Para situar el escenario digamos que el Instituto Tecnológico de California, más conocido por su acrónimo Caltech, es una fábrica de manufacturar premios Nobel, superan la treintena (entre alumnos y profesores) los que han salido de sus aulas, poderosas razones que le sitúan entre los centros de mayor prestigio en la investigación científica mundial. Pues bien, en este paraíso o infierno del saber, según se mire (su tasa de suicidios era muy elevada en comparación a otras instituciones académicas de los Estados Unidos), desembarca, cargado de dudas e inseguridades y una beca de post-doctorado, Leonard Mlodinow para, agraciado por la providencia, ocupar un despacho vecino al del hombre que inspiró su vocación por la física teórica; el individuo en cuestión se llamaba Richard Feynman un tipo vitalista que apunta maneras tocando los bongós, que le gusta cantar y bailar la samba, que expone con éxito los cuadros que pinta bajo seudónimo, que frecuenta buscando inspiración los garitos de topless y estriptis, que en su juventud participó en el desarrollo de la bomba atómica formando parte del proyecto Manhattan, que creó “los diagramas de Feynman” un método para estudiar las interacciones y propiedades de las partículas subatómicas, que en su currículo destacan múltiples labores sobre computación cuántica y nanotecnología, que para amenizar la rutina ayudó a entender porqué explotó el transbordador espacial Challenger y que por su trabajo en electrodinámica cuántica recibió el Premio Nobel de Física en 1965 compartido con Julian Schwinger y Sin-Ichiro Tomonaga.
Cuando en los caminos por los que nos lleva la vida nos encontramos con un hombre de personalidad fascinante e inteligencia vivaz, pecado de ignorancia imperdonable sería no acercarnos a él, dedicarle tiempo, cultivar su amistad, tirarle de la lengua, abrir las orejas, prestarle atención y transmitirle afecto. Así lo hizo Mlodinow con Feynman y el resultado de la transcripción de sus conversaciones grabadas es este libro homenaje de respeto y agradecimiento a un genio sin prejuicios sabihondos, cercano, modesto (no se cree superior a los demás ni que su trabajo sea más importante que otros), divertido y algo excéntrico, que se siente como un Sherlock Holmes buscando descubrir los misterios del universo; considerado “el Einstein de los tiempos modernos” nos habla de la belleza de las leyes del cosmos, del universo maravilloso, de la teoría de cuerdas, de matemáticas y también del amor, de la felicidad, de arte, de dios, de la importancia de la imaginación, la creatividad y la perseverancia para enfrentarse (con alegría) a los problemas que la ciencia y la vida plantean; sus palabras suenan claras, sin pomposidad, marcadas por un discurso informal coherente con su fama de gran divulgador científico (popularizó la física teórica a través de sus libros y conferencias) y excelente maestro.
Richard Feynman murió de cáncer el 15 de febrero de 1988 en Los Angeles.