Vaqueros ajustados, chaleco liso blanco, pañuelo enhebrado a las trabillas del cinturón, bigote tupido pulcramente recortado; identidad que se proyecta desde lo alto del escenario, look icónico de un artista extravagante. Puede que sea el showman más grande que haya parido el rock en toda su historia. “Yo cambio cuando salgo al escenario. Me transformo completamente en ese showman total. Lo digo porque eso es lo que tengo que ser”. Nacido un jueves 5 de septiembre de 1946 en el Hospital Gubernamental de Zanzíbar dentro del seno de una familia parsi devota de la fe zoroástrica, Farrokh Bomi Bulsara era una estrella antes de ser una estrella o dicho de otro modo, el chico reservado, taciturno, dolorosamente tímido, agobiado con su orientación sexual, de buenos modales con una vena pícara que inspira ternura y desata el instinto maternal entre las chicas, era Freddie Mercury antes de ser Freddie Mercury. Con espontaneidad los condiscípulos, colegas y profesores del respetable internado inglés donde educa su adolescencia comienzan a llamarle Freddie, el diminutivo anglosajón le complace sobremanera y arraiga para alivio suyo entre sus padres y demás familiares que frecuentan su uso hasta anular totalmente su verdadero nombre. Por aquel entonces el St. Peter´s estaba considerado como el mejor colegio privado de Panchgani (India), pese a su estricta disciplina y severas normas el centro gozaba fama de mantener una atmósfera familiar, cordial e incluso divertida, atributos pedagógicos insuficientes para soslayar el profundo resentimiento que desarrolla hacia sus padres, responsables de aquella separación desgarradora. “Aprendí a cuidar de mí mismo, y crecí deprisa”. La relación con su padre y su madre se vuelve distante, aunque con la madurez que da el paso del tiempo, poco a poco fue capaz de superar sus sentimientos de rechazo. En el colegio Freddie destaca en actividades individuales, es campeón de Ping-Pong, expone querencia hacia la asignatura de arte, la mayor parte del tiempo libre lo consume dibujando y pintando, exalta la música contemporánea, descubre la música clásica , adora sobre todo la ópera, se matricula en piano y aprueba los exámenes de teoría y práctica hasta cuarto curso. Para dar rienda suelta a su desmedida vocación musical se incorpora al coro colegial y con sus amigos íntimos forma su primer grupo “The Hectics”. Completado el ciclo formativo, con el título de graduación bajo el brazo, parte a Inglaterra donde se instala su familia huyendo de la violencia revolucionaria desatada en Zanzíbar. Los Bulsara nunca regresarán a la isla.
Londres supone para Freddie el descubrimiento del paraíso. Estudia diseño gráfico e ilustración, entretiene las clases dibujando bocetos de sus compañeros y de su idolatrado Jimi Hendrix, con cuya imagen empapela las paredes del minúsculo apartamento donde malvive en Kensington. El derroche de energía desplegado sobre el escenario, el estilo provocador, la capacidad de interpretar cualquier canción de forma innovadora por ramplona que fuera logrando que sonara audazmente original, el estilo Hendrix ejerce una influencia magnética en la vida de Freddie que toma la decisión de reinventarse a sí mismo a imagen y semejanza del roquero estadounidense. En su fuero interno, si una cosa tiene clara es que no desea ejercer otro trabajo que no sea la música, ambiciona formar su propia banda. Intentos fallidos, idas y venidas, una audición y dos amigos socios de piso, Brian May y Roger Taylor, desembocan en Queen, palabra de aroma regio, atrevida, andrógina, con vínculos homosexuales y connotaciones gais, que Freddie propone y los demás (Brian y Roger) disponen vencidas sus muchas reticencias. Poderoso argumento, los nombres de una sola palabra funcionan mejor en el mercado de la publicidad artística. Una vez creada la identidad del conjunto, ha llegado la hora de la transformación personal. Abandona el apellido Bulsara en favor de Mercury ( antiguo mensajero de los dioses en la mitología romana). La fascinación de Freddie por la mitología y la astronomía se evidencia cuando diseña el legendario logotipo de Queen: junto a la figura principal del ave Fénix con las alas desplegadas, símbolo de la inmortalidad, incorpora el signo del zodiaco de cada uno de los miembros del grupo. A las tres patas del banco, más tarde, se une una cuarta, la formación queda cerrada e inalterable prácticamente en el tiempo: Freddie Mercury (voz), Brian May (guitarra), Roger Taylor (batería), John Deacon (bajo); cuatro personalidades dispares, hijos de diversas influencias, con gustos complementarios que cuando convergen en un mismo punto despliegan todas sus dotes musicales al servicio de una gran fuerza creativa. Aunque consideran a Freddie y a Brian los compositores principales, se acaban las rencillas cuando los cuatro músicos deciden atribuir la autoría de las canciones al grupo en su conjunto, de forma que todos ingresan lo mismo por cada disco publicado. Los Queen siempre fueron unos profesionales del rock and roll modélicos, comprendían en qué consistía el negocio. No aspiraban a ser los mejores amigos unos de otros, se llevaban bien y se respetaban.
Los inicios de Queen por el proceloso mar de la música popular no difieren mucho del tópico habitual; actuaciones donde se puede y dejan, teloneros, maquetas, llamadas a las puertas de las discográficas y cuando parece que el rumbo es a ninguna parte, graban un primer disco que algún crítico visionario en particular califica de “cubo de orina”, pero el público soberano comienza a prestarles oído, el álbum se escucha, gusta, se vende, permanece dieciséis semanas en las listas de éxitos, alcanza el puesto 24, consigue un disco de oro. Las lanzas se tornan cañas, en Estados Unidos son aclamados como “un nuevo y apasionante talento británico”.
