Para dejar en evidencia a las mentes que piensan que la voluntad de un solo hombre no puede trazar el curso de la historia, vino al mundo a orillas del Volga en la ciudad de Simbirsk (luego rebautizada Uliánovsk en honor al apellido de su ilustre vecino), Vladimir Ilich Uliánov (1870-1924) más conocido por el archifamoso seudónimo de Lenin, nombre sin significado aparente derivado del río siberiano Lena región donde vivió, mejor que mal, desterrado durante tres años. Su padre Ilia Nikolaevich Uliánov, alto funcionario civil, inspector provincial de escuelas públicas; su madre María Alexandrovna Blank comparte con su marido el interés y la pasión pedagógica. Familia de clase media con servicio de cocinera y niñera, rusos cultivados, típicos europeos burgueses y un poco snobs de finales del siglo XIX, miembros cultos y privilegiados de una nación imperial, que albergan deseos de construir una sociedad moderna, occidental e ilustrada en una Rusia que culturalmente apenas ha sido tocada por el renacimiento y la ilustración, la calidad de la educación es deplorable, el cohecho y la prevaricación imponen las normas jurídicas, el despotismo, la explotación y la pobreza se muestran aterradoras. Para los Uliánov el trabajo es un deber y el deber un placer, sobre este axioma inculcan a sus hijos el valor del compromiso en pro de una gran causa; para Lenin esa gran causa será la revolución. Alumno excelente, V.I. Lenin termina el bachillerato con las máximas calificaciones; aplicado, discreto, solitario, poco sociable rozando lo huraño, de salud quebradiza (padece dolencias crónicas estomacales, terribles jaquecas, insomnio, erisipela y taquicardias leves y graves; malestares que se agudizan en estado de tensión), obseso del orden y la limpieza (todos los días antes de ponerse a escribir coge una bayeta y limpia concienzudamente el polvo del escritorio), se entrega con placer a los libros, no soporta perder el tiempo hasta el extremo de mostrarse áspero si cree que le están interrumpiendo indebidamente en sus estudios; estudios de derecho que concluye entre expulsiones y readmisiones de la universidad; lecturas apasionadas de Karl Marx (la primera traducción de “El Capital” a una lengua extranjera la hizo en 1872 Nikolái Danielson, un populista ruso), Friedrich Engels y los cuentos de Gleb Uspienski que contribuyen a su desarrollo intelectual; proclamación de fe en la palabra escrita, en la palabra impresa. Toma de Marx una filosofía de la historia que manifiesta: “las ideas convencionales de la sociedad las estructuran siempre las clases dominantes de acuerdo con sus intereses”. Amplía sus conocimientos de los textos marxistas clásicos y elabora su pensamiento: a un lado está el pueblo “la mayoría explotada” y al otro la minoría parasitaria “los explotadores”, industriales, banqueros, terratenientes, la burguesía mercantil y financiera culpables de todos los males; el capitalismo perjudica a la generalidad de la gente y reprime sin piedad a otros muchos. Entre las víctimas del zarismo-capitalismo se encuentra su hermano mayor, condenado a muerte por planear el crimen más execrable contemplado en el código penal ruso: matar al emperador; la prueba de que es una simple declaración de objetivos, papel mojado de una conspiración de cafetín, no indulta al reo de cumplir la sentencia. La inmisericorde ejecución de Alexandr graba en el corazón de V.I. Lenin un resentimiento eterno contra la dinastía de los Románov; odia a la familia Románov, a la aristocracia, al clero, a la policía y al alto mando militar zaristas; la estructura económica del régimen le parece ofensiva, la jerarquía social le repugna; detesta a la vieja Rusia, quiere (influencias familiares mediante) una Rusia europea, una Rusia occidentalizada, una Rusia moderna, una nueva Rusia. Se acabaron las buenas intenciones ineficaces, hablando no se cambia el mundo, hay que actuar. Se consagra en cuerpo y alma a la política, a la lucha política, supedita todos sus placeres a la causa: el ajedrez, el patinaje, el ciclismo, la música clásica (admira a Beethoven y Wagner), la caza, el confort material; abandona la profesión; renuncia al amor romántico, su matrimonio con Nadezhda Konstantínovna es casi un acuerdo político e igual aunque con otros matices la relación intermitente con su amante Inessa Armand (más joven, más guapa, pero peor secretaria), ambas mujeres compañeras de partido: el sentimentalismo no tiene cabida. Extrema su marxismo, llaga al convencimiento de que su propia visión del mismo (marxismo-leninismo) es la auténtica, se considera el único y verdadero exponente de la tradición marxista. Encendido polemista y apasionado en el debate, cuando siente que tiene razón defiende sus principios filosóficos con uñas y dientes sin retroceder ante la crítica. Es consciente que vive en una época convulsa, Europa necesita una transformación revolucionaria y está convencido de la importancia de las ideas para alcanzarla. La revolución primero en Rusia y luego en Europa, ése es su destino mesiánico, se siente predestinado a adoctrinar y dirigir el movimiento revolucionario antizarista; su suprema ambición: levantar y consolidar la revolución para conseguir un mundo sin opresión y sin explotación. Personalidad dominante, con gran fe y dominio de sí mismo, poseedor de una notable destreza verbal, inteligente, políglota (habla, escribe y lee con fluidez el alemán, el francés y el inglés), expone su pensamiento de forma sencilla e incisiva, aporta claridad ideológica, resolución práctica e intuición estratégica: atributos del líder.
