De las ruinas de las antiguas ciudades, aquéllas que en ningún tiempo edificó la mano del hombre, muros que otrora en su esplendor fueron testigos de escenas de las que jamás debe hablarse, ni en las peores pesadillas. De los páramos brumosos, húmedos y sombríos, cruzados por caminos desolados que sólo unas pocas conciencias elegidas se atreven a transitar, veredas malditas en la noche eterna resuenan ecos de muerte y los murciélagos aletean como almas perdidas. De las junglas negras, salvajes y peligrosas donde en el amanecer cotidiano las bestias y los hombres lidian por la supremacía del dominio, el rugido de los leones hambrientos de caza retumba entre los árboles raquíticos, las hierbas altas, los matorrales espesos y los arbustos espinosos, el murmullo de los tambores a lo lejos suena con amenazas de barbarie e invocaciones de antiguos ritos primitivos. De los cenagales putrefactos, escondite de alimañas temibles, monstruos rezumantes de estremecedora maldad, refugio de todos los seres perversos que huyen de la creciente luz de la civilización y el progreso, espectros vomitados por los intestinos del averno. De los reinos extraños, de los mundos misteriosos, de los paisajes secretos, del mismísimo infierno emerge una figura alta, enjuta y recia, rostro ascético y pálido, ojos profundos y helados, expresión entre meditabunda y cadavérica, vestida de forma sepulcral, pistola y espada en mano; desde el sombrero de ala ancha calado hasta la punta de las raídas botas de cuero cordobés le sobra coraje, la pose advierte que no siente miedo ni retrocede ante nada ni nadie; es un puritano dispuesto a combatir a Satanás y sus poderes ultraterrenos, es un hombre que sólo depende de sí mismo para sobrevivir, que si ha de morir será a su manera, peleando de frente. Odia la traición y con mucha más inquina al traidor. No es más que un vagabundo sin tierra, un caballero andante fuera de época, amigo de los seres desvalidos, protector de las mujeres débiles y los niños desamparados, dispuesto a vengar todos los crímenes cometidos contra la rectitud y la justicia, hacer frente a la crueldad, el ultraje, la opresión y la tiranía, la bestialidad primordial desatada; son suficientes razones para acallar los gritos de la conciencia y mitigar el dolor de los remordimientos. Cuando el fuego del odio se desata jamás titubea, se mueve con la ligereza centelleante de un gato y la técnica fría y calculadora de un matarife. Nervios de acero, músculos de hierro, hielo en las venas, alma y cuerpo de espadachín; “El Rey de Espadas de Devon” le nombró Sir Francis Drake. Salomon Kane de quien dicen es la cara oculta del diablo, “Dios hizo a Kane una capa de cólera y una espada de redención”. Explorador, descubridor, aventurero de inquebrantable fe en la rectitud de su causa, consagra su vida a perseguir a los poderes de la oscuridad, y sólo le infunde temor el hecho de morir sin tener la oportunidad de defenderse. Salomon Kane, el único mortal que desafía al valor adentrándose en los secretos de la vida y de la muerte propiedad de los dioses ancestrales.
Escuchar la llamada de la aventura, sin resistirse. El fuego continuo del misterio y el terror exacerba el deseo incesante de enfrentarse con lo ignoto, de oponerse a la inescrutable fatalidad que rige los designios humanos. Arriesgar la vida por una causa, una quimera, es lo que hace atractiva la existencia misma, penetrar en las sombras (allá donde la muerte es una liberación misericordiosa) en busca de la sabiduría es el motivo vibrante y magnético tan antiguo como el alba del mundo.