El éxito regala a Freddie todo lo que siempre ha soñado, un hábitat natural donde dar salida a su creatividad, interpreta las canciones para que sean absorbidas, identificadas, empatizadas, ofrenda su calidad instintiva de estrella a una multitud que le pide más y más, a veces da tanto que sobrepasa lo que pueden soportar su cuerpo y sus cuerdas vocales. En cada gira, en cada concierto pone un toque personal: un saludo en la lengua del país, una canción tradicional, una bandera británica a modo de capa forrada con la enseña nacional correspondiente; es la forma de devolverles el cariño a los fans que le aclaman, que le vitorean, que le adoran. Perfeccionista, diseña sus números con esmero, manteniendo el control de las poses sin que su presencia como líder se proyecte por encima de la imagen del grupo, en primer lugar se considera un artista, un músico, un intérprete y después una astro del rock. Fuera del escenario, apagado el brillo de los focos, en la trastienda de la vida cotidiana, Freddie es una persona preocupada por no parecer ridícula, le inquieta que la gente pueda burlarse de él a sus espaldas, obsesión que posiblemente sea la causa de sus ataques de mal humor, egocentrismo y petulancia, sin embargo básicamente es un ser humano amable, considerado y generoso a quien no le importaba dar sin esperar a recibir nada a cambio. Cuando está relajado entre amigos se muestra divertido y cordial. Huye de llamar la atención, intenta por todos los medios confundirse con el paisaje. Su conducta es elegante, cortés y discreta. Cultiva un halo de personaje misterioso negándose a conceder entrevistas, salvo aquellas ineludibles relacionadas con el lanzamiento de un nuevo trabajo. Entre sus gustos se encuentra el dhansak (un plato indio muy popular en la comunidad parsi), las galletas de queso de su madre, preparar el té, la ópera (Montserrat Caballé tiene la mejor voz de todos los seres humanos vivos – declara), el ballet, los clubes de bullicioso ambiente gay, la cocaína y el sexo; colecciona amantes con la misma apetencia que porcelanas y pinturas japonesas (cultura, arte y tradición que le deslumbran). La fama y la riqueza ponen a su alcance todos los caprichos que desea, puede comprar cualquier cosa, puede ir a dondequiera se le antoje. Su forma de vida se ajusta al cliché sexo, drogas y rock and roll. Se considera a los Queen como “los organizadores de las fiestas más pervertidas del rock”, apreciación un tanto exagerada. Freddie prueba y saborea hasta los límites los peligros de la mala vida, lleva una existencia a lo grande, chocante, estrafalaria, polifacética, promiscua, a veces fuera de control. Quizás por el tormento del alma o por miedo a la soledad y al vacío, desafía al cuerpo a estar vivo (otra raya más, otro ligue más) y el cuerpo responde al órdago de los excesos. La vergüenza, el dolor, el oprobio, la desinformación, el interés morboso de la prensa por una enfermedad que en sus inicios se considera propia de homosexuales y drogadictos. Los periódicos, las revistas disparan los rumores y emprenden la carrera por conseguir fotos de un demacrado Freddie Mercury, que no entiende por qué su padecimiento es asunto público si a nadie más le concierne, sólo a él. Sabe que tiene los días contados. La rutina doméstica se instala en su domicilio de Londres, rodeado de sus gatos (a los que adora como si fueran sus hijos), sus mascotas, sus carpas koi, su novio y sus amigos íntimos. Se redacta el texto del último comunicado que se leerá a las legiones de seguidores de todo el mundo. Toma la decisión de dejar la medicación. “El gran fingidor”, la prima donna del rock se deja ir. Certificado de defunción: “Causa de la muerte, a) Bronconeumonía, b) Sida.
Su legado: Más de setecientos conciertos, algunos inolvidables como el de Live Aid, otros emblemáticos como el celebrado en el Népstadion de Budapest. Un catálogo impecable, brillante, indefinible de álbumes, singles y vídeos. Un repertorio ecléctico que mezcla estilos desde el rock, el pop, el funk hasta el folk y la ópera. Canciones e himnos de fama reverencial. Una vitrina nutrida de premios… Y, “god sabe the Queen”.
“Freddie Mercury hizo lo más importante de todo. Murió joven. En vez de convertirse en una vieja reina gorda, hinchada y presuntuosa, murió en la flor de la vida y se conserva con esa edad para toda la eternidad” (Dr. Cosmo Hallstrom).
Pasea arriba y abajo contando las matrículas de los automóviles aparcados junto a la acera, par o impar; mirando las fachadas de los edificios, a izquierda y a derecha. Así vive toda la tragedia de sus amaneceres.
Ayer como hoy si se anda sobrado de ambición, falto de escrúpulos y ojo avizor para cazar chanchullos, el negocio en sectores especulativos puede generar grandes beneficios económicos, tantos como para, de la noche a la mañana, convertir a un avispado empleado de banca (en sus lejanos inicios botones con librea azul) en un financiero ricachón. El pelotazo bursátil revienta las huchas de dinero, permite el cambio de residencia (atrás queda el viejo barrio humilde), llena espaciosos armarios roperos de lujosas ropas, contrata a la servidumbre y cambia las costumbres: ¡cuidado!, en presencia de los sirvientes la familia debe tratarse de usted, es importante guardar las formas porque los sirvientes son los que crean una reputación yendo de una casa a otra contándolo todo. En brazos de la fortuna, los nuevos ricos con delirios de grandeza, entran en el paraíso de las apariencias visibles, urge el reconocimiento social, ¿de qué servirían las suntuosas mansiones, los coches bonitos, los vestidos elegantes, las piedras preciosas, si no se forma parte de la alta sociedad? La llave que abre la puerta de entrada a la feria de las vanidades puede ser un baile distinguido, organizar un magno acontecimiento social que corone la necesidad de reconocimiento del Gran Mundo. Se comienza por elaborar la lista de invitados; en la primera recepción hay que recibir a gente de distinto pelaje, invitar a diestro y siniestro sin distinción ética o moral siempre y cuando tengan dinero o título o ambas cosas a la vez, orgullosos pavos reales que vayan a mostrar la cola; sin faltar, claro está, algún pariente próximo para que, al día siguiente, difunda la buena nueva y otros miembros de la familia se mueran de envidia. La palabra fiesta suena a melodías de violines en los oídos de una mozuela adolescente que sueña con ser una dama hermosa y amada. Catorce años, se está en proceso de ser pero aún no se es, edad límite de autoafirmación y confrontación, de conflicto con una madre arbitraria y mandona que clava su fría mirada de celosa enemiga sobre su hija. Lo último que desea la doña es que le disputen el sitio de honor en el escaparate donde va a mostrar toda su teatralidad henchida de vulgar narcisismo. Se prohíbe por decreto materno la asistencia de la joven al sarao de pompa y circunstancia. Reprimen la necesidad de entrar en la edad adulta, le roban su cuota de felicidad en la Tierra, el mundo está lleno de hombres y mujeres que buscan la dicha, ¿qué malo hay en ello? Por primera vez en su vida la niña llora así, sin muecas, sin hipos, silenciosamente como una mujer. Inconsolable y crispada. Sus padres son malas personas, la vigilan, la atormentan, la humillan, de la mañana a la noche se ensañan con ella y su madre manipuladora, autoritaria y exagerada personifica la perfidia. Inevitable choque generacional, difícil relación madre-hija. Le embarga la frustración, la arrastra una especie de vértigo retador, una necesidad salvaje de desafío, de insumisión, de dejarse llevar por un acto absurdo de venganza. Aunque carece de intención moralizadora, el equilibrio sicológico de la parodia, la ironía de la línea argumental y la limpieza plástica del estilo con que se muestra el desengaño social refuerzan en el lector (al menos en el aquí firmante) la sensación de burlona alegría por el correctivo recibido. Deliciosa miniatura literaria de admirable sensibilidad y encantadora lectura.
Serpenteando en un paisaje de páramos y ciénagas pantanosas, el camino que quiere ser carretera conduce al orden: una larga calle de casas grises, la vieja torre, la capilla de ladrillos y el elegante edificio de la rectoría. El placentero silencio que invade a los pequeños pueblos rurales. Una sociedad en la que cada cosa está en su sitio y debe haber un sitio para cada cosa, sabedora de la posición que a cada cual corresponde: el milord, la milady, el vicario, la esposa del vicario, las damas de buen gusto y decoro, los jardineros caballerosos y educados, el ama de llaves discreta, el mayordomo fiel, los sirvientes eficaces, la institutriz de corsé plano, camisa de cuello alto y mangas de farol. Entre las clases populares rige una máxima, para que una joven aprenda a ser una buena esposa no hay nada como ponerse a servir. Flota en el ambiente la fragancia de los clubes de costura y los partidos de criquet.
