Suena lejano el trueno,
cada vez más lejos, como una isla que flota en el espejo de otro horizonte.
Desaparece en el bosque interior el otoño, huyen las hojas, llegan los días
tranquilos, helados del invierno. La llanura albina brota irreal ausente de
estrellas, parece inmóvil. Eternidad cautiva. Cada forma tiene su sitio en el
paisaje, las cabañas, el humo flameante de las chimeneas, el murmullo de voces
(algunas sin vida) tras las sombras, que no se inmutan, que al pasar por el
camino de los ecos no vuelven la cabeza. Difuminados en el vaho del bosque un
árbol o un hombre, un hombre como un árbol o un árbol como un hombre hierático
en el acantilado de los escollos del mundo, mirando fijamente la luz resbalar
sobre el hielo, vigilante se arrastra hasta el mediodía del mar. Tierra costera
de neblinas, se oye a las gaviotas espantar el tiempo, juegan a componer haikus
de navidad, impresiones de una visita a la fantasía del invierno estival (un
lugar donde todo son sueños). Llueve sobre las lanchas azotadas por la fuerza
del viento, llueve sobre los barcos, llueve sobre las montañas, llueve sobre la
vejez y la miseria, la lluvia saca lustre al brillo de la naturaleza, verde
brillo de las praderas, húmedo brillo de la tundra, rojo brillo de la pared del
granero. Bajo la lluvia crecen las calles a medianoche.
Se despeja el cielo,
espacio azul, sombras de nubes volando como una cometa, el sol sale iluminando
la mañana, el hielo es empujado al pasado, el invierno abre los ojos a la
primavera. La acostumbrada calma, la soledad, despiertan a los espejismos que
duermen; sorprende haber dejado atrás la batalla contra las circunstancias
climáticas y alcanzar el tiempo añorado. El órgano de la iglesia se mezcla con
el rumor que viene de la calle, la paz, la libertad, la tranquilidad de
observar el mundo se manifiesta en la música; sonidos que traen recuerdos,
pensamientos como retratos de fantasmas iluminados, estampas de una ciudad
hormigueante de hogares, hormigueante de tazas de café, hormigueante de voces,
hormigueante de zapatos y hormigueante de huecos dejados por los muertos.
Mirando tras el cristal de las ventanas lo que se ve no es nada frente a lo
oculto, las calles, los edificios, los monumentos, no son nada más allá de lo
soñado.
Una imagen que avanza en el vacío, sobria, resplandeciente, despojada de ropajes retóricos, atraviesa el sentir del lector; el lector que intuye, el lector que llena los silencios de las páginas centelleantes que tiemblan en el libro de las contradicciones, lee en la noche, lee para liberar la verdad, lee para proveerse de energía humana. Cientos de miles de lectores, cientos de miles de sueños, cientos de miles de voluntades indefensas, que giran agarrados a la tierra con la esperanza de poder cambiar la luz que ilumina los escritorios donde se decide el destino del hombre.
Una imagen que avanza en el vacío, sobria, resplandeciente, despojada de ropajes retóricos, atraviesa el sentir del lector; el lector que intuye, el lector que llena los silencios de las páginas centelleantes que tiemblan en el libro de las contradicciones, lee en la noche, lee para liberar la verdad, lee para proveerse de energía humana. Cientos de miles de lectores, cientos de miles de sueños, cientos de miles de voluntades indefensas, que giran agarrados a la tierra con la esperanza de poder cambiar la luz que ilumina los escritorios donde se decide el destino del hombre.