Desde los 11 años, la profunda herida abierta en el corazón y en la psique, por la sentencia deliberada de la madre arrojándose al pozo de su casa para esquivar la vergüenza y el dolor de soportar a un marido manirroto y tarambana. La huida de un matrimonio arreglado, insoportable para su espíritu, del que permanecerá un hijo, sustento, junto a amigos y admiradores, en los tiempos de penuria. El fracaso de su padre en los negocios que lleva a la ruina familiar y deja la secuela trágica del suicidio del hermano pequeño. La melancolía extrema (hoy diríamos depresión) bajo los efectos de beber sake en abundancia que transporta a las vías del tren para inmolarse, salvado por un monje, alojado en un monasterio donde residió un lustro y cursó órdenes. Peregrino mendicante, sólo con su cuenco de pedir, una toalla y sus hábitos, con la naturaleza como compañera de viaje por los caminos de Japón. Asentado en la pobreza material y la soledad, desnudo para que nada impida ver los sentimientos. Todo ello conforman la expresión mínima de lo inmenso, hermosos fulgores de una vida convertida en poesía.