No hay existencia tranquila que mil años dure. Los empleados del cementerio local abren la tumba en la que ha de ser enterrado un ciudadano ilustre y, ¡oh, sorpresa!, encuentran un cadáver ajeno sin derecho a descansar eternamente bajo esa lápida. El cuerpo corresponde a un hombre adulto, posiblemente forastero, que a simple vista parece ser fue pasaportado a la otra vida de forma violenta, muestra la cara destrozada a golpes y le han cortado las manos a la altura de las muñecas, de ello es elemental deducir que el asesino ha puesto especial interés en dificultar la identificación de la víctima. Tenemos pues, una tumba profanada y un difunto desfigurado y mutilado. El enigma impone las preguntas de rigor: ¿cuándo se hizo?, ¿dónde se hizo?, ¿cómo se hizo?, ¿por qué se hizo?, ¿quién lo hizo?. La visita accidental de una mente fecunda en células grises sherlockholmianas ayuda a resolver el misterio. Los fallos de la mecánica (el automóvil se avería) aliados con las fuerzas de la naturaleza (el río se desborda inundando durante dos semanas la comarca), sitúan en el escenario del caso a Lord Peter Wimsey, hermano menor del Duque de Denver; exalumno de Eton College, licenciado con matrícula de honor en Historia Contemporánea por la Universidad de Oxford, héroe del espionaje internacional en la I Guerra Mundial (donde conoció a su mayordomo, chofer, ayudante y hombre para todo Mervyn Bunter); su personalidad se ajusta al canon del aristócrata dandy eduardino, bibliófilo, melómano, sibarita degustador de buenos vinos y mejores viandas, exquisito hasta lo remilgado, tan mundano, divertido y conservador como amanerado, afectado e impertinente. Un nobilísimo diablo desocupado, sobrado de tiempo libre y dinero, que distrae su inteligencia e ingenio investigando misterios criminales, invirtiendo altruistamente sus dotes de detective aficionado colaborando con la policía.
Ateniéndose a las reglas básicas de la novela de intriga clásica inglesa, en el caso más extraño que ha trabajado en su vida –según confiesa Lord Wimsey- las pistas se suceden; de un muerto desconocido, al robo irresuelto de un collar de esmeraldas valorado en miles de libras, hasta el mensaje cifrado de un documento enigmático hallado en el campanario de la iglesia anglicana. Las campanas se ponen alerta frente a la presencia del maligno. “El arte de la campanología es característico de Inglaterra y como todas las características inglesas es incomprensible para el resto del mundo”. El repique de campanas ordena el mundo, señala las horas, los ciclos, las estaciones, alerta, informa, convoca, marca el ritmo de la vida y anuncia el advenimiento de la muerte. Los nueve sastres es un repique de difuntos: tres toques por la muerte de un niño, seis por la muerte de una mujer y nueve son los toques por la muerte de un hombre. Dejemos hablar a las campanas, quizás tengan la clave.
“Todo comenzó en el laboratorio Dexter&Co, dedicado a experimentar con máquinas absurdas y a ver qué pasa…”, se nos avisa en el bocadillo de presentación de la primera viñeta, un sanctasanctórum del hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, donde las múltiples pantallas de sus ordenadores muestran el careto de Bart Simpsons o a la Abeja Maya, en vez de los monótonos vectores quebrados y ondas de sierra sobre fondo verde fluorescente pitidito al orden, firme tecnología vanguardista. Huelga tener un cociente intelectual de 200 o ser un Einstein para darse cuenta de que se está ante el origen mitológico de una leyenda, el nacimiento de un icono emblemático, héroe romántico, misterioso, seductor, que sabe hacer el ridículo con la gallardía del antimito. No es un genio de la física cuántica ni de la bioquímica, es un tipo normal y corriente, bajito, cabezón, tímido, con escaso atractivo, eso sí, simpaticote, a quien espera un futuro normal y corriente, resumido en tripa cervecera, sillombol y carrusel balompédico los domingos; de ese aburrido paraíso prometido viene a salvarle la picadura de un bichejo radiactivo. El mordisco malaleche manifiesta efectos secundarios: adherirse a paredes y techos como si fuera un imán de nevera, trepar por muros y fachadas de edificios, lanzar chorros de lianas pringosas que harían las delicias de Tarzán, desarrollar el “sentido arácnido” que le permite premonizar las bofetadas que le van a caer antes de que le caigan y otras habilidades relacionadas con la agilidad, la fuerza y la flexibilidad. Aunque saltar bocabajo le produce mareos, una vez aceptados los dones recibidos (¿qué remedio queda?), habrá que sacarles algún provecho porque el mundo laboral está hecho una porquería, habrá que hacer algo con ellos, algo sencillito, fácil, que no exija mucho esfuerzo ni de grandes dolores de cabeza: ¡jugar a la Playstation! ¡no hombre, no!, ser un Superhéroe al servicio de los ciudadanos, la justicia, el orden, salvar al mundo, cuando él apenas es capaz de salvarse a sí mismo, pero la intención es lo que cuenta, ya se sabe que el infierno está empedrado de buenas intenciones. El oficio requiere un atuendo adecuado, para que nadie se confunda que en lo tocante a superhéroes el hábito si hace al monje, se elije un buzo de mallas de vivos colores con capuchón, y una vez peripuesto, ¡hala!, a limpiar las calles de maleantes, de engendros diabólicos con patas y brazos de acero, de duendes aviesos, de seres de pocas palabras y muchos palos. ¡Plaka! ¡Zapapum! ¡Clonk! ¡Plaf! ¡Pataclock! Cuando mejor vuela es cuando le impulsan los sopapos de los enemigos. ¡Plaka! ¡Zapapum! ¡Clonk! ¡Plaf! ¡Pataclock! Sonidos del enfrentamiento con el mal que pueden llevar al Superhéroe a replantearse su camino. Si vas de bueno por la vida y te dan por todas partes lo seguro es que se tenga una crisis de identidad, ocasión que aprovecha para emerger el lado oscuro de la personalidad; un amago del ánimo que pasa como una tormenta de verano, a fin de cuentas lo mismo da que da lo mismo los batacazos te los llevas igual y además, desde que el mundo es mundo, el Superhéroe está ideado para luchar contra los Supervillanos. Se aprende de los errores que se cometen enfrentándose a los malos o de los aciertos de los malos cuando se aprovechan de los errores. Lo que no le mata le hace más fuerte, ésa es la forja de su destino… y meter la canasta final en el último segundo ¡jugónnn!
Ni imitación risible, ni pastiche, mucho más que eso, parodia original con un discurso artístico propio. Interpretación satírica, recreación humorística de un personaje en sí mismo exagerado (como todos los de su especie) que transmite un mensaje divertido e irónico para todos los lectores, sean o no puristas seguidores del Hombre Araña.
NOTA AL PIE DE PÁGINA: Se advierte a los potenciales interesados, presten encarecida atención a todas y cada una de las viñetas, donde encontrarán un surtido variado y selecto de homenajes a la cultura popular de alta escuela, desde el tebeo a la televisión, la música, el cine, la publicidad, festín de personajes secundarios, ¡anda si éste es…!, ¡pero mira quién es éste…!, ¡y éste otro no se parece a un Increíble Hulk harto de que le confundan con un puerta de discoteca…! ¡A disfrutaaarrr!
