Vivimos en la sociedad de la sin vergüenza. Se publican libros sin vergüenza, se proyectan películas sin vergüenza, se componen canciones sin vergüenza, se crean obras de arte sin vergüenza y se vota a políticos sinvergüenzas.
Parece que (salvando las distintas idiosincrasias) se encuentran rasgos comunes entre lo que aportó el western al cine estadounidense y lo que representan los samuráis para el manga japonés. Ambos subgéneros populares beben de fuentes históricas para trascenderlas, manipularlas, adaptarlas, modernizarlas favoreciendo la creación de mitos y leyendas. Dejando componentes místicos, filosofías religiosas y florilegios culturales a un lado, cambiemos hakamas, kimonos, sombreros de bambú, sandalias de paja y katanas por pantalones vaqueros, camisa de algodón, sombrero tejano, botas de tacón alto y pistolas Colt 45, y tendremos duelos, venganzas, traiciones, lealtades justicieras, luchas sangrientas, bandidos, villanos, héroes solitarios, viajeros ascetas; narraciones legendarias que satisfacen la épica de un país. Y de todo ello, qué descubrimos al abrir las páginas de este manga: Un venerable anciano (pretérito jefe militar con mando en plaza) para justificar las razones que en su día le llevaron a tomar la decisión de rendir sus fuerzas, evitando así el sufrimiento y la muerte de miles de personas, nos narra los hechos acaecidos siglos atrás. En una época de guerras civiles, luchas intestinas, insurrecciones políticas y beligerancia social, es robado el pergamino de las Crónicas Secretas Yagyu en el que se guardan antiguos secretos que pueden acabar con el shogunato y cambiar el rumbo de la nación. Para recuperarlo es llamado a capítulo un famoso samurái integrante de una familia de maestros espadachines; misión difícil, peligrosa, plagada de emboscadas, en cada recodo del camino hay un enemigo esperando para vencerle sin piedad. Las pequeñas derrotas sirven de acicate para perfeccionarse, para superarse; se estudia la técnica del rival, sus golpes fuertes y débiles, su defensa, su ataque; frente a los movimientos bruscos e impetuosos el hieratismo, la contención, la maniobra firme y precisa para eliminar al oponente. El valor de un hombre solo cumpliendo con su destino. Un guerrero capaz con su katana de poner en relación el pasado con el presente. Entre la fauna de personajes no faltan ninjas, ronin, espías, soldados mercenarios, asesinos a sueldo, mesnadas de luchadores, terratenientes poderosos, clanes feudales, campesinos pobres e indignados, monjes errantes que sobreviven visitando templos y pidiendo limosna, el emperador conjurado que desea ganar partidarios para su causa bajando impuestos (suena tan actual) y hasta la aparición secundaria del que sería el maestro del haiku, el gran poeta clásico Matsuo Basho. Todo ello sobre un decorado de paisajes tranquilos, armónicos, auténticos jardines naturales que no alteran su belleza con la llegada de la tragedia; postales dibujadas con trazo limpio, luminoso y la sensibilidad característica del talento artístico de Jiro Taniguchi (autor del agrado de quien esto escribe, siendo la primera vez pero esperemos que no la única que sus trabajos se asomen por este espacio). Trazos que siguen el guión de Kan Furuyama que no desmerece la calidad de la ilustración. Manga histórico (con todas las licencias permitidas) que no debe asustar al lector ignorante de la historia del Japón porque la editorial Ivréa como acostumbra en sus publicaciones (detalle a destacar y agradecer) incluye un prólogo explicativo de épocas y personajes y un epílogo “aclaraciones de la traducción” que facilitan el seguimiento de la lectura y en todo caso, para los que teman tropezar, sepan que es una obra entretenida, llena de acción y aventuras. Una buena introducción a las historias de samuráis que si una vez leído nos engancha el género, dentro de la misma editorial, con paciencia, constancia y algunas monedas sobrantes es recomendable la serie “Vagabond” de Takehiko Inoue otro mangaka de justa fama.