Fundador y mentor de los suyos, “los duros”, “los mayoritarios”, los bolcheviques; V.I. Lenin dirige al partido y el partido dirige a las masas compuestas por heterogéneos grupos sociales unidos por su hostilidad al zarismo y a muchos aspectos del capitalismo, sobresalen los intelectuales y los obreros, principalmente estos últimos; la clase obrera será el pilar insurgente sobre el que se apoye la lucha de clases. Para el leninismo la lucha de clases está por encima del altruismo, la bondad, la tolerancia o la paciencia; los objetivos del partido son considerados la tarea soberana, se menosprecia la sensibilidad social y los valores universales como democracia, pluralidad, derechos individuales, equidad o justicia. El criterio es: si un acto concreto ayuda a la revolución, la moralidad del mismo debe dejarse de lado. El derroche de vidas, la muerte de personas inocentes, el nivel de sufrimiento humano producto de la Gran Guerra, La Revolución y la Guerra Civil rusa son juzgados como aspectos desagradables del proceso histórico. A V.I. Lenin el dolor le es indiferente con tal de alcanzar el objetivo marcado. Persigue el poder, disfruta con el poder, ansía el poder para él y su partido hasta el extremo de caer en la hipocresía, la falsedad, el engaño, la vaguedad, todo vale por el bien de la revolución. Tutela, ordena, aprueba, rige el partido sobre la base de la disciplina, el centralismo y la unidad ideológica. Obtiene el laurel del triunfo y escribe la proclama: “La causa por la que el pueblo ha luchado. La propuesta inmediata de una paz democrática, la abolición de la propiedad de las tierras de la aristocracia, el control de la producción de los trabajadores, la creación de un gobierno soviético. Se ha asegurado la victoria para esa causa… ¡Viva la revolución de los obreros, los soldados y los campesinos!”. Nace la URSS, el estado donde “los trabajadores serán la clase dirigente y tomarán las decisiones políticas y sociales”; nace una dictadura de partido único que utiliza la violencia y la fuerza contra las huelgas, las reivindicaciones y las protestas públicas de los obreros. El poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial están subordinados al partido. El partido es el órgano máximo del estado soviético y V.I. Lenin el presidente del consejo de comisarios del pueblo, léase jefe del gobierno. Este hombre menudo, al que le irrita su calvicie prematura, hipocondríaco, ratón de biblioteca, lector fanático, inteligente, pulcro, distante en el trato con sus compañeros, aparentemente frío y calculador, franco, directo, que canta canciones revolucionarias con voz de barítono, que le gustan Londres, Múnich, Ginebra y Petrogrado y despotrica de París y Moscú, que ha pasado a la historia del traje por dar nombre a la “gorra Lenin”, está instalado en la cúspide de su obra redactando decretos, afanándose por consolidar el primer estado comunista del mundo, hasta que en Agosto de 1918 sufre un atentado que mina su ya de por sí socavada salud. Los últimos años son de sufrimiento, de retiros terapéuticos, de operaciones, de diagnósticos médicos, de dolores, de apoplejías, de parálisis, de arteriosclerosis cerebral, de agonía física y moral (la vida no merece la pena sin libros) hasta exhalar el último suspiro. El 27 de Enero de 1924, dicen los termómetros que fue el día más frío de aquel año, se celebra el funeral, reunido en sesión solemne el Congreso de los Soviets se pronuncian discursos que proclaman la adhesión a las ideas y al ejemplo del dirigente fallecido, suenan las sirenas de las fábricas, paran los trenes en las vías, se amarran los barcos, acuden a Moscú gentes de todos los territorios de la URSS, la multitud presente en la Plaza Roja canta La Internacional al ver pasar el ataúd, lo transportan a hombros: Zinóviev, Kámenev, Stalin, Bujarin, Molotov, Tomski, Rudzutak y Dzerzhinski (Trotski no puede asistir por encontrarse de viaje), viejos camaradas de lucha, a ninguno de ellos consideraba el difunto su digno sucesor y de todos ellos al que menos a Stalin quien ya ha tomado posición y cobrado ventaja. Ha muerto el V.I. Lenin histórico, nace el santo revolucionario desinteresado que combatió a los enemigos de la humanidad, el mito omnisapiente, el evangelista cuyos escritos adquieren la condición de sagrada escritura, el cuerpo incorrupto (embalsamado a propuesta de Stalin con la aprobación del Politburó) mostrado en exposición permanente. “Los cambios históricos tal vez se incuben en los laboratorios de las vanguardias, pero sólo serán justos cuando sean asumidos por el consenso de masas en libertad”. (Manuel Vázquez Montalbán en el prólogo de esta edición).