Albelo: 0,15. Diámetro: 6794,40 Km. Temperaturas: mínima -87ºC, media -46ºC, máxima -5ºC. Composición del núcleo: hierro y níquel. Pequeño astro omnipresente rojo. ¡Marte rojo!, símbolo de la pasión, la fuerza, la ira, el fuego, el conflicto y el corazón guerrero; durante milenios poder sagrado, atrae la atención humana convertido en quimera de la especulación científica, objetivo principal para la búsqueda de vida extraterrestre. Seco, árido, desértico, sin ecosistemas ni océanos, clima severo. Cañones de largos muros verticales aparentan lechos secos de un tiempo legendario, cumbres que establecen el record de altura del sistema solar, dunas inmensas, cráteres colosales, abismos ovales y escarpados, largas planicies llanas, guijarros de meteoritos negros, superficie herrumbrosa de metales y rocas oxidadas azotada por salvajes tormentas de sucio polvo rosado y arena anaranjada. Belleza extraña, hipnotizante, alienígena. De todos los planetas que giran alrededor del Sol es el más parecido a la Tierra: rota en sentido horario, presenta cuatro estaciones, el día dura 24 horas y 37 minutos, posee casquetes polares helados y mantiene algo parecido a una atmósfera. Glaciares, troposfera, canales subterráneos, contenedores de agua, tentaciones telúricas que ceban el deseo de conquista; si se puede hacer se hará, si la tecnología lo permite, si se dispone de transbordadores con la fuerza capaz de salvar la atracción gravitatoria terrestre e instalarse en la curva espacio-tiempo que los lleve a recorrer los 102 millones de kilómetros en afelio (punto de la órbita más alejado del Sol) o los 59 millones de kilómetros en perihelio (punto de la órbita más próximo al Sol), distancias máxima y mínima entre la Tierra y Marte. Un viaje de muchos meses que implica toda una vida. Una coalición de grandes potencias terrícolas firma el primer tratado: ninguna nación puede reclamar territorios en Marte, no se permiten actividades militares y todas las bases que se establezcan estarán abiertas a la inspección por parte de cualquier gobierno, ningún recurso marciano puede convertirse en propiedad de un único país. Se aprueba la misión de fundar colonias humanas con el fin de recoger datos y explorar el planeta rojo. El proceso de selección se desarrolla con precisión asimétrica y pulcra lentitud, se eligen 50 hombres y 50 mujeres, de ellos 35 norteamericanos, 35 rusos y una mezcolanza de 30 asociados internacionales (15 invitados por cada una de los dos principales socios), requisitos mínimos para formar parte de esa privilegiada comunidad de pioneros: dominio del inglés lengua franca de la legación, edad media 46 años, buena salud, personalidad tan extraordinaria como ordinaria, sobradamente preparados con experiencia acreditada en sus respectivos campos de trabajo (biología, ingeniería, geología, medicina, química, cosmonáutica, física, mecánica, psicología, etc.); inteligencias de primer nivel mundial entre ellos se encuentran algunos premios nobel.
Los primitivos colonos marcianos son científicos, su trabajo, aplicando los conocimientos adquiridos, consiste en pensar realidades nuevas para un lugar ignoto y bello que no se puede comparar con ningún otro territorio que se hubiese conquistado antes. Invadir un espacio desolado donde la presencia humana es un hecho extraordinario. El propósito radica en proyectar un hábitat acorde con la realidad social de la que provienen, construir estructuras modelo de una sociedad, levantar ciudades reflejo de una organización social, fundar una colectividad que exprese los valores de un hogar más allá de las razones científicas. Edificios de colores, cúpulas de vidrio, granjas invernadero, carreteras serpenteantes, huertos de paneles solares, estaciones hidrológicas. Los climatólogos influyendo sobre el clima, los bioingenieros sobre los regímenes ecológicos, los geólogos sobre el sistema sísmico, equipos de robots cumpliendo órdenes, ejecutando labores aquí y allí. Transformar Marte hasta que Marte ya no exista: terraformar Marte, experimento de magnitudes épicas, un salto al vacío sin apriorismos, sin certezas, sin garantías, es creación, es ciencia en el más puro de los estados. Se estima que el tiempo necesario para obtener un planeta viable donde se desarrolle la vida humana oscila entre un siglo y 10.000 años, con pronósticos extremos que van de los 30 años los más optimistas a los 100.000 años los más pesimistas. Surge la polémica, se abre el debate, las posturas se radicalizan: comentarios editoriales, manifestaciones callejeras, discrepancias políticas, controversias científicas. Una minoría de convicciones vehementes apoya la no intervención, señala las repercusiones innecesarias y denuncia el desastre que puede suponer esa política medioambiental; van a destruir un paisaje único, puro y hermoso para nada, se puede vivir en él y estudiarle sin cambiarlo. Otra mayoría argumenta que forma parte de una empresa humana más grande, viajar al cosmos, adaptarse a otros mundos, adaptar otros mundos a nosotros; argumento que esconde intereses mercantilistas. Se descubren en Marte yacimientos de metales estratégicos en abundancia (cobre, plata, zinc, oro, platino) que vienen a paliar la grave escasez de ellos que padece la Tierra, un auténtico pastel para las naciones ricas, la salvación de las naciones pobres, el impulso de la floreciente industria aeroespacial, la posibilidad para las compañías transnacionales de amasar inmensas fortunas. Reforzar un régimen en el cual “la economía sirve para justificar la estructura de poder, es por ello que cuenta con un montón de apasionados creyentes entre los poderosos…, dinero igual a poder, el poder crea la ley y la ley forma gobiernos”, ser más rico significa ser más poderoso. Las encuestas revelan que la mayoría de los habitantes terrícolas y marcianos avalan el programa de terraformar Marte con todos los medios científico-técnicos y tan rápido como sea posible. Miel sobre hojuelas, los gobiernos consuman los anhelos, la terraformación se pone en marcha. Millones de personas en la Tierra quieren ir a Marte, la nueva frontera donde la vida vuelve a ser una aventura. Sobre Marte se proyectan todas las fantasías, estímulos intangibles, se busca un mundo alternativo donde crear una civilización independiente de las viejas, caducas y corruptas directivas terrestres. Quizás alcanzar la utopía de la tierra prometida.
La vida se adapta siguiendo un acuerdo recíproco, el organismo y el entorno se transforman como partes de un todo. Marte nos dirá qué desea, qué necesita, qué quiere ser y nosotros tendremos que realizarlo; ¿o no?.
Tirando de Wikipedia, de forma resumida, nos enteramos que: “La patente de corso era un documento entregado por los monarcas de las naciones o los alcaldes de las ciudades, por el cual su propietario tenía permiso de la autoridad para atacar barcos y poblaciones de naciones enemigas. De esa forma el propietario se convertía en parte del país o la ciudad expendedora.” Apuntada la definición, bajo tan sonoro título aglutina Pérez-Reverte la publicación de sus columnas periodísticas rompiendo los márgenes del significado, saltándose a la torera los otorgamientos de mandamases, fondeando el ancla, atracando o asaltando al abordaje lo que le sale de sus reales ganas. Da rienda suelta, según sopla el viento de las preocupaciones cotidianas, a sus filias y fobias expresadas con ironía respetuosa mezcla de sentido común, malaleche, ternura y melancolía.
