Nada de piedad,
nada de lágrimas pueriles.
nada de clemencia.
¡Os lo ruego!
Quien condena a los débiles
se maldice a sí mismo.
Maldigo al hombre
que ofrece su lomo
a las pezuñas de las panzas prominentes.
Maldigo al hombre
que ofrece sus
brazos
a las fauces de
las bocas cavernosas.
Maldigo al hombre
que ofrece su
cráneo
a las garras de los ojos afilados.
¡Yo me maldigo
por no desplegar
la
furia salvaje
y la cólera insatisfecha
contra las blasfemias que estremecen
el alma!