La vida y la muerte; llanto
nocturno del recién nacido envuelto en el ruido y la furia de la tormenta, la
oscuridad de la noche tiene prioridad sobre la claridad del día, la muerte pesa
más que la vida, “durante toda la vida no hacemos más que vagar en torno a la
tumba, nuestras diferentes enfermedades son unas ráfagas que nos aproximan más
o menos a puerto. La muerte es hermosa y amiga nuestra, pero no la reconocemos
porque se nos presenta enmascarada y su careta nos infunde respeto.” El
nacimiento del héroe se manifiesta como acontecimiento dramático y
extraordinario, presagio de un destino señalado por la infelicidad, la tristeza
y la melancolía (la prescrita “enfermedad del siglo”). Se alumbra una
civilización de emociones cambiantes contenida dentro de un periodo histórico
decisivo, aquél en el que se derrumba estrepitosamente un mundo que parecía
consolidado, y de sus escombros nace otro nuevo. Epopeya tejida de elementos
épicos a la medida de la ambición de un hombre de genio, imagen de poeta
despeinado y turbulento fascinado por la insatisfacción, el fracaso y dejar a
la posteridad su reconstrucción personal del pasado, monumental retrato
introspectivo de un brillante hacedor de su propia existencia, quiere antes de
morir explicar su corazón inexplicable.
Militar, viajero, político y
literato vizconde de Chateaubriand, vida y obra imbricadas, antinomia entre
razón y fe, caballero errante con los gustos sedentarios de un monje, aristócrata
de nacimiento y por naturaleza y demócrata por convicción, monárquico legitimista
y al mismo tiempo liberal, enemigo acérrimo del absolutismo; contrarrevolucionario
y defensor de los derechos y libertades públicas, tímido en los salones
cortesanos y audaz en la tribuna pública; honrado y sincero sufrió persecución
bajo todos los regímenes: “escribo para decir la verdad”; gubernamental y
oposicionista, patriota que sirvió a todos los gobiernos y por todos fue
abandonado, “los perros como los hombres suelen ser castigados por su fidelidad”.
Espectador, actor y autor destinado a personificar los principios, ideas,
acontecimientos, desastres de un tiempo en el que la acción intelectual impulsó
la acción material, originando cambios irreversibles en el futuro de Francia y
del mundo. A la actividad política entregó la mayor parte de su vida, ejerce de
embajador y ministro entre otros cargos, fue testigo directo cuando no artífice
de la Monarquía, la Revolución, el Imperio y la Restauración; presencia el paso
de la antigua monarquía a monarquía constitucional y de ésta a república, ve a
la república convertirse en despotismo militar y como el despotismo militar se
transforma en monarquía libre. Conoce, trata y retrata a las figuras más
relevantes del momento; reyes, emperadores, gobernantes, estadistas, papas; no
escatima en dedicar páginas severas a Napoleón, a quien compara con otro
ilustre prohombre, Washington; “Washington no pertenece, como Bonaparte a esa
raza que rebasa la estatura humana. Washington no derriba tronos, pero cuanta
luz iba a brotar de aquella humildad profunda. Regístrense los bosques donde
brilló la espada de Washington y ¿qué se hallará en ellos?, ¿sepulcros? No, un
mundo, Estados Unidos”. “Washington y Bonaparte salieron del seno de la
democracia, el primero le fue fiel, el segundo le hizo traición. La República
de Washington subsiste y el Imperio de Bonaparte ha caído”. Gran parte de los
escritos publicados en ambos tomos de esta recopilación concentran sus energías
en ajustar las cuentas a la ascensión, auge y caída de le Petit Caporal, ponen
su acento en desmontar el mito; “Napoleón era su propio actor. No se hubiese
creído héroe si no se hubiese disfrazado con el traje del héroe. Las cualidades
de Napoleón se encuentran tan adulteradas en las gacetas, folletos, versos y
hasta canciones imperialistas que no es posible reconocerlas”.
Pero estas memorias son
mucho más, un continente de cuyo contenido a modo de ejemplo entresacamos
algunas reflexiones; sobre la monarquía (a la que siempre se ha sentido unido,
renunciando a honores por defenderla) “ya no es posible un gobierno de
adoración, de culto y de misterio, cuando todo el mundo conoce sus derechos”;
sobre el protestantismo “no es más que una herejía ilógica en religión y una
revolución abortada en política”; sobre Inglaterra, “le han importado poco los
reyes y la libertad de los pueblos. Siempre está dispuesta a sacrificar sin
remordimientos a sus intereses particulares monarquías y repúblicas”; sobre la
revolución, “es un jubileo que absuelve todos los crímenes, al mismo tiempo que
permite los más grandes”; sobre la sociedad cristiana, “desde Jesucristo hasta
nuestros días, es la sociedad de la igualdad entre los hombres, la igualdad
social del hombre y la mujer. La sociedad sin esclavos, o por lo menos, sin el
principio de esclavitud”; sobre los Papas, “recibieron la misión de vindicar y
mantener los derechos del hombre”; sobre España, “es posible que subsista
durante algún tiempo rigiéndose por instituciones populares, si se dividiese en
repúblicas federales, forma política que le es más conveniente a causa de la
diversidad de sus reinos, de sus costumbres, de sus leyes y hasta de sus
lenguas”; sobre el parlamento, “se habla en la tribuna el lenguaje de la
propaganda”; sobre gobernar, “la debilidad del gobierno sólo se salva por la
cobardía de las poblaciones”. Fin de la fraseología.
Se insiste que lo reseñado
pertenece a un surtido selecto, un entremés sustancioso y representativo de los
42 volúmenes (escritos de 1809 a 1841) que componen las confesiones políticas,
sociales, vitales y filosóficas del ciudadano Francois-René de Chateaubriand.
Por sus características, prosa poética, estilo melancólico, introspección
individualista; por encima de su naturaleza, la voz de un cronista omnisciente
destinado a buscar la verdadera libertad y la verdadera gloria en tiempos
angustiosos, cuya influencia impregnó el ideario de los jóvenes románticos
franceses; se levanta la construcción de un edificio entre operístico e histórico
que atraviesa la literatura.
“Sólo a nosotros que somos
vulgares, nos es permitido hablar de nosotros mismos, porque de otro modo nadie
hablaría”.