Homenajea a los perros, amigos buenos, fieles y valientes; a los compañeros de profesión, colegas de andanzas, hermanos de duelos y quebrantos. Retrata a ciudadanos marginales (amiguetes algunos), ejemplares humanos con más verdad a cuestas que la propia vida. Reivindica los bares como refugio de la soledad a la vez oficina y hogar, lugares donde encontrar al amigo eterno, al de verdad, al de toda la vida, al Bogart nostálgico en Casablanca, y honra a los viejos hoteles, venerables en su solera decadente, mejor languidecer en el perpetuo ocaso a reciclarse en la modernidad superficial y hortera. Recuerdos de trincheras y ruinas entre las que surge la esperanza donde parece que no hay esperanza, estampas de guerra de ayer y de hoy, guerras de los abuelos, de los padres y de los hijos, viejas fotografías polvorientas en las que se adivina lo sucio y lo bello, lo claro y lo oscuro de la condición humana, rencores, envidias, el odio cainita tan español. Le duele España (sentimiento compartido), odre geográfico viejo que ha perdido la sustancia, la esencia, pueblo que ha vendido su alma a lo postizo olvidando lo que éramos y seguimos siendo, un atajo de pringaos; bajo la capa de diseño falso, pijopera, rezuma lo cutre, la ordinariez cañí, la chapuza castiza, la chusma maleducada, la suspicacia maledicente falta de humor, la zafiedad de las costumbres (que confunde la cordialidad con la grosería) como el empleo del tuteo en el trato sin venir a cuento (respetar las normas de cortesía es respetarse uno así mismo) o la moda veraniega en el vestir, estación donde la ropa además de aligerarse se usa florida, multiusos y de ofensivo mal gusto, el turismo ejemplifica la decadencia de Occidente. Denuncia las gilipolleces de cada día (eternas como la estupidez y el alma católica), la incultura y el atraso de distinto jaez, la incompetencia y el analfabetismo de lo políticamente correcto. Arremete, Tizona desenvainada, contra la falta de honestidad, los silencios cómplices, el periodismo miserable, los jefes mediocres y los politicastros demagogos, populistas, chanchulleros, sinvergüenzas, irresponsables y cobardes; nadie de los que mandan explica las cosas como debe y asume las consecuencias de sus decisiones, la culpa siempre es del otro. Se mete en charcos y charcones repartiendo estopa a diestro y siniestro separando churras de merinas, la mayoría de las opiniones suscritas con más razón que un santo, aunque a veces el santo puede atemperar la devoción de la feligresía cuando se muestra en actitud de mirar por encima del hombro, de estar de vuelta de todo, de me va usted a decir a mí que he vivido esto, lo otro y lo de más allá.
En uno de los artículos aquí recopilados, repasa el autor libros y revistas publicados en los últimos cien años, la máquina del tiempo funde el pasado con el presente, las cuitas de ayer resisten la comparación histórica del hoy, el mismo mal social y político, cuando no se ha incrementado, se mantiene vigente, igual sucede con esta suma periodística que suena tan actual a pesar de haber transcurrido más de una década desde que fuera escrita la última de las columnas, lo que dice muy poco a favor de la sociedad en la que vivimos y mucho menos de los poderosos y sus cómplices que, con el beneplácito de una crítica pastueña y un pensamiento acomodado, hacen y deshacen e imponen sus normas a las gentes que exprimen y putean.
Defiende la lengua castellana sin pasar por encima de ninguna otra. Defiende el mar, naturaleza libre y sentimental. Aún quedan cosas francas y hermosas.
Erase una vez una cucaracha que en el transcurso de una mañana se fue metamorfoseando en un hombre de negocios con esposa, amante, dos hijos y un perro.
Puntualicemos: el best seller es un libro de gran éxito comercial, vende ejemplares como churros y llega a miles de lectores. No importa ni la calidad ni el género, importa el número. Un best seller en contadas ocasiones consigue simultáneamente el aplauso de la crítica y el entusiasmo del público alcanzando el orgasmo literario absoluto. El acreditado periodista cultural, crítico y novelista barcelonés Vila-Sanjuán en este trabajo loable y necesario nos introduce, a los más o menos yonquis de la lectura en vena, en los entresijos del tan cacareado subgénero de subgéneros, camino lleva de convertirse en un género por sí mismo, y establece un canon propio, menú para todos los gustos, porque cualquier paladar que se precie, por muy refinado y exquisito que sea, ha degustado alguno de los libros que se citan.
Rastreando la historia del best seller encontramos muestras en la Edad Media: “La leyenda dorada” de Santiago de la Vorágine, hagiografía de la vida de santos y mártires, obra distribuida por cientos de ejemplares copiados a mano. En los siglos XVI y XVII: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes, posiblemente se pueda considerar como el primer gran éxito de ventas internacional, el antecesor al cuerno de la abundancia que persigue toda la industria editorial actual, el best seller global. En el siglo XVIII: “Las cuitas del joven Werther” de Johann Wolfgang von Goethe, novela epistolar adscrita al movimiento romántico, levantó pasiones y desencadenó una ola de suicidios por desamor. Y andando el camino desembocamos en los albores del siglo XIX: “Ivanhoe” de Walter Scott mascarón de proa del best seller moderno y padre de la novela histórica contemporánea; a lo largo de la decimonona centuria se desarrollará el folletín, una marca literaria, un estilo cuyas técnicas heredarán los autores superventas de tiempos posteriores. Sorprende a éste que escribe, como supongo chocará a otros conocedores del texto, que el mayor best seller español del siglo XIX sea “El criterio” de Jaime Balmes. A medida que se incrementa la alfabetización, la lectura se extiende entre las clases populares y el libro gana terreno ocupando los instantes o momentos de ocio. Los avances industriales y tecnológicos traen de la mano la revolución lectora. El libro al alcance de todos; ejemplo: las obras del célebre Charles Dickens se venden incluso en las estaciones de tren. Nacen los grandes mitos de la literatura popular, Sherlock Holmes y Drácula encabezan la lista de celebrities. En 1895 Harry Thurston Peck, crítico y editor de la revista literaria norteamericana The Bookman publica una lista mensual con los libros más vendidos en USA, supone el embrión de las listas de los libros más vendidos tal como las conocemos hoy.
En el mundillo cultural de alto copete existe la tendencia (o así parece) a denostar o devaluar todo lo que huela a best seller (término que se utiliza de forma despectiva), despachándolos como un producto artificial, elaborado con exclusivo afán comercial pisoteando la calidad literaria; y aunque si bien, en esta época de industria mercantilista y poder publicitario el mercado impone la demanda, no es seguro que el márquetin por sí mismo pueda levantar un superventas. Según el autor, las claves del éxito se encuentran entre estas razones: firme apuesta editorial, recomendación de algún famoso o personaje con audiencia, adaptación al cine o televisión, escritor mediático, lanzamiento rimbombante de un escritor reconocido, buena autopromoción, premios literarios, factores de escándalo sociopolítico, temas de actualidad y en menor medida la crítica en revistas y espacios especializados; subraya ejemplos de superventas que fueron resultado de cada uno de estos factores.
