De entrada tres perogrulladas hay que escribir de esta obra: ha sido explotada hasta la saciedad (radiocomedia, cinco libros, serie de televisión, película, comic, videojuego, prendas y cacharros varios) ergo nada queda por descubrir; segundo, pertenece al género de la ciencia ficción, caricaturesca y bufa todo lo que se quiera pero pura ci-fi, sin nada que envidiar a otras obras hermanas de naturaleza que pasan por más sesudas; por último, la Guía del Autoestopista Galáctico es una especie de Wikipedia cachonda del cosmos contenida en un, más o menos, e-book, actual a tope.
La comedia levanta el telón con una tragedia apocalíptica, apenas una leve explosión en la inmensidad del universo; el planeta Tierra es destruido en menos que canta un gallo para permitir la construcción de una autopista galáctica, no somos nada, la raza humana y su hábitat pueden ser borrados en un instante sin que por ello se alteren las fuerzas del espacio infinito. A partir de aquí el lector se teletrasporta a una aventura cósmica que protagonizan, un terrícola perplejo, su amigo un ET humanoide poseedor del libro La Guía del Autoestopista Galáctico (ambos actores sobrevivientes del gran Armagedón), un expresidente de la galaxia bicéfalo, juerguista, ladrón y aparentemente idiota, una astrofísica curiosa (la única mujer humana salvada antes de que la Tierra hiciera patapum) amante del expresidente y amor imposible del terrícola, un robot paranoico y maníaco depresivo que se siente infravalorado, un ordenador vitalista con vocación de mamá clueca y, claro está, no se puede hacer una paella sin una buena paellera, una nave espacial con la que vagabundear entre las estrellas, para escapar de la poesía del jefe de los Vogones tan mala es que puede matar a quien la escucha o explorar el increíble planeta que nunca existió donde se construían por encargo planetas de lujo para ricachones descontentos con los mundos que habitan; viajar sin pretender que el viaje sea educativo, ni civilizador, ni siquiera que suponga un proceso de descubrimiento personal, con el sólo fin de disfrutar, de regocijarse de estar vivito y coleando lo que no impide que se busquen las respuestas a las preguntas esenciales de la vida; aquí reside la contradicción que con la misma naturalidad del correr de una gacela hace del esperpento lo cotidiano. Narración absurda, surrealista manteniendo la lógica del fino humor que nos arranca sonrisas y cavilaciones sin darnos cuenta.
Para alivio de tanto cinismo grosero que es celebrado como humor inteligente, se agradece la lectura de esta novela. Magnífica terapia para descomprimirse de los avatares cotidianos; una vez que cierras el libro te sientes feliz y contento.