Obligación inapetente: llegar antes de que cierren el banco, a tiempo para firmar la hipoteca; destino inmediato para el que hay que tomar un atajo atravesando el barrio de la ciudad vieja, deprisa aventurarse en el laberinto de calles angostas, callejones sin salida y plazoletas sombrías. Extraviado en un eterno retorno, deambulando de aquí para allá perdido el sentido de la orientación, se echa la zozobra de la noche. A la vuelta de un recodo, no por casualidad (nada en este lugar parece suceder por casualidad), la luz que sale del vestíbulo de un hotel; edificio babélico con multitud de habitaciones donde poder descansar. Mañana será otro día, nuevos bríos impulsarán la búsqueda. Desde ese instante el hombre sin nombre (a quien además de la chaqueta han robado la identidad), el peatón despistado pasa a formar parte de la fauna de inquilinos que residen en ese ecosistema, todos ellos presos de sus obsesiones, víctimas de un círculo rutinario que les impide salir de la maraña vital que les bloquea, aunque éste sea el mayor de sus deseos. ¿Cuántos de nosotros no somos ellos? Hasta que una mañana se produce el efecto mariposa; un papel, una nimia hoja de papel volandera, huida de las manos por descuido desata una reacción concadenada, como fichas de dominó, empujadas unas con otras, van cayendo las obcecaciones carcelarias de los personajes; la liberación trae el caos (toda verdadera liberación tiene un principio caótico) y el caos culmina con una lluvia torrencial arrasadora, un diluvio purificador que ahoga la ciudad. Llegada la calma sólo quedan, como una isla solitaria, las ruinas del gran hotel, desde cuya cúspide se puede alcanzar otro destino. Lejos queda el principio de esta historia, la intención primera, el futuro que parecía predestinado. Lo fantástico deja de ser tal cuando se convierte en lo cotidiano, adquiere la condición de realidad de aquello que nos sucede.
Realismo mágico, parábola kafkiana expresada con un dibujo claro, realista, entroncado con la mejor tradición del comic francobelga, para sumirnos en un sueño fluido que nunca llega a convertirse en pesadilla angustiosa.