En la segunda parte del ensayo se constituye el canon personal de best seller, setenta libros de setenta autores resumidos, reseñados, contados con hábil pluma, suficiente para provocar el interés del lector sin desnudar secretos. Este Asno ha sucumbido a la tentación de confeccionar su lista de elegidos, seleccionando veinte de entre los setenta. Aquí quedan, ordenados por fecha de publicación: 1844 - Alejandro Dumas; “Los tres mosqueteros”. 1872 – Julio Verne; “La vuelta al mundo en 80 días” 1892 – A. Conan-Doyle; “Las aventuras de Sherlock Holmes”. 1922 – Herman Hesse; “Siddhartha”. 1930 – Pearl S. Buck; “Viento del Este, viento del Oeste”. 1939 – Georges Simenon; “Los sótanos del Majestic”. 1943 – A. de Saint-Exupéry; “El principito”. 1952 – Ernest Hemingway; “El viejo y el mar”. 1953 – José María Gironella; “Los cipreses creen en Dios”. 1957 – Boris Pasternak; “Doctor Zhivago”. 1963 – Morris West; “Las sandalias del pescador”. 1967 – G. García Márquez; “Cien años de soledad”. 1969 – Henri Charriere; “Papillón”. 1971 – Frederick Forsyth; “ Chacal”. 1975 – Lapierre & Collins; “Esta noche la libertad”. 1981 – A. Vázquez-Figueroa; “Tuareg”. 1984 – Patrick Süskind; “El perfume”. 1990 – Michael Crichton; “ Parque Jurásico”. 2001 – Carlos Ruiz Zafón; “La sombra del viento”. 2006 – Stieg Larsson; “Trilogía Millennium”. En este quién es quién del best seller, frase tópica al canto, no están todos los que son, pero sí son todos los que están, puede que falten muchos pero no sobra ninguno. Por mor de las modas o de los gustos del público soberano la calidad de los títulos es desigual (aunque todos viajan en el mismo tren de los superventas, no todos lo hacen en la misma clase), cuan diferente la temática. Algunos denunciaron injusticias, crearon escuela, abrieron caminos a otras literaturas, fundaron subgéneros, fomentaron vocaciones y removieron conciencias. En la mayoría de ellos prima el contenido sobre la forma con el evidente propósito de distraer. Lectura lúdica dirigida a un gentío amplio. Libros de toma pan y moja para disfrutar, gozar y leer por placer, arrinconando la obligación, los prejuicios intelectuales y los refinamientos pedantescos. ¿Quién no ha leído o ha oído hablar o ha visto al menos uno de estos best seller? Para que los conozcamos más y mejor, para que sepamos quiénes son, cómo son y qué nos ofrecen. Para los iniciados o no iniciados o para los que desean iniciarse, ésta es una muy buena guía.
Leer es un arte: crea, cambia, forma, informa, libera, construye sueños y sobre todo entretiene. Atrevámonos, quizás alguno de estos títulos acabe formando parte de nosotros.
Hombres y mujeres seleccionados aplicando parámetros estrictos: medidas antropométricas de parecida apariencia, un físico excepcionalmente sano y fuerte, altos pero no gigantescos, musculosos sin ser hercúleos, sobradamente inteligentes (coeficiente de inteligencia superior a 150) pero no dados a las cavilaciones críticas; personas de cuerpo duro y mente rápida entregados a demostrar una disciplina absoluta; la flor y nata atlética e intelectual de la sociedad, escogidos para la gloria, llevan el orgullo de defender a la humanidad contra la amenaza de una raza alienígena. Aprenden todas las posibles maneras sigilosas de matar a un enemigo (en las lecciones prácticas se usan cobayas humanas, actores convictos a quien se les ha lavado el cerebro son asesinados de verdad), se les enseña a manejar con pericia cualquier modelo de arma, desde la más sofisticada pistola de rayos laser hasta la rudimentaria navaja trapera, se convierten en expertos en demoliciones y voladuras de edificaciones e infraestructuras, y se acostumbran a vestir el uniforme de guerra, el traje de camuflaje confeccionado con una tela que se adecúa a los cambios de color del paisaje, la prenda es alimentada por fragmentos de plutonio, acumuladores de combustible que proporcionan energía para muchos años. Pasan por todas las unidades del ejército y una vez adiestrados en la técnica, la táctica y la logística militar están listos para dar el salto colapsar, el viaje por el hiperespacio a la velocidad de la luz recorriendo inmensas distancias intergalácticas en el desempeño del mandato asignado.
Ocupan planetas inhóspitos, lugares estratégicos donde combatir al enemigo en condiciones extremas, frentes de batalla donde espera la muerte (de cada 60.000 soldados sólo el 1,2% logrará sobrevivir durante 10 años). Una guerra se gana gracias a la enmarañada interrelación entre victorias militares, presiones económicas, maniobras logísticas, espionaje del enemigo, intereses políticos, censura de los medios de comunicación, manipulación informativa y anestesia moral de la conciencia ética. La misericordia es un lujo, una debilidad que no se puede permitir. Para facilitar la acción, los soldados bajo el influjo de una terapia de sugestión poshipnótica acatan la orden de aniquilar a cuantos miembros puedan de la otra especie inteligente, cumplir con la misión satisfaciendo la imagen del guerrero ideal, matar, luchar, luchar, matar sin importar uno mismo ni mucho menos los individuos que se tienen enfrente, que cada vez más parecen venir del futuro. Pero cuando cesa la inercia atroz del efecto condicionante, conscientes de la sangrienta realidad, sienten una soledad nauseabunda, un aturdimiento culpable, parece imposible haber cometido semejante carnicería. Algunos soldados enloquecen y otros se vuelven adictos a las drogas tranquilizantes con el fin de adormecer el recuerdo de los miles de asesinatos perversos ejecutados sin atenuantes. ¡Nunca habían deseado ser soldados, nunca lo desearían! ¡No hay gloria en la guerra! El mal, el dolor, el miedo, el odio, la frustración, la confusión, la futilidad, la desgracia, ¿dónde, cuándo y cómo empezó todo este espanto?, ¿por qué se mantuvo durante más de mil años? Comenzó por el absurdo absoluto de la estupidez maledicente, por la falsedad de un malentendido provocado: detener una supuesta amenaza extraterrestre, perseguirla por el cosmos para evitar ¿qué?... Se enquistó en el tiempo porque la costumbre interesada anulaba cualquier solución lógica, porque se necesitaba la existencia del enemigo para justificar la propia existencia y porque la verdad era que el crecimiento y progreso del sistema económico desarrollado en la Tierra requería de la guerra. El mundo podría haber sido mejor si los humanos lo hubiesen tratado con más generosidad que codicia.
Nacemos y morimos en el declinar de un atardecer fantasmal lleno de vida. La luz desabrida amasa la verdad transparente de los cuerpos, la irrealidad de lo real. El sonido fugitivo de un sueño ausente, despojado de adjetivos que esterilicen el dolor (lo negro y lo blanco corren vivos y ligeros, lo rojo y lo verde caminan telúricos y mortales). Saludar el silencio con un leve mover de cabeza. Acoger con gesto desenvuelto el misterio desnudo, ser todo ojos y oídos, mirando y escuchando; ver, oír, hablar, cambiar el sentido de una frase si fuera menester, repetir según interesa al ritmo, insistir en los rostros pétreos, agrietados como la tierra; imágenes donde se refugia la pesadumbre sin máscara. Respirar sosegado, manteniendo en las raíces y ramas de las manos el libro abierto de la memoria, objeto imprescindible, salvoconducto para continuar envejeciendo, para saberse existido y acarrear circunspecto con el peso de la vida. Se acumulan recuerdos de la niñez que se manifiestan en el paisaje, más presentes que en el propio presente, cerros, páramos, valles, lugares agrestes donde la lentitud obliga a los pasos, excursiones a la quietud de una cueva, al lecho seco de un río; respirar el aire limpio, aliviar el peso del cuerpo, buscar referentes de la verdad sencilla, honrada y densa; patios vacíos, losas gastadas, paredes de adobe, establos pútridos, monasterios en ruinas, flores de almendro, chopos desnudos, bosques de encinas, cepas podadas, huertos consumidos, malas cosechas, campos de quejidos, barro, estiércol, guijarros, mugidos, partos, voces de niños, mujeres olvidadas que aguantan el paso del tiempo y sus dolores, permanecen para contar ellas la historia, hombres campesinos y obreros apariciones del pasado, surgidos de las sombras como ángeles dolientes para imponerse a la adversidad. Diálogos, canciones y cuadros cotidianos quedan adheridos a la condición lógica del ser, ocupan los huecos del corazón. Se siente y se ve, se toca y se huele, se oye y se masca la hermosura del mundo. Somos lo que decimos y lo que hacemos, somos lo que sentimos y pensamos, somos lo que recordamos. Estampas efímeras que nunca vuelven, de las que ni siquiera se está seguro que alguna vez fueron. Miradas de añoranza de quien ya no está, de lo que ya no está, de lo que muere en cuerpo y alma. La vida aniquila como un camino que abruptamente termina en el abismo.
