IAIN M. BANKS; “PENSAD EN FLEBAS”.
La nave sin nombre,
desprovista de tripulación humana, un híbrido mecánico construido con
fragmentos y piezas procedentes de los desguaces de otras naves; la mayor parte
de los sensores y los decrépitos sistemas de armamento y energía son
defectuosos, el único componente perfecto es la poderosísima Mente. Existen
razones suficientes para creer que la Mente pertenece a una nueva clase de
Vehículos Generales de Sistemas (VGS), que están siendo desarrollados por La
Cultura. El encuentro y captura de esa especie de superordenador, por cualquier
civilización, puede suponer un triunfo económico y militar transcendental.
Entra en juego la epopeya de dos pueblos galácticos:
El Imperio Idiran; cuyos
naturales son llamados idiranos, seres asexuados (los órganos reproductivos
desaparecen en el interior de su cuerpo), hermafroditas duales, cada mitad de
una pareja impregna a la otra. Son astutos pero también estrechos de mente,
lógicos, poco imaginativos, incapaces de sentir compasión, implacables y fríos
en sus decisiones, desprecian el dolor con orgullo. Defienden la anacrónica
vida biológica. Odian el exceso de curiosidad y se contentan con llevar una
existencia flemática. Para ellos una nave es un medio de transporte, cuyo uso
se destina a viajar entre planetas o como dispositivo de protección; el nombre
de cada nave debe reflejar la naturaleza de su proyecto, sus deberes y el uso
que se va a hacer de la misma. La única creencia de los idiranos carente de
pruebas es que la vida tiene un sentido y un propósito, que existe un algo
superior a quien puede llamarse Dios, y ese Ser Supremo desea una realidad mejor
para sus creaciones; el Imperio Idiran persigue ese mismo objetivo, es por ello
que se considera el brazo ejecutor de Dios. Guiados por su fe, los idiranos justifican
la conquista de todas las especies a las que juzga inferiores, pretenden
incorporarlas a su imperio fuertemente anclado en la religión y el comercio. El
alto mando idirano considera la guerra, desde mucho antes de ser declarada,
como una continuación de los sacrificios permanentes exigidos por la
colonización teológica; la guerra modela, es una parte de la vida y del proceso
evolutivo, sus rigores fortalecen la disciplina. Basándose en estas premisas
beligerantes la civilización de Idiran lleva a cabo todas las alteraciones
sociales y económicas necesarias para la contienda bélica.
La Cultura; cuenta con más
de dieciocho trillones de personas, cada una de ellas está bien alimentada,
goza de una excelente educación y posee una mente despierta y vivaz;
llevan una existencia relativamente hedonista y libre de preocupaciones
argumentada en su dedicación a la filantropía y las buenas obras. Componen una
sociedad que aborrece toda clase de elitismo, que adora la ausencia de secreto
y se aferra a sus absolutos: vida=bien, muerte=mal, placer=bien, dolor=mal.
Presta poca atención a la sustancia de la fe; opina que la locura y las
creencias religiosas comparten los mismos delirios. Sus gentes se encuentran
más allá de las consideraciones prácticas y materialistas que se guían por
criterios de riqueza o de posesión. Son lastimosos mutantes, un callejón sin
salida evolutivo, servidores de las máquinas, están gobernados por artilugios
tecnológicos; cada nave es para ellos una auténtica obra de arte y la
demostración máxima de sus habilidades son los Vehículos Generales de Sistemas;
los VGS mucho más que meras espacionaves de tamaño gigantesco, constituyen
hábitats, universidades, fábricas, museos, astilleros, bibliotecas,… inmensas
naves-mundo autosuficientes, independientes del exterior, productivas,
embajadas técnicas e intelectuales de La Cultura, representan La Cultura, son
La Cultura, instrumentos de paz no de colonización, ni de explotación, ni de
guerra. La Cultura entra en la guerra como un mal necesario, como un compromiso
moral desagradable, va a la que desde el principio fue una guerra de religión,
no por ansias de conquista o de anexión de territorios, ni de venganza por la
pérdida de vidas, maquinaria o recursos materiales, sino por algo mucho más
valioso, para proteger la paz espiritual y conservar su ser, la única razón:
defender la quintaesencia vital de su alma.
El Imperio Idiran considera
a La Cultura una civilización en decadencia que, con su ejemplo, desea
arrastrar a otras civilizaciones en su caída. Lo peor que le puede ocurrir a la
galaxia es que La Cultura salga victoriosa de la guerra; es por eso que el
pueblo idirano no se rendirá nunca, seguirá luchando hasta que el último
miembro de su raza o de ellos sea exterminado: ¡vencer o morir! La Cultura
demasiado civilizada y sofisticada para odiar a sus enemigos, intenta
comprenderlos y comprender los motivos para superarles en ingenio y una vez
vencidos, tratarles de forma que nunca más vuelvan a ser oponentes. Al final el
cinismo de la guerra hace que unos y otros acaben pareciéndose. Sin tener una
idea muy clara de por qué se empezó la contienda bélica, el escenario de las
hostilidades se fue extendiendo hasta abarcar un volumen de cosmos cada vez más
inmenso. La guerra moderna sobrepasa la escala humana, se puede atacar y
destruir planetas enteros situados fuera del propio sistema solar a años luz de
distancia, esta fuerza supone un poder de destrucción inimaginable.
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La guerra se desarrolló
durante cuarenta y ocho años, con muchas batallas, grandes campañas, intentos
de alcanzar acuerdos de paz, famosas victorias, inesperadas derrotas, tensas
pausas, errores trágicos, acciones heroicas, éxitos, fracasos, conquistas y
reconquistas; el número de bajas entre población civil, soldados, máquinas
combatientes y robot se cuenta por billones. Fue una guerra breve y de poca
importancia, raramente su magnitud sobrepasó el 0,02% de la galaxia y afectó al
0,01% de la población estelar; aún así, las crónicas antiguas consideran que la
contienda bélica entre el Imperio Idiran y La Cultura fue el conflicto más
significativo de los últimos cincuenta mil años