Oficina de Empleo:
Manos que sostienen tiques numerados, sentados o de pie números atentos a la pantalla digital, hacinados en la sala de espera, en el vestíbulo y alrededor de las puertas de entrada. Media mañana, el ritmo de las diligencias burocráticas se ralentiza, sólo tres mesas quedan operativas, los servidores públicos ejercen su derecho al desayuno. Cumplido el tiempo, vuelven los funcionarios quejosos del frío y del exceso de trabajo. Toca mi turno. A la persona que me atiende le deseo buenos días y buen provecho. Me clava la mirada, una más de las muchas que llevo clavadas. En el silencio de su malmirar cobran sentido mis palabras.
Me falta un documento. Siempre me falta un documento. ¿No ha leído el oficio donde se detallan los trámites a seguir y la documentación que debe presentar?, me reprende. No, contesto que no, que yo sólo leo poesía, por eso estoy allí.
Cumplimentamos el cuestionario. ¿Puesto de trabajo en el que desea demandar empleo?, pregunta. Náufrago, respondo. Ese puesto de trabajo no consta como registrado, encaja sin inmutarse. Inscríbale para mí y así queda registrado, digo. Administrativo, anota… Sé que está mintiendo.