Se perdieron en el canal, como si se hubieran disuelto en la bruma. Alguien contó que había visto a dos figuras de espaldas caminando sobre las aguas. Era de noche y tú y yo sabemos que de noche en el canal, donde la niebla nunca se levanta, se puede ver a las almas jugando al escondite.
Yardbird o Yard o por siempre y para siempre Bird, pollo de corral, individuo desarraigado incapaz de integrarse en la sociedad, pájaro que planea por cielos inalcanzables, por horizontes iluminados, vuelos imposibles. Tranquilo, triste e introspectivo. Extrae de la funda hermosa, reforzada en piel, un saxo Selmer mi bemol alto francés confeccionado con manos expertas, monta el instrumento pieza a pieza, la caña Rico número cinco, la caña más dura del mercado, la más severa de controlar, la que da el sonido más impresionante, la que requiere mayor fuerza de soplo, la de menor flexibilidad y rapidez de ejecución, la prueba del algodón para el soplador. Respiración, embocadura, digitación, fraseo, giros, progresiones, el hombre y el instrumento se convierten en un todo, los ángulos de sujeción se funden, los dedos se ajustan a las llaves (movimientos suaves y rápidos), el saxofón es una pieza del cuerpo, cuando se mueve, él también se mueve, el saxofón es una extensión de la voz; el aire vibra, la sala vibra, la batería, el piano, el contrabajo, la trompeta vibran, todo el club es un inmenso saxofón. Manos que han soportado muchas horas de disciplinado entrenamiento autodidacta aprendiendo escalas que no se olvidan nunca, corrigiendo defectos, preparándose él solo, al jazz dedica todos sus esfuerzos, el jazz ocupa todo su tiempo (vive la música las veinticuatro horas al día), en el jazz gasta todas sus energías creativas y expone sus esperanzas, miedos, amores, odios, obsesiones, su visión de la belleza musical. Su cabeza está repleta de melodías e ideas, el motor de un coche, el murmullo del viento. Numen que lleva dentro la música, nunca toca de la misma manera dos noches seguidas.
El genio no surge de la nada, ni de un laboratorio de asépticos experimentos musicales, sus raíces están profundamente asentadas en la cultura popular afroamericana, rica, genuina y canalla de Kansas City, paraíso de corrupción, diversión y pecado donde se saltan a la torera las leyes de la prohibición, centro estratégico de distribución de cocaína, morfina y heroína que abastecen los mercados de narcóticos de todo el sudoeste de Norteamérica, pero como punto de encuentro de las compañías en gira por las rutas del vodevil, también es zona de contratación de artistas, reserva de músicos de gran talento que convierten el lugar en el último enclave negro que desarrolló un estilo coherente de jazz. En cada gran ciudad de los Estados Unidos había un Instituto Lincoln o equivalente, la típica escuela para negros con el nivel académico bajo mínimos, pero con un departamento de música que sobresale del resto de enseñanzas y como consecuencia una banda escolar elegante y bien adiestrada. Por aquel entonces, la música era una de las escasas profesiones abiertas a los negros, aunque paradojas de la segregación y el racismo, no había ni un solo músico negro que tocara en las orquestas sinfónicas del país y las big band de color encontraban graves dificultades (si no estaban prohibidas) para ser contratadas en ciertas regiones del profundo sur norteamericano. La madre de Charlie tira de ahorros para comprarle un saxofón alto de segunda mano, no hay instrumento más adecuado en una metrópoli en la que el saxofón ha alcanzado altas cotas de desarrollo y creatividad, a Kansas City se la conoce como la ciudad de los saxofones: Herschel Evans, Ben Webster, Lester Young, este último se erige en el ídolo, el modelo escogido, la línea imitada hasta hacer imposible distinguir al disfraz del original. La música se convierte en el único interés de su vida, junto a la marihuana que se vende barata y es fácil de conseguir en cualquier esquina, en las tiendas de música o en los servicios públicos, a los 14 años se inicia en su consumo. Fuma y toca, toca y fuma, progresa adecuadamente. La banda del instituto se queda pequeña. Pocos colegas han llegado lejos en la escuela, lo que necesita aprender se enseña en otros lugares, las clases son los bares, las salas de baile, los cabaret y los drugstores abiertos durante toda la noche. A los 15 años ya domina el argot, abandona el canuto y el colegio, comienza a inyectarse heroína y su principal objetivo es convertirse en músico profesional con plena dedicación. Cuatro años antes de la edad legal permitida, obtiene el carnet del sindicato. Se busca trabajo por un dólar y veinticinco centavos, lo encuentra en vetustos cabarets con fachadas de ladrillo rojizo y anuncios de bombillas de colores desvaídas; dentro, escenarios pobremente iluminados, pistas que huelen a ropa vieja, sobacos sudados, culos sucios y perfume barato; salas donde reinan las princesas del baile de alquiler (prostitutas, actrices fracasadas, busconas y chicas huidas de casa) que hacen los honores de viajantes, oficinistas y desertores del hogar, vidas que se apearon en la estación de los sueños rotos; antros con los servicios de caballero sembrados de vómitos y condones usados. Empleos en los que a veces para cobrar el sueldo de una semana, hay que poner una pistola calibre 45 sobre el mostrador. Vivir entre tinieblas que iluminan las primeras jam sessions; los músicos esperan pacientes su turno, uno tras otro componen los solos, interpretan su versión de la misma melodía, las notas airosas, fértiles, los sonidos rabiosos caen en cascada. Los gánsteres que regentan los clubes apoyan estos encuentros mientras la libre creación satisfaga el negocio, lo impredecible sobre lo que puede pasar y quien puede aparecer atrae a tantos clientes como artistas de renombre, al final de la noche se pasa el platillo y se reparte el dinero de la colecta entre los músicos intervinientes. Salas de baile, cabarets, clubes de jazz, didácticas giras explotadoras en orquestas de segunda y primera; todos los caminos conducen a Roma y esa Roma se llama Nueva York.
