticas, mientras el catalanismo conservador se veía obligado a apoyar a
la monarquía, las izquierdas catalanas, todavía muy fragmentadas, iban a pactar
con los republicanos y socialistas españoles. La participación de los
nacionalistas catalanes en el comité republicano se logró a cambio de prometer
que en el caso de darse un futuro gobierno republicano, se concediera a
Cataluña un estatuto de autonomía. En 1931 como resultado de la fusión del
Partit Republicá Catalá de Companys, el Estat Catalá de Maciá y el grupo
L´Opinió de Lluhi i Vallescá se crea Esquerra Republicana de Catalunya. Las
elecciones municipales de abril de 1931, tras la derrota del catalanismo
conservador y el arrinconamiento del lerrouxismo en Barcelona, inauguran la
hegemonía de ERC en Cataluña. Al mediodía del 14 de abril, Companys proclama la
República desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona izando la bandera
tricolor. Poco después Maciá declara la República Catalana como estado
integrante de la Federación Ibérica y toma posesión de la diputación; sin
embargo, el mismo Maciá, tres días más tarde renuncia a la República Catalana a
cambio de un poder regional que adopta el nombre de Generalitat. En el gobierno
provisional de la Generalitat están presentes, no sólo Acció Catalana sino
también el PSOE y el Partido Radical, quedando excluida la Lliga condenada al
ostracismo después de haber dirigido el movimiento catalanista durante décadas.
Una comisión redacta el Estatuto, es aprobado por la asamblea de representantes
de los ayuntamientos y sometido a plebiscito el 2 de agosto de 1931, el 99 por
100 de los participantes en la votación ratifica el proyecto de ley estatuaria.
Sin embargo el Estatuto no sería otorgado por la voluntad de los catalanes,
sino por la voluntad de las Cortes españolas donde los catalanes eran una
pequeña minoría, esta circunstancia numérica supuso cambios y algunas
restricciones en el documento original. Implantado el régimen autonómico, en la
elecciones de noviembre de 1933 la victoria de las derechas es en Cataluña
menos amplia que en el resto de España. El problema grave de la República al
igual que de la autonomía catalana, consistía que la derecha republicana, el
Partido Radical, era débil y la derecha mayoritaria, la CEDA, era
antirrepublicana. El 6 de octubre de 1934, el presidente Companys se declara en
rebeldía contra el gobierno Lerroux y anuncia el Estado Catalán dentro de una
República Federal Española, fue un voluntarioso brindis al sol, duró apenas
diez horas; el gobierno de la Generalitat se rindió al general Batet a primera
hora del día 7. En el llamado bienio negro se suspendió el Estatuto de
autonomía y se clausuró el Parlament.
En la elecciones de febrero
de 1936, el Front d´Esquerres (nombre del Frente Popular en Cataluña), ganó en
todas las circunscripciones catalanas, obtuvo el 59% de los votos mientras el Front
d´Ordre conquistó el 41%. La victoria de la coalición de izquierdas era más
amplia en el territorio catalán que en el conjunto de España, donde el Frente
Popular sacó el 48% de los sufragios y las derechas el 46,5%. Duró poco la
alegría en la casa del pobre; uno de los objetivos esgrimidos, desde el
principio, por los militares sublevados en julio de 1936 era la lucha contra la
autonomía de Cataluña, la liquidación –según ellos- del separatismo.
Curiosamente al inicio de la Guerra Civil la autonomía catalana se amplió de
hecho, si bien esto es cierto, la leyenda del individualismo socio-político
catalán cae por su propio peso; al único partido independentista, Estat Catalá,
se le mantuvo durante la guerra al margen de todos los órganos de gobierno y acabó
limitándose a manifestar su apoyo a la Generalitat y a Esquerra Republicana de
Catalunya; se suele olvidar que Cataluña envió tropas al centro de España a
luchar por la República, algunos de esos soldados defendieron Madrid. En medio
del desastre de la Guerra Civil Española, se hundió todo aquello por lo que
diversas generaciones de catalanes habían luchado, la mayoría de los cuadros
políticos, sindicales e intelectuales de la Cataluña republicana de los años
treinta emprendieron el camino del exilio y la clandestinidad. Por más que la
propaganda de los resistentes tratase de ocultarlo, la Guerra Civil también
había sido entre catalanes con sus vencedores y vencidos. La represión contra
los signos de catalanidad se cebó principalmente con el idioma, quedó
totalmente prohibido el uso público y escrito del catalán.
A pesar del aislamiento del
régimen franquista, muy pronto quedó claro que las potencias occidentales
vencedoras de la II Guerra Mundial no intervendrían en el derrocamiento de
Franco y se desentendían de las reivindicaciones catalanas. La distancia entre
los políticos catalanes del exilio y las organizaciones clandestinas del
interior se fue ampliando. La gran mayoría de la burguesía catalana adoptó una
posición acomodaticia, cada vez más iba dependiendo de la oligarquía financiera
franquista; ello explica que puede resultar plausible el papel que, en los años
sesenta, reivindicaron comunistas y socialistas catalanes de representar el
único catalanismo popular auténtico. A mediados de la década de los cincuenta
nace un nuevo movimiento nacionalista de fuerte raigambre católica, opuesto al
catalanismo republicano a quien por su anticlericalismo hace corresponsable de
la Guerra Civil, el sector más activista estaba encabezado por Jordi Pujol. La
creación de una serie de instrumentos culturales, señalan el paso de una etapa
de supervivencia a otra de recuperación renovadora; en los años sesenta y
setenta el desarrollo de la sociedad civil catalana supone un serio desafío
para el régimen franquista: la Nova Canço, el Círculo de Economía, los
movimientos estudiantiles, los años de la “Assemblea de Catalunya”, etc.
Cataluña y sus
reivindicaciones alcanzan un protagonismo destacado en la política española
después de la muerte de Franco. El 29 de septiembre de 1977 se decreta la
Generalitat provisional y el 23 de octubre Tarradellas llega a Barcelona como
presidente. En 1979 el Estatuto es ratificado por los catalanes en referéndum
con una participación del 59,6%. La Unió Democrática de Catalunya, los democratacristianos
por miedo a ser absorbidos por la UCD se coaligan con CDC, toman las siglas de
CiU. Las primeras elecciones autonómicas de 1980 suponen un cambio. Los signos
de identidad se reafirman en las últimas décadas, sin embargo, a pesar de todo,
la frustración del desarrollo autonómico, más cerca del modelo unitario
descentralizado que del modelo federal preferido por el movimiento catalán, ha
producido la aparición de un nacionalismo soberanista oficial ajeno a los
pequeños grupos extraparlamentarios que lo monopolizaban.
La diversidad de minorías
nacionales sin estado, carecen de canales políticos que defiendan su
singularidad y colmen sus aspiraciones dentro de la Unión Europea. La Europa de
las regiones donde podrían encajar los sentimientos de identidad colectiva del
pueblo catalán, está por hacer. La democracia formal se ha basado en el Estado
nacional y no ha aparecido un proyecto alternativo que le pueda sustituir.
Hasta ahora las ideologías uniformistas han estado siempre al servicio de la
influencia de una nación, que presentaba sus objetivos como universales. El
aquí prietas las filas sufre una decadencia evidente que requiere una profunda
renovación, comenzando por aceptar un nuevo marco donde se reconozca la
diversidad nacional del pluralismo ideológico.