domingo, 31 de octubre de 2010

MARGUERITE DURAS; “EL DOLOR”.

Días finales de la Segunda Guerra Mundial, los aliados toman Alemania, Berlín arde, el ejército soviético entra en sus calles, París es liberada; Europa convertida en una gran fosa común con sus cielos aún oscurecidos por el humo de los crematorios y las bombas. La mujer espera la vuelta de su marido prisionero en un campo de concentración. Vuelven los hombres del frente víctimas de la barbarie, llegan convoyes de deportados políticos que son recibidos con vítores y aplausos, traen a cuenta gotas noticias esperanzadoras, pero él no está, así cómo dejar de pensar en la muerte; cuando se pierde la guerra se mata a todo lo que vive, se destruye sin importar el qué. Una y otra vez se repite la imagen de su cadáver tirado en una cuneta; una y otra vez escudriñar el rostro de los amigos, de los camaradas de la resistencia para descubrir que en su gesto no se oculta la mentira piadosa: los alemanes han dejado de fusilar, dicen; le han visto vivo, cuentan; se ha salvado por un segundo, por suerte, por lo que sea; las palabras no engañan, la prueba la tiene entre sus brazos reducido a un desecho humano delirante a quien con empeño, delicadeza y miramiento salvar la vida; misión que se cumple con paciencia pero ausente de pasión (la distancia impuesta por la guerra acabó con ella), como, por propia voluntad y por necesidades de la lucha, se cumple el mandato de ser agente de conexión o lo que es igual hacer amistad con el miembro de la Gestapo que arrestó a su marido. El verdugo es cordial, atento, apasionado coleccionista de primeras ediciones de libros antiguos; el verdugo se siente indiferente frente al dolor humano, considera la tortura como un momento desagradable, es un proveedor de muertes; a ella el verdugo le asquea, desea que le maten como al chivato que han capturado sus compañeros milicianos. Los milicianos beben, fuman, discuten de los alemanes y hablan de sus familias; los milicianos españoles sólo tienen sus armas y el sueño de una vez liberada Francia liberar España. Ella participa en el brutal interrogatorio de un delator, de un soplón; ignorante de los lamentos de la víctima manda torturarle hasta hacerle cantar, ¿venganza o consecuencias de la guerra?
 
El descubrimiento de los horrores, la perplejidad ante la brutalidad alemana, se pregunta: “cómo es posible que una de las naciones más civilizadas del mundo acaba de asesinar a 11 millones de seres humanos de forma metódica”. Reflexión sobre el fin de la guerra, los sentimientos humanos, el papel del pueblo y los políticos; la paz como comienzo del olvido frente a la vida cotidiana. El dolor de la memoria.