Diezmadas por la II Guerra Mundial las grandes orquestas tenían los días contados, la era del swing pasó a mejor vida. Las compañías discográficas, los clubes, los locales de varietés buscan salidas que se ajusten al sistema económico y al rumbo marcado por el gusto imperante. Se imponen estilos como el rhythm and blues padre del rock and roll y formaciones reducidas como el pequeño combo, que se instala para permanecer y dominar el jazz. En este caldo de cultivo, el club más famoso de Harlem, el Minton´s Playhouse es escenario activo de la revolución que cambia por completo el universo jazzístico. Entre 1941 y 1944 el swing se va transfigurando en un nuevo estilo, el bebop (palabra onomatopéyica que se impone como denominación aun no siendo del agrado de los músicos); en las jam sessions, en las actuaciones los músicos negros utilizan todo su talento para ejecutar melodías espinosas, contratemas, acordes lanzados, giros en torno a puntos fijos, sonidos que fluyen maravillosos, repeticiones ad infinitum apuntan sus críticos, a pocos periodistas de la prensa especializada les gusta esa música, la mayoría de ellos la odian, escriben artículos para explicar a sus lectores el fenómeno del bebop sin conseguirlo, lo llaman “no jazz” o “antijazz”, lo consideran “quincallería musical”. El jazz siempre ha estado al socaire de las reglas establecidas y los hombres del jazz ocupan un lugar equivoco en el mundo del espectáculo; aun así el nuevo lenguaje, la nueva jerga musical, el bebop es escuchado como una revelación y sus ejecutantes son tratados como profetas; si Dizzy Gillespie es el dedo creador, Charlie Parker es la mente inspiradora, los iniciados eligen a Parker por encima de Gillespie como icono de su devoción, para las gentes negras urbanas de su generación Charlie es un auténtico héroe cultural.
Con 25 años, Charlie Parker es el músico de jazz más admirado por sus colegas. Durante el periodo de alta creatividad artística vive libérrimamente, a salto de mata, como le viene en gana y a él le gusta, sin obligaciones, acarrea una vida desorganizada entregado a una serie desmedida de placeres, consume sin control a lo grande: grandes cantidades de comida, grandes cantidades de alcohol (whisky, oporto), grandes cantidades de drogas duras (morfina, heroína) y grandes cantidades de sexo (modelos, bailarinas, cigarreras, chicas de guardarropa o barra, cualquier mujer que desee acostarse con él); lleva su cuerpo al límite, pero por encima de toda desmesura está la música. Psicológicamente incapaz de repetirse así mismo, una improvisación le conduce a otra, escucharle es una experiencia vibrante, conmovedora, emocionante y angustiosa, “tocaba cada pieza como si intentara derribar los muros de Jericó”. Derrocha su salud y su talento. Las adiciones aceleran su soledad y su personalidad compleja, inestable, convulsa, dramática agigantan la tendencia paranoide a la autodestrucción. Bajo los efectos del síndrome de abstinencia es incapaz de tocar, su cuerpo depende cada vez más de la dosis diaria de heroína, a veces cuando está colocado toca bien, incluso brillante, “Embraceable You” una de las improvisaciones más inspiradas de la discografía del jazz ¿pudo ser resultado de la dosis que se metió dos horas antes?, se acuña el dicho incierto e injusto “Parker más heroína igual a genio”.
La chispa se apaga. Los grandes éxitos dejan paso a los grandes fracasos. Arte mudable en constante vanguardia por excelencia, el jazz dilapida a sus santones en menos de una generación. El ídolo del gueto, el maestro absoluto del saxo alto, el saxofonista que camina cien pasos por delante de cualquier otro músico de los años 40, el semidiós del bebop se convierte en un anacronismo. Parker, frustrado y desdichado intenta suicidarse tragándose un tubo entero de pastillas calmantes e ingiriendo una botella de yodo. Requiere internamiento siquiátrico e intervención sanitaria, diagnóstico médico: drogadicción, alcoholismo crónico, cirrosis, úlceras gástricas, esquizofrenia y comportamiento paranoico derivado o agravado por el alto consumo de alcohol y drogas. Enfermo, agotado, tocado y hundido encuentra refugio en el lujoso apartamento de la baronesa Pannonica de Koenigswarter (la única amiga que, probablemente, nunca tuvo intereses mercenarios en él); tumbado en el sillón del salón, desgastado por la enfermedad, dice la leyenda que a Charlie Parker se le llevó la muerte de un ataque de risa viendo la televisión. A los 34 años o a los 53 que estimó la policía, se desvanece el sueño de habitar una casa propia, con libros, cuadros, un piano de cola, una espléndida colección de discos y hasta una piscina, un paraíso donde recuperar la salud escuchando a Stravinsky, Schoenberg, Bartok, Varese, Berg,… Deja un caudal de ideas musicales imperecederas, eternas y contemporáneas.
Navega por el espacio una vieja nave contenedor con sus armarios llenos de anfetaminas, la habitan un joven científico licenciado en zoología, xenobiología y entomología y un, igual de joven, ex-soldado (si es que en algún momento llegó a ser militar) eximido del servicio, amigos desde la infancia, vecinos de escalera, compañeros de pupitre, colegas de las primeras borracheras, las primeras drogas, las primeras pelis porno, las primeras chicas y las primeras discusiones sobre el sentido de la vida; se soportan, se aguantan, los recuerdos les mantienen unidos, quizás eso es lo que significa la amistad, el hilo conductor de un pasado común cuando ya no queda nada. Son dos extraños cabizbajos sentados alrededor de un círculo de luz, con un objetivo trashumante, el vagabundeo interplanetario, rendir visita a lugares exóticos donde poder pescar monstruos, bichos enormes, alucinógenos: raíces de manzana de agua, peyok de los hielos y ácido tritónico (receta local), pescar bajo la lluvia ácida que quema la piel. Terminado el trabajo se siente el sujeto meditabundo, absorto buscando el punto de vista correcto sin dejarse engañar por los sueños, sin acolchar el pensamiento. Apoyados en la oscura barra del bar frente a dos vodkas, adosados hombro con hombro, contiguos a la chica solitaria que quiere marcharse de esta vida antes de hacerse vieja, huir sin otra posesión que una mochila abastecida de confianza. Largos silencios, largos paseos, juegos sin palabras, confesiones; ella se interesa por todo y nunca termina nada, esa es toda su vida contada en una frase, evidencias de una relación que está brotando. El sujeto que quiere vivir desnudo al sol sin preocuparse por el mañana, se toma un momento, reposa la cabeza sobre la almohada; decidir la visión del mundo, una visión del mundo, su nueva visión del mundo no es tan fácil, ahora no está contento con su vida, para sí se queja de que no tiene futuro, ni ambiciones, ni retos. La mujer misteriosa, la mujer agujero negro existencial dice atraer la desgracia, y tras la desgracia la huida, huir de no se sabe quién para llegar a no se sabe dónde; el discurrir de los hechos llevándose toda una existencia por el camino. Escapar no sólo supone una pérdida material, es el abandono de una parte de la vida, un desgarro; nada más quedan los recuerdos. ¿Quién no ha sentido alguna vez la soledad del espacio perdido, los pasos de la infancia en medio de la inmensidad del universo, la angustia de la memoria? ¿Quién no desea alguna vez pasar el tiempo mirando las estrellas desde el puente de mando, juntos el uno al lado del otro, sin tener nada que decirse, sintiéndose a gusto de ser como todo el mundo, cansados de ser diferentes, satisfechos de acabar sus vidas como no pensaban que les hubiese gustado vivir?
La ciencia ficción es el marco, el decorado, el escenario que estimula la imaginación del lector para poner paisaje a las reflexiones de la voz en off, los mundos que ayudan, en figurada contradicción, a la complejidad dramática de la simplicidad narrativa de la historia. Primeros planos protagonistas, primeros planos de objetos, de dedos, de manos, de caras, de bocas, de nariz, de ojos; abstracciones retorcidas, espirales laberínticas, círculos concéntricos; minimalista geometría del subconsciente que expresa un mundo de autodescubrimiento. Lectura satisfactoria.