Se despeja el cielo,
espacio azul, sombras de nubes volando como una cometa, el sol sale iluminando
la mañana, el hielo es empujado al pasado, el invierno abre los ojos a la
primavera. La acostumbrada calma, la soledad, despiertan a los espejismos que
duermen; sorprende haber dejado atrás la batalla contra las circunstancias
climáticas y alcanzar el tiempo añorado. El órgano de la iglesia se mezcla con
el rumor que viene de la calle, la paz, la libertad, la tranquilidad de
observar el mundo se manifiesta en la música; sonidos que traen recuerdos,
pensamientos como retratos de fantasmas iluminados, estampas de una ciudad
hormigueante de hogares, hormigueante de tazas de café, hormigueante de voces,
hormigueante de zapatos y hormigueante de huecos dejados por los muertos.
Mirando tras el cristal de las ventanas lo que se ve no es nada frente a lo
oculto, las calles, los edificios, los monumentos, no son nada más allá de lo
soñado.
Una imagen que avanza en
el vacío, sobria, resplandeciente, despojada de ropajes retóricos, atraviesa el
sentir del lector; el lector que intuye, el lector que llena los silencios de
las páginas centelleantes que tiemblan en el libro de las contradicciones, lee
en la noche, lee para liberar la verdad, lee para proveerse de energía humana.
Cientos de miles de lectores, cientos de miles de sueños, cientos de miles de
voluntades indefensas, que giran agarrados a la tierra con la esperanza de
poder cambiar la luz que ilumina los escritorios donde se decide el destino del
hombre.
